Bailar con el III Reich (André Versaille, 2001) de Laure Guilbert

Nacionalidad: Cubana
Ocupación: Crítica de ballet.
Nacida en La Habana, en 1964, donde estudió Historia del Arte en la Universidad de La Habana. Crítica de danza, durante diez años trabajó en el Ballet Nacional de Cuba, como escritora de danza.
El rechazo de algunas figuras de la danza norteamericana a las de la Alemania nazi.
Cuando algunos artistas se declaran “apolíticos“ – sin entrar en más consideraciones en asunto que es vasto y polifacético- , suelo recordar lo sucedido en los Estados Unidos con las figuras de la danza expresionista alemana que servían (eso sí, con toda consciencia e incluso había una comunidad ideológica, remitente a un cierto origen común del nazismo y la Ausdruckstanz, característica particular que constituye una gran diferencia) al régimen nazi.
Lo he leído en “Bailar con el III Reich” (André Versaille, 2001) de Laure Guilbert, un importante libro que expone esos lazos entre la danza expresionista alemana (Ausdruckstanz) y el nazismo, los cuales fueron tras 1945 maquillados y despojados convenientemente de toda la verdad histórica.
En los años 30 en los Estados Unidos, que entonces conocía el desarrollo de su propia danza moderna, existían círculos que sostenían la “german modern dance”. Había influido en ello la labor del alemán exiliado Arthur Michel, quien en nombre de una “danza nacional” promovía a Mary Wigman, omitiendo en una crítica, por ejemplo, que el espectáculo en cuestión había sido financiado por la Cámara de teatro del Reich. No es que Michel fuera cómplice del régimen nazi (por eso decía que las consideraciones en este asunto, en general, no son nada simples) sino que, en su nostalgia de la cultura alemana, no comprendía lo que realmente estaba sucediendo en su país natal.
Laure Guilbert la llama como una “actitud ciega”, similar a la de Virginia Stewart y Elisabeth Selden, quienes en estancias en Alemania y Austria, a principios de los 30, estudiaron con Mary Wigman y Rudolf von Laban, entre otros. De regreso en los Estados Unidos, ambas abogaron por la colaboración entre las dos corrientes de la danza moderna. “A pesar de su estancia entre 1933-34 en Alemania, Virginia Stewart, escribe Guilbert, no percibió las coordenadas políticas del momento”, como tampoco la amenaza que representaban para la libertad y la creación artística las estructuras ideológicas del nazismo.
Danser avec le IIIe Reich. Laure Guilbert (Auteur)
Les danseurs modernes sous le nazisme (Bruxelles, Editions Complexe, 2000)
El entusiasmo de Elisabeth Selden y Virginia Stewart contrastó con la de otras figuras de la danza, “antifascistas” -como las califica Guilbert-, tales el crítico John Martin -quien acuñó el término de “danza moderna”-, y el legendario empresario Sol Hurok, quienes, sin embargo, habían sido los principales portavoces e introductores de la danza expresionista alemana en los Estados Unidos. Martin rechazó la decisión de los artistas alemanes de aliarse al régimen nazi y cesó sus conferencias sobre la Ausdruckstanz. Por su parte, Sol Hurok anuló la cuarta gira en los Estados Unidos de Mary Wigman.
Pero el movimiento de oposición fue sobre todo el de la Workers Dance League, agrupado alrededor de la revista “New Theatre”, la cual dirigió en 1934 una carta abierta a Virginia Stewart, reprochándole su ausencia de perspicacia y denunciando a Mary Wigman, Rudolf von Laban y Greta Palucca por “haber encontrado refugio bajo la svástica y apoyar sin objeción el gobierno más bárbaro y más anti-cultural que la historia moderna haya conocido”.
La revista invitó en 1936 a boicotear los Juegos Olímpicos de Berlín (cuya coreografía estuvo en primer lugar a cargo de Laban, pero a Goebbels no le gustó y fue suplantado por Mary Wigman, Harold Kreutzberg y Greta Palucca; apunto que se trató de una cantidad extraordinariate de bailarines y figurantes, en número de decenas de miles, lo que dió origen a las impresionantes coreografías masivas que luego comenzó a escenificar el régimen nazi). Martha Graham se adhirió al llamado, y no sólo no fue a los Juegos Olímpicos sino que condenó abiertamente la política racista de los nazis.
La presión fue tanta que la bailarina Hanya Holm, quien había abierto una filial de Mary Wigman en New York, le cambió el nombre por el de Holm-Studio.
Entonces, en 1936, la Segunda Guerra mundial no había comenzado, y mucho menos había comenzado el Holocausto el que en definitiva se conoció cuando finalizó la guerra, con la victoria de los Aliados. Es decir: el rechazo de esas figuras de la danza en los Estados Unidos a sus congéneres alemanes se debía con exclusividad a una toma de posición política respecto de lo que consideraban inaceptable en nombre del propio arte.
Elisabeth Selden se indignó y le escribió a Fritz Böhme (el ideólogo de la visión nazi de la historia de la danza, en la que, por ejemplo, reivindica a Noverre, con tal de emanciparse de las fórmulas de escuela, es decir, la francesa, el ballet académico), expresándole que en New York reinaba una corriente de odio por la danza alemana.
Estima Laure Guilbert que tanto Elisabeth Selden como Virginia Stewart eran apolíticas, y no podían así encontrar ninguna distancia crítica para darse cuenta del compromiso político de sus maestros alemanes con el nazismo. Vuelve Guilbert a calificar tal fenómeno de “apoliticismo” como ceguera.
El apoliticismo sin comillas es pernicioso justo por su falta de perspectivas, en primer lugar para el arte. El único recurso del apoliticismo es tal negación de la realidad, a fin de poder continuar realizando un trabajo artístico, que se declara “neutral”.
Danser avec le IIIe Reich. Laure Guilbert (Auteur)
Les danseurs modernes sous le nazisme (Bruxelles, Editions Complexe, 2000)
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