Centenario de los Ballets Russes de Diaghilev


En este mayo de 2009 que se aproxima,  Ballets Russes de Diaghilev habría cumplido cien años de existencia.

Nunca mejor ocasión que ésta, para repasar la inolvidable historia de ese proyecto sin igual.

Escribe  Célida P. Villalón, U.S.A.

A fines del siglo XIX, el Ballet Imperial del Teatro Mariinsky de San Petersburgo, continuaba bajo la égida del ilustre coreógrafo marsellés, Marius Petipa, quien llevaba treinta años de dictadura artística absoluta. Los grandes espectáculos bailables con elaborados patrones danzarios,  típicos del gran maestro, se sucedían sin interrupción, pero habían caído en una peligrosa aunque brillante monotonía, ya que Petipa no propiciaba que surgieran nuevos valores en el campo de la coreografía.



Petipa había llegado a la Rusia Imperial en 1847, con un contrato de bailarín que duraría un año, pero su estancia se prolongaría, y mucho después, en 1854, aún estaba en San Petersburgo, cuando fue nombrado instructor de la Escuela Imperial Rusa. Ese nombramiento dio lugar a que la prolífica inventiva del marsellés elevara la escuela a nuevas alturas. Algunas de las magníficas obras que Petipa creara hasta 1903, año en que fue forzosamente  retirado de la escuela, aún existen (con infinidad de cambios, según la apreciación de quienes las escenifican) en el repertorio de varias compañías de danza del mundo.



Después del retiro de Petipa, el ballet continuaría un curso rutinario, tanto en Moscú como en San Petersburgo, de la mano de talentos locales, y esa situación se prolongaría hasta la llegada del alba de los Ballets Russes.


La fermentación había dado comienzo algunos años antes, sin embargo, con la publicación de una revista titulada Mir Iskoustva  (El mundo del arte), dirigida por un grupo de amigos intelectuales que frecuentaban los círculos artísticos de San Petersburgo. Prontamente la publicación comenzó a ejercer gran influencia en el desarrollo de las artes bellas en Rusia.



El grupo de amigos, llamado jocosamente “los Pickwickians”, sentía gran atracción por las artes visuales, y su interés en la danza había tenido lugar poco antes, cuando vieron actuar en el Teatro Mariinsky, en 1885, a la bailarina Virginia Zucchi. De ella dijeron que “había más arte en la curvatura de su espalda, que en todas las obras poéticas de Italia”.


Entre los más destacados miembros del grupo se encontraban el libretista y bocetista Alexander Benois, de apellido oriundo de Francia, y el pintor ruso Leon Bakst. A ellos se uniría, casi desde el principio, un provinciano llamado Sergei Diaghilev, nacido en  Perm en 1872, que provenía de una familia distinguida venida a menos.



En 1890, Diaghilev se radicó en San Petersburgo con idea de estudiar leyes, pero su interés mayor era la música, a la que deseaba dedicarse como compositor. No obstante, el músico Nikolai Rimsky-Korsakoff escuchó uno de sus trabajos musicales, y le aconsejó que mejor se dedicara a otros menesteres. Fue entonces cuando Diaghilev se unió al círculo de los Pickwickians, y muy pronto fue el espíritu que los guió y movió a grandes empresas artísticas.



En 1904,  la revista cesó su publicación, y entre ese año y 1908, Diaghileff y sus amigos organizaron varias exhibiciones de pintura rusa en San Petersburgo y París. Los viajes de Isadora Duncan a Rusia, en 1905 y 1907, ejercerían una influencia definitiva  sobre los Pickwickians, que cayeron bajo el hechizo de la danza libre y naturalista de la Duncan, y trataron de incorporar lo mejor de ella a las ideas del grupo. En 1908, Diaghileff haría su debut como empresario teatral, presentando la ópera “Boris Godunov” de Modest Moussorgsky, en París, con el famoso bajo Feodor Chaliapin en el rol titular.



El éxito obtenido significó un contrato para Diaghilev en el Teatro Chatelet de Paris, en el que presentaría una temporada de ballet ruso en 1909. En aquellas primeras funciones en la capital francesa, el empresario reunió un grupo de bailarines con licencia del teatro  Mariinsky y del Bolshoi de Moscú, desconocidos hasta ese momento  fuera de Rusia (a excepción de Anna Pavlova, quien ya había bailado en Europa antes), al frente de los cuales iba Michel Fokine, encargado de la selección del reparto. La plantilla inicial incluia además de Pavlova, a Tamara Karsavina, Vera Karalli, Yekaterina Geltzer, Bronislava Nijinska,  Sofia Fedorova, Vaslav Nijinsky, Adolphe Bolm, Michael Mordkin, y varios otros más. 


