El Museo Bolshói, testigo de la grandeza del teatro ruso, expone sus tesoros.
El Teatro Bolshói de Moscú es sinónimo de grandeza, de balllets, óperas y coreografías que dejan huella. Poco conocido es su museo, que expone ahora parte de su fondo de trajes, carteles y objetos de grandes artistas, como el abanico de la bailarina Anna Pávlova o la obra de uno de los creadores del ballet, «Don Quijote»
El Teatro Bolshói se fundó en 1776 y el museo se creó hace cien años, aunque «su colección comenzó mucho antes», según explicó a Efe la portavoz de la institución, Katerina Nóvikova. Ya en la primera mitad del siglo XIX la oficina de los Teatros Imperiales de Moscú empezó a recopilar materiales de archivo, incluidos carteles de repertorios y programas de espectáculos.
Hoy en día el museo cuenta con más de 100.000 piezas históricas, artísticas y documentales, parte de las cuales se exhiben en la exposición «Museo y teatro. 100 años juntos (1918-2018) en la pinacoteca «Nuevo Manège» de Moscú.
«Desde hace cien años trabaja codo con codo con el Teatro Bolshói para preservar su historia y sus obras», indicó Nóvikova.La exposición ofrece un recorrido lleno de ambiente teatral dividido en dos partes: un lado de la sala está dedicado a la historia del Bolshói y a sus grandes producciones y estrellas, y otro a los famosos talleres, en los que se pueden ver utilería, maquetas de escenografías, accesorios, zapatos y zapatillas, sombreros y trajes.
Fotografías, bocetos, carteles, retratos de grandes maestros del teatro -sobre el escenario pero también detrás- documentos manuscritos, dibujos y litografías de edificios del teatro de diferentes épocas ilustran los más de 200 años que han transcurrido desde la fundación del Bolshói.
Por primera vez la exposición muestra objetos nunca vistos por el público, «porque el museo es como un archivo y no dispone de un espacio permanente para mostrar sus tesoros», explicó Nóvikova.
Entre los materiales únicos se encuentran un retrato del célebre cantante de ópera Fiódor Shaliapin, del pintor y escenógrafo Aleksandr Golovín; el espectacular abanico de plumas blancas restaurado de la estrella rusa del ballet Anna Pávlova y 120 trajes de ópera y de bailarines, siendo el más antiguo del siglo XVIII. La exposición también cuenta con dibujos, carteles y trajes que dan cuenta de la revisión que el coreógrafo Aleksandr Gorski hizo del ballet «Don Quijote» de Marius Petipa en 1900.
Los objetos más tempranos que exhibe la muestra datan de finales del siglo XVIII y de 1825, cuando se inauguró el segundo edificio de lo que hoy es el Bolshói, llamado Bolshói Petrovsky. De aquella época se muestran un cartel y una invitación al espectáculo.
En aquel entonces el Bolshói, que estaba buscando trajes para sus obras, pidió a los burgueses rusos que donaran sus vestimentas pomposas que ya no llevaban porque ya no se ajustaban a la moda.
Y no es de extrañar que buena parte de la muestra esté dedicada a algunas de las importantes producciones de este teatro. «Después de la Revolución (bolchevique, 1917) había una búsqueda de una nueva estética en el mundo del ballet y uno de los títulos más importantes fue «La Amapola Roja», del que se exhiben algunos trajes de la bailarina Galina Ulánova como Tao-Hoa, señaló Nóvikova.
También se pueden ver trajes espectaculares de otros bailarines, como Maris Liepa, y de otras estrellas del siglo XX, y de grandes cantantes de ópera como Shaliapin -del que se expone además un tocador de madera antigua precioso- y de Leonid Sóbinov.
Gran parte de la muestra está dedicada al escenógrafo Simón Virsaladze, que trabajó toda su vida con Yuri Grigoróvich, coreógrafo de grandes ballets como «Espartaco», «La Flor de Piedra», «El Cascanueces», «La Bella Durmiente» y muchos más.
Para la historia del museo y del teatro Bolshói es asimismo muy importante Fiódor Fiodorovski, que fue durante más 30 años el principal escenógrafo y el que creó los talleres de la gran institución teatral rusa. Fiodorovski es conocido además de por su trabajo escénico porque el telón del Bolshói es creación suya y porque diseñó las estrellas del Kremlin cuando llegó la Revolución rusa y se decidió reemplazar las águilas imperiales, que simbolizan la Rusia zarista.
Hoy en día, mil personas trabajan en el taller, profesionales «que hacen todo para nosotros: desde zapatos y trajes hasta decorados», indicó Nóvikova. Fuente Céline Aemisegger (EFE).