El Ballet Russe de Montecarlo

El Ballet Russe de Montecarlo | Danza Ballet 

No olvidemos al «otro» Ballet Russo (Ballet Russe de De Basil)

Con el éxito reciente del fascinante documental “Ballets Russes» , en donde se recuenta la historia (y algunos enjundiosos chismes) de aquella fenomenal compañía  que se llamara Ballet Russe de Montecarlo, se ha despertado un enorme interés por la historia de los conjuntos así llamados (que realmente fueron dos),  surgidos después del fallecimiento del empresario ruso Serge Diaguileff, en 1929.

Veinte años antes, el empresario había lanzado ante el atónito público parisino, la aventura mágica que fue la trayectoria de los Ballets Russes de Diaguileff.

Lamentablemente,  muy poco se habla en dicho documental  del “otro” Ballet Russe, el que nacería de la división del primero, fundado en 1932, tres años después de la muerte del gran promotor ruso.

Uno de los conjuntos  conservaría completo el nombre original, y sería dirigido en primera instancia por René Blum, mientras el otro, bajo la égida del Coronel W. De Basil, sería llamado, indistintamente, Ballet Russe de De Basil, Convent Garden Ballets Russes, u Original Ballet Russe.

Bajo este último titulo  llegó a La Habana, un luminoso día del mes de marzo del año 1941,  para encontrar grandes aplausos,  fieles devotos, y una huelga laboral inclemente, suscitada por la propuesta reducción de salarios al Corps de Ballet.  La compañía se quedaría estancada en la capital cubana por largos meses;  un limbo artístico del que nadie salió ganando, pues según los historiadores, el Original Ballet Russe de De Basil, nunca se recuperó del desastre financiero (Vicente García Márquez, The Ballets Russes, Alfred A. Knopf, New York, 1990).

El Ballet Russe de Montecarlo había ya visitado Cuba  en 1936. Contratado por la Sociedad Pro-Arte Musical de La Habana, pionera de las instituciones musicales de la isla,  el Ballet Russe ofrecíó dos funciones para los asociados, y en una de ellas, el público aplaudió a rabiar al joven bailarín  Alberto Alonso (de 18 años) , que acababa de unirse al conjunto bajo contrato.

Los aplausos tributados al novel bailarín, al ser reconocido por el público cubano en la escena, lo hicieron sonrojar (según aseguró años después en una conversación privada),  ya que en ese momento, en “Le Beau Danube” (según aparecía el título en el programa), compartía las tablas con grandes de la danza, como Leonide Massine, Alexandra Danilova, Tatiana Riabouchinska, Tamara Toumanova y Yurek Shabelevsky, que por no ser muy conocidos en el Hemisferio Occidental en aquel entonces, recibieron menos  aplausos que el joven Alonso.

Cuando  ocurrió la división,  a fines de 1936,  la  llamada “guerra de los ballet rusos” dio comienzo.  El grupo que conservó el nombre, retuvo en sus filas a Massine, Danilova y otros importantes bailarines del elenco,  mientras el “otro”  mantuvo en su filas a los siempre fieles (a De Basil) Baronova, Riabouchinska, David Lichine, Roman Jasinski, Paul Petroff,  y otros más.

Toumanova entraría y saldría de ambas compañías como mejor le convino a su carrera a través de los años.

El Ballet Russe de Montecarlo, con el afamado empresario Sol Hurok de agente, viajó  mayormente a través de los Estados Unidos, hasta terminar sus actividades en 1962, cimentando la afición en el continente americano por la danza clásica. Frederic Franklin, bailarín  nonagenario, aún activo (y un magnífico narrador), hace muy suyo el documental “Ballet Russes”,  y provee al balletómano con infinidad de historietas  y pecadillos de la época, que resultan una verdadera delicia de escuchar.

Por su parte, el Original Ballet Ruso de De Basil, viajaría mayormente por Europa,  y los mares del sur, aunque también tocó tierra norteamericana varias veces. En 1938, estando de regreso en Europa de una exitosa gira por Australia y Nueva Zelandia,  estalló la segunda guerra mundial. Después de incontables vicisitudes, pudo trasladarse a América con todo el equipo de bailarines y decorados, para rendir una temporada en el Bellas Artes de México, y de allí trasladarse a Cuba.

La temporada de La Habana (auspiciada por la Sociedad Musical Daniel, y el empresario Ernesto de Quesada),  que dio comienzo en marzo 20 de 1941,  incluyó ballets maravillosos, algunos de ellos nunca antes vistos en Cuba. Entre ellos había innumerables obras  de Fokine (cuyos títulos aparecerían traducidos al español en los programas), tales como “Las Sílfides”, “El Gallo de Oro” (Rimsky-Korsakoff) , “Paganini” (Rapsodia sobre un tema de Paganini, de Rachmaninoff),  “Principe Igor”, “Carnaval”, “Petrouchka”, “Sheherazade” y  “El Espectro de la Rosa “. De  Massine subieron a escena  “Sinfonía Fantástica” (Berlioz) ,  “Presagios” (5ta. Sinfonía  de Tchaikowsky). y “El Danubio Azul” (este título es una equivocación del traductor del momento, ya que el nombre correcto en francés, era “Bello Danubio). De otros coreógrafos fueron presentados “Baile de Graduados” (Lichine-Strauss), “Las Bodas de Aurora” (Petipa), “El Lago de los Cisnes” Acto II (Ivanov),  “Cotillon” (Balanchine-Chabrier), y “Los Cien Besos” (B. Nijinska-d´Erlanger).. La temporada terminó en abril 24 de 1941.

