Onegin, el héroe siniestro de Pushkin.
Muchos años han pasado desde que el Ballet de Stuttgart ofreció varias temporadas en Nueva York, que sucedieron al final de la década de los años 60 y principio de los 70. Recuerdo con emoción las veces que acudí a disfrutar de los programas que ofrecían en el recién estrenado Lincoln Center de Nueva York.
La fama de John Cranko (1927-1973) coreógrafo del ballet “Onegin” (1965), que el American Ballet Theatre (ABT) ha presentado en la cuarta semana de su actual temporada en el Met, llegó muy pronto a América, después de los triunfos adquiridos en los innumerables trabajos que hizo para el Sadlers Wells Ballet y el Royal Ballet de Londres.
El entrenamiento de Cranko en el arte del ballet había comenzado en la Universidad de Capetown, África del Sur, de donde era natural, pasando en 1946 a Londres, para estudiar danza clásica. No obstante, allí muy pronto demostraría que su afición mayor no era ser bailarín, sino producir coreografías.
El interés por sus obras pronto trascendió más allá de las compañías europeas. En 1950, el New York City Ballet (NYCB) presentó un trabajo del coreógrafo titulado “The Witch” con música de Ravel. Años más tarde, en 1961, después del triunfo obtenido con “The Prince of the Pagodas” que lleva música de Britten, Cranko abandonó el Royal Ballet, de donde era miembro, para tomar el cargo de director artístico del Ballet de Stuttgart. En unos pocos años lograría lo que fue llamado “el milagro de Stuttgart”, al convertir a la compañía de ese nombre en un conjunto respetable por su fuerza y disciplina, además de crear un repertorio neo-clásico de gran importancia.
“Onegin” ballet en tres actos y seis escenas, está basado en un famoso poema de Alexander Pushkin. La decoración y el vestuario son originales de Santo Loquasto, los cuales dan a la obra la ambientación necesaria. Anteriormente, el inmenso Pyotr I. Chaikowsky, había utilizado el poema de Pushkin para convertirlo en una ópera de tres actos. La música del ballet, sin embargo, usa muy poco de la partitura de la ópera. El acompañamiento ahora se debe a los arreglos de Kurt-Heinz Stolze, que incluye otras bellas piezas musicales del inmortal compositor a través de la obra.
Vista en primera instancia por el Stuttgart, la obra me deslumbró; no obstante, cuando fue escenificada en 2001 por el ABT, el esplendor inicial había disminuido un tanto. Ahora, en este tercer encuentro, hay que añadir más descenso en la importancia que originalmente había producido en mi la coreografía.
El argumento, tomado totalmente del poema ya mencionado, en esta representación del ABT no pudo haber tenido mejores intérpretes. Los personajes principales son cuatro: Eugenio Onegin, a cargo del magnífico Marcelo Gomes, aparece siempre trajeado en ropa negra, demostrando ser elusivo, hermético y hasta displicente; Diana Vishneva, la romántica Tatiana, se enamora del áspero personaje con toda la intensidad de su juventud y romántica personalidad; su hermana Olga es Natalia Osipova, simpática y traviesa, que vuela por el escenario como una mariposa y parece solo querer hacer travesuras. Su novio, Lensky, es el cuarto solista del reparto; un alegre galán bien desempeñado por Jared Matthews, prometedor bailarín del grupo de solistas de la compañía.
Hay varias escenas de movimiento con el bien entrenado Corps de Ballet, que luce mejor en cada presentación. La alegre danza rusa de campesinos, por el grupo masculino del elenco, es una escena muy divertida y llena de vida. Pero hay demasiados Pas de Deux para las dos parejas principales, y pocas variaciones para cada uno de ellos. Aquí los pasos se repiten una y otra vez hasta aburrir. Los momentos trágicos no faltan: Onegin recibe una carta de Tatiana anunciándole su amor. Éste, ni corto ni perezoso, cuando se vuelven a encontrar en la finca de Larina, Susan Jaffe, matriarca de la familia, Onegin rompe la carta y en un abrazo cruel a Tatiana, deja caer los pedazos en sus manos. Después, cuando el gran baile comienza en la mansión de la matriarca, Onegin se interpone, una y otra vez, entre Olga y Lensky, para bailar con la traviesa jovencita que solo quiere pasar un buen rato, e inocentemente ignora el desagrado de su novio con lo que está sucediendo. Muy pronto Lensky, lleno de celos, reta a Onegin a un duelo, a pesar de que éste trata de disculparse, pero Lensky, empecinado en sus sospechas, no acepta excusas. El resultado es trágico…Lensky muere del balazo del diestro Onegin.
En el último acto, el tiempo ha pasado y Tatiana ha contraído matrimonio con el Príncipe Gremin, Gennadi Saveliev. Pronto Onegin aparece, y vuelve a encontrar a su antigua enamorada, convertida ya en una atractiva mujer, quien, no obstante, aún lo ama.
Su elegante belleza atrae irremisiblemente al lúgubre personaje, que logra entrar en su casa para declararle su amor y tratar de reconquistarla. Ese Pas de Deux, de largos minutos de duración, reivindicó la noche. Si la coreografía fue hechizante, la intensidad de Vishneva, debatiéndose entre sus sentimientos y el respeto a su esposo, así como la desesperación de Gomes por no conseguir su amor, eleva el trabajo de ambos bailarines a alturas insospechadas. Al final, Tatiana resiste los impulsos de su corazón, y toma venganza, rompiendo la carta que Onegin le había enviado, en varios pedazos, tirándola sobre su pecho, como él hiciera en el pasado.
Podía sentirse el suspenso reinante en el teatro, ante la trascendencia del momento, que sucedía a los acordes de la Fantasía “Francesca da Rimini”, otra de las exquisitas melodías de Chaikowsky, a quien me permito llamar el “mejor autor de música para ballet que jamás haya existido”. Al final, como era de esperarse, los aplausos retumbaron entre las paredes del inmenso teatro por largo rato, y hubo más de un espectador ( yo entre ellos), que tuvo que enjugar una o dos lágrimas.
La carrera de Cranko fue corta (falleció inesperadamente en un vuelo trasatlántico, de regreso a Stuttgart, después de la temporada de la compañía en América), por más que momentos como éste lo mantendrán en la lista de los buenos hacedores de coreografías.
Mi respeto y admiración para quien ha podido lograr situaciones como la que aquí describo, aunque éstas no sean abundantes. Pocas o muchas, las mejores vivirán siempre en la mente de quienes hemos podido disfrutarlas.
Diana Vishneva y Marcelo Gomes en Onegin
© Gene Schiavone, cortesia del American Ballet Theatre (ABT)
©2012 Danza Ballet
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