Desde que era muy pequeña supo que quería ser bailarina. Se quedaba fascinada ante las zapatillas de punta que veía en las páginas de los libros y de sólo pararse delante de una barra ya se sentía bailarina.
Desde que era muy pequeña supo que quería ser bailarina. Se quedaba fascinada ante las zapatillas de punta que veía en las páginas de los libros y de sólo pararse delante de una barra ya se sentía bailarina. Cuando su madre le compró el primer par de zapatillas, las puso encima de la cama y no dejó de mirarlas por largo tiempo. Y aquella chiquilla acostumbrada a andar en chancletas, reacia a los zapatos, se calzó por primera vez las puntas y supo del dolor y el sufrimiento; de las ampollas y los pies ensangrentados. Y era feliz. El resto fue un trabajo diario y sin tregua.
Su primer gran salto fue llegar a la escuela de Víctor Ullate, maestro pionero y formador de muchos de los grandes bailarines de la escena internacional. «Víctor (Ullate) fue la primera persona que me dio un voto de confianza y me puso encima de un escenario». Lacarra apenas tenía quince años. Después, llegó al ballet de Roland Petit, otro pope de la danza que llegó a crear un ballet especial para ella, «El guepardo». Pero llegó un momento en que quiso descubrir si su éxito se debía a Petit o a sí misma y decidió probar suerte en Estados Unidos. «Allí no me conocía nadie, es un mundo muy competitivo, muy duro». Y llegó al San Francisco Ballet como primera bailarina. Su despedida fue, junto a Cyril Pierre, con «Othello» de Lar Lubovitch. Destino: Ballet del Estado de Baviera.
DANZAHOY: En la danza vasca se encuentra buena parte del origen de la técnica del ballet, especialmente lo más distintivo. ¿Cómo te relacionas con ello?
Lucía Lacarra: Debe de haber una relación… aunque la danza vasca es muy antigua, pero se ha mantenido, y todavía hoy se ve ese aire de familia, en las medias puntas, la forma de llevar los brazos, en ciertos pasos. No obstante, desde que tuve uso de razón, sabía que yo no quería hacer danza vasca, lo único que yo quería eran un tutú y zapatillas de punta. Una bailarina de ballet:
D: ¿Qué aportó la base técnica que recibiste en la escuela de Víctor Ullate en Madrid?
LL: Todo. Mi base técnica se la debo a Víctor. Todo, repito. Fíjate en esos grandes bailarines españoles, Tamara Rojo, Ángel Corella, Joaquín de Luz, también formados por Víctor. Nos dio la base para asumir lo mismo lo clásico que lo moderno o lo neoclásico. Esta versatilidad es obligatoria, diría, en el ballet de nuestros días.
D: ¿Qué te llevaste de tu paso por el San Francisco Ballet?
LL: En esos cinco años aprendí muchísimo. Entonces a mí no me conocía nadie. Cambié de continente, de mentalidad. Sobre todo, aprendí que es uno, solamente, el responsable de sí mismo, de su carrera. Y el repertorio de Balanchine, de Robbins, y el público me enriquecieron enormemente.
D: ¿Esperabas todos los premios que has recibido? ¿Y este último?
LL: (Sonríe tímidamente) Pues no, no me lo esperaba. Al Premio Nacional de Danza en España uno suele presentarse por sí mismo, y la verdad es que tengo mucho trabajo y nunca me he presentado a nada. También puede nominarte una asociación, como fue en mi caso. Pero, no bailo para ganar premios. El premio más grande es el público. Ni me acordaba que daban el Premio Nacional de Danza. Cuando tuve tiempo de asimilar que sí, que me lo habían otorgado, lo sentí como un honor muy grande. He salido de España hace bastante tiempo, y es reconfortante y satisfactorio tomar conciencia de que te han estado siguiendo. Porque llevo el nombre de España conmigo. Y la gente sigue la danza clásica por medio de estos premios.
