A media tarde del 29 de mayo de 1913, bajo unos inusuales 30 grados de temperatura, una multitud empezaba a congregarse delante de la fachada de acero y hormigón del Teatro de los Campos Elíseos.
Diaghilev, empresario fundador de los Ballets Rusos, había despertado gran expectación entre la aristocracia, la alta sociedad y los snobs parisinos por asistir a la gala de primavera de la compañía, al publicar una nota de prensa en la que prometía “una nueva conmoción que provocará, sin duda, discusiones apasionadas”.