Con toda aquella extraordinaria programación, pero el factor de la huelga inquietando  la tensa situación, las funciones fueron desarrollándose lo mejor que fue posible.

Algunos de los solistas se vieron obligados a asumir  papeles de menor categoría, y por la extrema situación económica que afectaba  a todos, los bailarines tuvieron que buscar trabajo en cualquier medio artístico que los acogiera, incluyendo salas nocturnas (como fue el caso de David Lichine y Tatiana Leskova, quienes en abril 21, aparecieron en el cabaret Tropicana, en una producción titulada “Congo Pantera”). Así sobreviviría el conjunto hasta el mes de julio, cuando Pro-Arte Musical les tendió la mano, y  compró dos funciones para sus asociados (julio 24 y 25), que  incluyeron, entre otras ya vistas,  dos  nuevas obras:  “Francesca Da Rimini”(Lichine-Tchaikowsky) y “Choreartium” (Massine-4ª. Sinfonía de Brahms).

En estas funciones, al igual que en otras de la temporada habanera,  Alberto Alonso asumió algunos de los roles principales, junto a su primera esposa,  la bailarina canadiense Patricia Dense, conocida en el mundo del ballet como Alexandra Denisova, de encantadora personalidad y relevantes cualidades artísticas. El matrimonio había abandonado la compañía meses antes, para establecerse en Cuba. En septiembre de ese año, ambos  asumirían  la dirección  de la escuela de baile de Pro-Arte Musical.

Baronova, Riabouchinska y Lichine, ante la grave situación económica,  abandonaron Cuba  tan pronto terminaron sus compromisos. No obstante, tanto el  magnífico director de orquesta húngaro, Antal Dorati, y otros bailarines como Tamara Grigorieva, Nina Verchinina, Anna Leontieva, Genevieve Moulin,  Tatiana Leskova, Anna Volkova, Yura Lazowski, Dimitri Romanoff, Roman Jasinski,  Paul Petroff, Oleg Tupine, etc., igual que los miembros del coro,  que habían permanecido en la isla durante todo ese tiempo, tomaron parte  en esas últimas funciones (en las que también figuró  el bailarín cubano Fernando Alonso, quien semanas antes había regresado de Nueva York con su esposa, Alicia,  donde cumplían contratos con el Ballet Theatre, debido a los trastornos en la vista que la Alonso comenzaba a sufrir).

Gracias a los honorarios que los artistas rusos recibieron de Pro-Arte Musical por su trabajo, pudieron marchar a los Estados Unidos, y de allí continuar su peregrinaje. A partir de entonces, hasta la terminación de la guerra,  las giras de la compañía se desarrollaron  mayormente en Sur América.

El Original Ballet Russe volvió a Cuba en 1946, con varios artistas nuevos en el elenco.

El repertorio también había incorporado una obra nueva ( “Caín y Abel”, de Lichine, y música de Wagner). El elenco, además de algunos de los bailarines anteriores (como Baronova,  Moulin, Morosova, Jasinski  y Tupine),  ahora incluía  a Tatiana Stepanova, Nina Stroganova, April Olrich, Carlota Pereyra,  Kenneth MacKenzie,  Vladimir Dokoudovsky, etc.

Esta fue la última vez que el Original Ballet Russe tocó tierra cubana.

De Basil sufrió un  ataque al corazón, y murió en 1951. La compañía terminó sus actividades en 1952.

El Ballet Russe de Montecarlo, sin embargo, continuó  activo en América del Norte hasta 1962. Después, esa gloriosa era de magníficos bailarines, y repertorio alucinante, desapareció. No obstante, otros colosos ya reafirmaban su capacidad en el mundo, y una nueva generación de coreógrafos y estrellas del futuro se cimentaba en varios continentes.

La magia de aquellas inolvidables funciones, y el convivir durante cuatro largos meses con tantas diferentes personalidades de la danza,   tan atractivas como las leyendas en que estaban envueltas, hicieron una balletómana fanática  de quien estas líneas  escribe.

Los años transcurridos no han mermado ni el recuerdo, ni la afición. ¿Cómo es posible olvidar  las atrevidas coreografías neo-clásicas de Fokine, y los cautivantes ballets sinfónicos de Massine? ¿Y cómo no recordar la elegancia de Baronova,  la ligereza de Riabouchinska, el hermoso calor humano que Denisova irradiaba, y la masculinidad escénica de todos aquellos hombres inolvidables?

Fotos del archivo privado de la Sra. Célida P. Villalón

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Alexandra Denisova en «Les Cent Baisers», cor. de Nijinska, música de D´Erlanger. (La foto es de 1940).
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La compañía durane un viaje (1936) De der. a izq. (lra. fila) De rodillas, Alberto Alonso; en el centro, de blanco, Eugene Delarova (esposa de Massine). (2da. fila) De pie: Roland Guerard (con boina); Irina Baronova; Leonide Massine (con sombrero); Tatiana Riabouchinska (sentada en la barandilla). De Basil (con gorra); Alexandra Danilova (sobre la barandilla); Anna Volkova (idem); Marc Platoff (de pie); Lara Obidenna y Marian Ladré (de pie).
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Alberto Alonso y Tania Bechenova en «Le Beau Danube» (1941).

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