D: ¿Qué opinas de la situación del ballet clásico en España?
LL: La situación es crítica. Pasan los años, y los años, y no hay una compañía, ni clásica, ni neoclásica, ni ecléctica. No hay nada. A mí me preguntan acerca de este problema, y no tengo respuesta…Víctor Ullate, lo que ha hecho, ha sido a pulmón, con su propio dinero muchas veces, y él siente que este trabajo no es reconocido. Creo que él está desengañado. La gente en España quiere una compañía ya, hecha, y nadie está dispuesto a enfrentar que la danza necesita mucho tiempo. No existe la paciencia necesaria.
D: después de haber estado en los dos continentes en el Ballet de Roland Petit, el San Francisco Ballet, ahora en Munich. ¿Observas diferencias en el acercamiento estético a lo contemporáneo en el ballet a ambos lados del Atlántico?
LL: Hay muchas diferencias. Según mis experiencias personales, en América a la danza se le trata como a una empresa que tiene que funcionar. El lado artístico pasa después por el lado técnico. Consideran que lo artístico está intrínseco en la técnica, y esto no es verdad. En Europa, en cambio, el ballet es un arte por completo. Por eso, después de años en América, echaba de menos el repertorio de John Cranko, de Kenneth MacMillan. O sea, no sólo ese repertorio clásico, sino el neoclásico europeo de hoy.
D: ¿Por qué eres bailarina?
LL: Nunca he querido ser otra cosa. Sabía que iba a serlo, costara lo que costara. No es para mí ni un trabajo, ni un hobby. Yo me expreso así, es mi vida, y sólo me siento en el escenario. No es algo que me guste, es algo que necesito.
D: ¿Cómo te ves a ti misma como bailarina?
LL: Nunca me he visto de ninguna forma, nunca he querido ser como nadie. Me recuerdo que de niña veía en la tele el II acto de «Lago» (Lago de los cisnes) y decía: «Mira, mamá, ves a esa, la última de la fila en el cuerpo de baile, yo quiero ser esa, la última, sólo quiero esto. Qué feliz ella que se pasa la vida bailando, y no tiene que ir a un buró». Todavía hoy, al final de una gala, me sorprende el aplauso del público. No puedo bailar si no pongo toda mi alma adentro. Julieta, Tatiana, Margarita, Nikiya. Son el amor perfecto, porque hoy en día ya nadie muere de amor. Me meto dentro de ellas porque esa es mi suerte, la suerte artística, y vivo a través de ellas ese amor que hoy no tenemos.
D: Pero que sin embargo, existe
LL: Todos nosotros tenemos dentro esa capacidad y la posibilidad de experimentar esos sentimientos sublimes, aunque sea artísticamente. No obstante, como intérpretes, hay que haber amado y sufrido para ahondar en esa riqueza, porque los sentimientos no se pueden inventar. Sin embargo, a los 20 años se puede crear un rol. Por ejemplo, la «Carmen», de Petit, que hice a los 18 años. Entonces, estaba creando el rol de una «femme fatale». Ahora, en julio en la Òpera de Paris, donde volví a bailar el ballet de Petit, ya no tuve que hacer nada.
Durante esta última reposición de Carmen, el coreógrafo expresó: «Lucía, cuando era jovencita, tenía el instinto justo de crear un rol. Hoy, sin embargo, ella ha devenido en el rol, ya no tiene más necesidad de interpretarlos. Ella es el rol».
D: ¿Cuál es tu relación, como primera figura, con el Ballet del Estado de Baviera?
LL: Estoy muy contenta aquí. Llevo ya tres años, he sido muy bien recibida, y me siento como en familia. Es justo lo que quería, pues desde Munich puedo viajar a cualquier lugar. Y la gente es muy sana, muy honesta. Me encanta el repertorio de la compañía, y mis relaciones con la dirección, con todos los bailarines y con el público son excelentes. Para resumirlo: es mi casa. © 2011 Danza Ballet