Con una gala celebran 75 años del American Ballet Theatre. El festejo contó con la presencia de grandes figuras de su pasado, como la rusa Natalia Makarova.
La compañía de ballet más importante de Estados Unidos, el American Ballet Theatre (ABT), celebró ayer su gala de 75 aniversario con la presencia de grandes figuras de su pasado, como la rusa Natalia Makarova, y con una programación que resumió su todavía difusa identidad.
“Sabemos qué es el teatro, sabemos qué es el ballet pero, ¿qué es América?”, fue la pregunta que hiló el viaje de una ceremonia llena de guiños al pasado, con todo su presente sobre el escenario y con un futuro de incógnita ante la renovación tras tres primeras figuras que abandonan esta temporada: la argentina Paloma Herrera, la cubana Xiomara Reyes y la estadunidense Julie Kent.
Lucia Chase y Rich Pleasant lo crearon en 1940 bajo el nombre de Ballet Theatre con sede en el Rockefeller Center. Sin el abolengo cultural de Europa y sin la disciplina férrea de Rusia, la compañía buscó aportar, dijeron, “el estilo fresco estadunidense”. En 2015, en el Lincoln Center y bajo la dirección de Kevin McKenzie, el ABT es una de las grandes compañías del mundo, pero el estilo va, viene y se cuestiona. Como EU, sigue bebiendo de la diversidad, de los diferentes tamaños y razas, pero también se divide entre la hospitalidad y la fragmentación. El fragmento American empezó la gala repasando orgullos nacionales como el coreógrafo Jerome Robbins y su Fancy Free, que bebe directamente del musical clásico de EU, Black Tuesday, de Paul Taylor, o con Rodeo, de Agnes de Mille, ambientado en el mundo del cowboy.
Sobre el escenario los vestigios de una era dorada del ballet latino en el ABT: quedan Herman Cornejo y Marcelo Gómez. Reyes, de retirada. Y también el relevo ruso de Daniil Simkin, que combina la técnica eslava con la gracia narrativa que sí es marca del ABT. Georges Balanchine, Herbert Ross y Alvin Ailey fueron mencionados como grandes coreógrafos del país, como lo fueron Leonard Bernstein, Philip Glass y Duke Ellington en el apartado de la composición musical. Como suele decirse, esto es América. En el segundo apartado, Theatre, llegó con la actriz Sigourney Weaver, como maestra de ceremonias. “El ballet no es un lenguaje hablado, pero quizá sea el más puro de los lenguajes. Un lenguaje que viene del alma”, aseguró la actriz de Alien, para dar paso a coreografías de poder dramático como Pillar of Fire, de Antony Tudor, o cómico como Bright Stream, de Alexei Ratmansky.
Por fin, llegó el momento de hablar del ballet propiamente dicho y asumir el gran fuerte de la compañía: su impúdica afiliación a los patrones clásicos, a los tutús y las partituras de Tchaikovsky, a un repertorio que sigue arrasando con El lago de los cisnes, Manon y Giselle.
Y así, se llegó a la conclusión de que 75 años en el mundo del ballet es todavía juventud, en comparación con Moscú o París. Y como despedida, toda la compañía, pasado y presente, se reunió en el escenario con la música de La bella durmiente, para quien cien años pasaron en un sueño. Fuente EFE.
