Carlos Acosta en Londres

Nacionalidad: Cubana
Ocupación: Crítica de ballet.
Nacida en La Habana, en 1964, donde estudió Historia del Arte en la Universidad de La Habana. Crítica de danza, durante diez años trabajó en el Ballet Nacional de Cuba, como escritora de danza.

Para Londres, donde se le adora como un dios, el cubano concibió un espectáculo con bailarines invitados del Ballet Nacional de Cuba. Pero quien se ha convertido en la marca absoluta del ballet inglés y mundial no sufrirá menoscabo por presentar unas coreografías que la crítica no entendió.
Escribe Isis Wirth (Munich)
Cenando luego con él en un restaurante al doblar del teatro, el dueño del lugar viene a ofrecernos una botella de champán, para “agradecer por los numerosos clientes que vienen antes o después de la función: están aquí porque han venido a verlo bailar”.
El tumulto de los fans enardecidos al acabar la representación en la “salida de los artistas” es contagioso. Ha venido a verlo una estrella del rock inglés, acompañado de la hija y los sobrinos. Los niños también han manifestado con disímiles exclamaciones su placer durante el baile. Uno de ellos me apunta con el dedo: “You started it”.

Carlos Acosta se ha convertido, desde el Royal Ballet, en la marca del ballet inglés, como en el pasado lo fue Margot Fonteyn.
Para Londres, donde se le adora como un dios, el cubano concibió un espectáculo con bailarines invitados del Ballet Nacional de Cuba. Quería mostrar los detalles de su herencia y su origen al público del Támesis. Éste le respondió como de costumbre: teatro vendido con anterioridad y un entusiasmo del que me tocó ser testigo durante cinco noches. Sin embargo, tales garantías no funcionaron esta vez con la crítica, que suele serle incondicional. Y el núcleo de la discordia fueron las tres coreografías de Alberto Méndez que integraban el espectáculo.
Méndez es el mejor coreógrafo que ha producido el ballet cubano. Recuérdese, por ejemplo, su magnífica “Tarde en la siesta”. Sin embargo, la danza es un arte que envejece rápidamente. Fuera de Marius Petipa o George Balanchine, la cuestión de que un ballet resista impertérrito el paso del tiempo es escabrosa.
Pese a que los títulos seleccionados (“Muñecos”, 1978; “El río y el bosque”, 1974; “Paso a tres”, 1976) son emblemáticos en nuestros predios, la crítica inglesa los acusó de estar “dated”. No entendieron, sobre todo, “El río y el bosque”, que trata de la conquista de Ochún sobre Oggún. Aunque “Paso a tres” fue mejor recibido, no subscribo la opinión de algunos de mis colegas de que esta pieza ha quedado obsoleta. En ella, Méndez “deconstruye” el lenguaje clásico desde un punto de vista lúdico, a partir de los errores que pueden ocurrir en la escena. El resultado es hilarante, y el público lo demostró con sus carcajadas, pero el conocedor del ballet es quien más lo puede disfrutar.

Víctor Gilí en “Paso a tres” tuvo esa clase de los grandes comediantes. Junto a él, Anette Delgado (la “muñeca” también, de la mano de Acosta) y Verónica Corveas, fueron inefables. Corveas fue de la otra parte una Ochún arrebatadora en “El río y el bosque”, ante quien José Losada (Oggún), pese a su poder natural, no pudo resistirse.
El contraste de la coreografía de Acosta para la historia –simple, pero elocuente– que liga los tres ballets de Méndez, con la coreografía de éstos es agudo. El estilo de Carlos es fresco, fluido y contemporáneo. Bien servido en las interpretaciones de Javier Torres y Yolanda Correa, dúctiles bailarines. La música de esta historia es de Aldo López Gavilán, quien re-trabajó previas composiciones suyas para la versión escénica. Al piano, el propio López Gavilán, junto a Néstor del Prado en el bajo, Ruy López Nussa en la percusión y la voz de Daiana García.
Luego de “Muñecos”, el dios de la danza aparece al final en el pas de deux de “El corsario”, coreografía de Alicia Alonso sobre la original de Marius Petipa. Apriétense los cinturones que Acosta nos va a arrastrar en su vértigo. Se inicia un vuelo al espacio. Él puede regresar a tierra posando levemente la punta del pie, en impecable posición y con una amplia sonrisa, pero el espectador se pregunta si lo que ha visto ha sido la realidad.

Viengsay Valdés también brilló en “El corsario”. Sus equilibrios desafiantes, sus múltiples giros -¿cuatro, cinco pirouettes?; dejé de contarlas-, la seguridad con que resuelve esa intrincada variación, hacen de ella un paradigma virtuoso. Virtuosismo técnico: ya sabemos que es eso lo que define al ballet cubano. Acosta intentó mostrar otra sustancia y no tuvo esta vez el eco de la crítica local.
Pero quien se ha convertido en la marca absoluta del ballet inglés y mundial no sufrirá menoscabo por presentar unas coreografías que la crítica no entendió. Las razones de esta incomprensión, más allá del paso del tiempo, merecerían otro artículo.
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Carlos Acosta with Guest Artists from Ballet Nacional de Cuba
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