Nueva York, 1939. Salvador Dalí estrena su particular versión del ballet Venusberg en la Metropolitan Opera House. Viene de París, expulsado del grupo de los surrealistas por pintar El enigma de Hitler. Con esas credenciales llega a Estados Unidos, donde se dispone a hacerle un psicoanálisis a otro alemán, Richard Wagner, esta vez sobre las tablas. La cita es un acontecimiento, pero al poco de arrancar, empiezan los silbidos.
El público no es el único decepcionado, al día siguiente, el crítico del New York Times, John Martin, emplea palabras como “paranoica” o “profanación” para referirse a la obra del catalán. La única que se salva en la reseña es una tal Madame Karinska, de quien el programa dice que ha cosido el vestuario “sugerido” por Dalí aunque Martin, conocedor del talento de la señora, insinúa que todo en esos trajes es obra de ella.
Por Silvia Cruz Lapeña para revista Vanity Faire (29.4.2018)
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