Anna Pavlova (1882 – 1931)

Fue Anna Pávlovna Pávlova (12 de febrero de 1881 – 23 de enero de 1931) una de las máximas exponentes del ballet clásico.

La rusa Anna Pavlova, murió el 23 de enero de 1931, a los 49 años de edad, cuando se encontraba en la cima de su carrera. En enero de 1930 realizó la última gira de su vida por Europa. Bailó en el sur de Francia, Suiza, Alemania, Dinamarca, Suecia, Noruega y finalmente en París. Había brillado sin cesar durante 32 años, desde el invierno de 1899 en que recibió su título de Bailarina de la Academia Imperial de Ballet de San Petersburgo, en el Teatro Mariinsky.

Tuvo una calidad etérea y apariencia frágil, pero sana; piernas bien modeladas sin la excesiva musculatura que a algunas de ellas da el ejercicio de la danza; tobillos finos; brazos largos, perfectamente delineados, buscando siempre tocar con la punta de sus dedos la inmensidad del otro yo.

Pavlova nació de manera prematura, diminuta y débil, un 31 de enero de 1882 en San Petersburgo. Huérfana de padre, desde los dos años de edad fue una pequeña mimada por su madre y aun cuando de niña fue enfermiza se convirtió en una excelsa bailarina que muy pronto cobraría fama en todo el mundo.

Su progenitora, que tenía sangre rusa y judía, estaba preocupada por la salud de su hija, y decidió enviarla con su abuela al campo, en Ligovo. Allí Pavlova se enamoró de la naturaleza, amor que influyó después en su interpretación de “La Libélula”, “La amapola de California”, “Hojas de otoño” y otros personajes. Su vocación por la danza nació a partir del día en que su madre la llevó a ver el ballet de “La Bella Durmiente”, cuando tenía ocho años, y desde entonces no tuvo más que un anhelo: ingresar a la escuela de danza.

Cuando presentó el examen de admisión tenía apenas 10 años y su figura era muy delgada.

Por espacio de siete años estuvo sometida a un régimen intenso en esa escuela, donde no sólo resistió a todos los ejercicios, sino que adquirió la salud y el vigor que tanto necesitaba y conservó hasta el último día de existencia. Sus primeros maestros fueron Ekaterina Vazen, Pavel Guerdt, el sueco Christian Johansen y el francés Marius Petipá, entre otros.

La carrera escénica de Pavlova comenzó en el Teatro Mariinsky (Opera Imperial) representando diversos papeles.

En 1905 fue invitada a participar en una gran función benéfica y pidió a su amigo Michael Fokin que le aconsejara una pieza musical para bailar.

Fokin propuso “El cisne”, de Saint-Saens. En un momento compuso la danza y de inmediato empezaron a ensayar. Así nació el “solo” del ballet más famoso de todos los tiempos, «La Muerte del Cisne».

Ante el éxito que obtuvo, las autoridades del Mariinsky no vacilaron en dar a Pavlova el papel principal dentro de aquella obra de “El lago de los cisnes”, ballet en cuatro actos y con música de Piotr I. Tchaikovsky. Poco después se le nombró Prima ballerina.

Fue también afortunada en el amor, ya que en ese mismo año se casó con el barón Víctor Emilovith Dandre, quien en lo sucesivo organizó todas sus giras y, después de su muerte, escribió el libro que constituye la mejor biografía de Anna.

Su primera gira fue a Riga, en 1907, con Adolph Bohn, como pertenaire.

Después lo haría a Helsingfors, muy cerca de Estocolmo, Suecia, donde el rey Oscar le confirió la Orden Sueca del Mérito en Arte. Luego viajó a Copenhague, Leipizig, Praga, Berlín y Viena, donde el público colmó de flores el escenario. Años después sus viajes continuaron y llegó a conquistar el mundo entero.

Pavlova formó su propia compañía. El 28 de febrero de 1910 apareció por vez primera en el Metropolitan Opera House, de Nueva York, con el ballet “Coppelia”, llevando a Michael Mordkin como su pareja. Su triunfo fue avasallador.

En abril de ese mismo año inició una temporada en el Palace Theatre, de Londres, que duró hasta agosto. Durante los cinco años siguientes repitió una temporada anual de 15 a 20 semanas en ese mismo teatro de la capital inglesa, teniendo una retribución de mil 200 libras esterlinas como paga.

Anna Pavlova conquistó al público londinense desde la primera vez. En 1912 ella y su marido compraron una vieja casa en la parte alta de la ciudad, con un jardín frondoso, un pequeño estanque y paredes recubiertas con hiedra.

En 1913 hizo sus últimas apariciones en San Petersburgo y dejó su departamento, porque le era demasiado difícil conservar esa doble vida estando una parte del tiempo en el extranjero y la otra en Rusia. Por otro lado, acababa de firmar un contrato para realizar una larga gira por Estados Unidos y Canadá.

Terminando la gira por América del Norte, en mayo de 1914, durante el verano siguiente, Pavlova estuvo por última vez en Rusia. Al estallar la Primera Guerra Mundial (1914-18) se encontraba en Alemania y logró volver a Inglaterra, vía Bélgica. En septiembre se embarcó de nuevo a Estados Unidos para llevar a cabo otra gira.

A Pavlova le eran indiferentes los convencionalismos. Estaba dispuesta a bailar en cualquier parte, donde la gente quisiera verla, y la prueba es que llegó a actuar en el Hipódromo de Nueva York, entre elefantes amaestrados, así como coloridos y alegres titiriteros.

En Estados Unidos Pavlova tenía buenos amigos, entre ellos Mary Pickford, Douglas Fairbanks y Charlie Chaplin, quienes la persuadieron a filmar sus danzas. En la película que se conserva, tomada en 1912, puede verse su gran estilo y personalidad, así como el magnetismo que tenía con el público.

También estuvo en México, Brasil y Argentina, entre otros países de América, y al terminar la guerra volvió a su casa de Londres, reanudó sus giras por toda Europa y extendió éstas al poco tiempo por todo el mundo. Visitó India, Malasia, Japón, Egipto, Sudáfrica, Austria y Nueva Zelanda, entre otros. En enero de 1930 Anna Pavlova realizó la última gira de su vida por Europa.

Bailó en el sur de Francia, Suiza, Alemania, Dinamarca, Suecia, Noruega y finalmente en París.

La muerte cortó su carrera de artista el 23 de enero de 1931, antes de que empezara en declive. Había representado durante 25 años la muerte del cisne, sobre los escenarios más afamados del mundo.

Ahora el cisne moría una vez más, pero esta vez para siempre. Sería otra bailarina la que ocupase su lugar, pero nunca con la gracia y calidad, como lo hizo ella. www.milenio.com

Anna Pavlova. (San Petersburgo, 1882 – La Haya, 1931).

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