Un Lago digno

Nacionalidad: Cubana
Ocupación: Crítica de ballet.
Nacida en La Habana, en 1964, donde estudió Historia del Arte en la Universidad de La Habana. Crítica de danza, durante diez años trabajó en el Ballet Nacional de Cuba, como escritora de danza.


Si no, la música del “Chaikovski pas de deux” de Balanchine –que pertenece, como se sabe, al tercer acto en la partitura de Chaikovski- se usa para el pas de six del primer acto, imbricado con el pas de trois de otras versiones. Las danzas de carácter del tercer acto se han reducido a tan sólo la “española”, la “rusa” y la “italiana”, o sea, los “napolitanos”, pero le falta justo el “carácter”.
Se optó para el vestuario –de John Macfarlane- de los cisnes en el segundo acto, con la excepción de Odette (en tuts moderno), por un cierto “original”, esto es, esa suerte de romántico pero hasta la rodilla, lo cual le confiere un sabor “auténtico”, que también explotó Barra estilísticamente en la coreografía de los ensembles blancos. Es lo m·s notable de la versión, nada trascendente aunque digna. A señalar, eso sí, el admirable peso otorgado a la Reina madre, que aquí hasta se llama Luisa, bien asumida por Silvia Confalonieri, y la introspectiva personificación de von Rothbart, más poderoso en cuanto menos evidentemente demoníaco, de la mano muy adecuada de Marlon Dino, cuya alta estatura y rasgos faciales son elocuentes para el rol.

Lamentablemente no pude ver a la experimentada Natalia Kalinitchenko en el doble rol de Odette-Odile. En cambio, vi a Daria Sukhorova, que efectuaba su debut. Estos y la crítica no hacen una buena pareja, pues lo que podemos acotar seria injusto. Como se podía esperar, la interpretación del Cisne blanco es la más difícil. Esa interioridad requiere de un fuste dado por el roce continuo con tal paradigma expresivo, a no ser que se dispare desde el principio a la excepcionalidad. Pero Sukhorova es una intérprete aquilatada, a la que no faltan condiciones de suavidad y de finura. La proyección de su Odile fue más acendrada y segura, pero no alcanzó a dominar los endiablados 32 fouettés.

Quien dio todo el tono de la obra fue Tigran Mikayelyan como Siegfried, a través de todos los actos, sin falla. No sólo comprende y revaloriza desde su propia sensibilidad al atormentado príncipe, sino que lo ilumina con una luz que no tengo dudas en denominar como ·única, o al menos lo suficientemente convincente y explícita como para que, en determinados instantes, eso que se aduce es el “misterio del teatro” se haya apoderado de nosotros, gracias a Mikayelyan. ¡El “Lago” fue Él! Es un intérprete curioso –amén de su pujanza técnica, especialmente en la elevación- porque no es un danseur noble, y sin embargo se adueña de este rol y creería que que de cualquier otro del repertorio clásico, con la misma frescura y magnetismo.
Es uno de los grandes pilares del Bayerisches Staatsballett, y de continuar en esa magnífica forma, creo que tiene por delante una maravillosa carrera en el ballet europeo. En pocas palabras, es un artista adorable, que me hizo amar el “Lago” como si lo viera por primera vez.
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Ballet de l'Opéra National de París
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