El repertorio seleccionado, además de la ópera “Iván el Terrible”, de Rimski-Kórsakov, contenía varios ballets que causarían una revolución artística: “Les Sylphides”, de Chopin; “Cleopatra”, con música de varios autores, “Le Pavillon d´Armide” de N. Terechpnin, y las Danzas Polovtzianas de la ópera “Príncipe Igor”, de Borodin, todos con coreografías de Fokine, junto a ”El Festín”, un divertissements, confeccionado con varias obras de Petipa. La fecha del debut,  mayo 17 de 1909,  marcaría un hito en la historia de la danza mundial:  el comienzo de una nueva era, y el nacimiento del ballet moderno, del cual, sin duda alguna, sería Fokine el iniciador.

Pavlova y Nijinsky en "Le Pavillon d´Armide", (ca. 1909)

 

El éxito de las presentaciones fue extraordinario, y no solo recayó en los bailarines, que se convirtieron en estrellas de la noche a la mañana por sus dinámicos bailes, sino también en Fokine por sus coreografías innovadoras y diferentes. En ellas, el coreógrafo liberaba al ballet de limitaciones arbitrarias, creando una nueva forma de movimiento que lo apartaba de las normas establecidas, pero sin traicionar sus principios académicos.



La visión, buen gusto y tenacidad de Diaghilev fueron también reconocidas como geniales, por haber hecho posible que el ballet clásico emergiera fuera de Rusia como una organización moderna. Los bocetistas Benois y Bakst fueron asimismo admirados como iniciadores del “art noveau”, por los llamativos colores que usaban en los decorados y vestuario. El triunfo de aquella primera temporada determinó que Diaghileff se inclinara al ballet clásico con preferencia sobre las otras artes. 



Si bien el extraordinario conjunto duraría  veinte años, y produciría otros artistas de gran importancia (como Leonid Massine, Olga Spessitseva,  Alicia Markova, Felia Dubrovska, Serge Lifar, Antón Dolin, etc.),  pudiera decirse que los primeros diez años tuvieron una relevancia muy especial. Los  innumerables estrenos que se sucedían uno tras otros, y el escándalo que ocurrió en el estreno de “La Siesta de un Fauno”, original de Nijinsky, sobre “L´Après-midi d´un Faune”,  de Claude Debussy, junto a la ruptura de las relaciones íntimas de Diaghileff con el afamado bailarín por motivo de su matrimonio, aumentaría el brillo de la compañía, a lo que podía sumarse el interés insaciable del público por lo excitante.  



Sin embargo, no menos importante para los Ballets Russes, fue la contratación de George Balanchine como coreógrafo, en 1924, cuando andaba de gira por Europa con  Alexandra Danilova y Tamara Geva. Balanchine crearia durante los años que perteneció al grupo, un total de diez trabajos importantes, entre éstos, “Apolo” de Igor Stravinsky (1928), y “El Hijo Pródigo” de Serge Prokofieff (1929), obtendrían la calificación  de obras maestras.



La carrera artística de Nijinsky finalizaría abruptamente en 1919, cuando perdió   la razón. No obstante, Diaghilev continuó su largo historial de triunfos, agrupando en su derredor  a los talentos más relevantes de una era, que incluían compositores, además de los mencionados anteriormente, como Maurice Ravel, Francis Poulenc, Manuel de Falla, Darius Milhaud, Georges Auric, Eric Satie, Vittorio Rieti y Nicholas Nabokov. Pintores  y diseñadores como Pablo Picasso, Henri Matisse, Natalia Gontcharova, Juan Gris, Giorgio Di Chirico, José María Sert,  igualmente que Utrillo, Roualt y Roerich, exhibieron sus talentos en el repertorio de los Ballets Russes, creando infinidad de atrevidos decorados, y diseños de vestuario de extraordinaria belleza y colorido.



Los Ballets Russes de Diaghilev terminaría sus actividades al morir su mentor y alma,  en Venecia, en 1929. Inmediatamente después, René Blum, con la mayoría de los bailarines que habían quedado inesperadamente sin rumbo,  iniciaría un nuevo conjunto llamado Ballet Russe de Montecarlo. En 1936, el Ballet Russe se dividiría en dos: Comenzando bajo la dirección artística de Massine, un grupo conservaría ese nombre,  y estaría vigente hasta 1962.

El otro grupo surgido de la división,y  bajo la égida del Cor. W. De Basil, sería conocido como Ballet Russe de De Basil, por más  que más tarde sería conocido como Original Ballet Russe, hasta su final en 1948.

 El interés  por la compañía de Diaghilev ha renacido desde la celebración de una reunión, en el año 2000, en  Nueva Orléans, EE.UU., que agrupó a un buen número de los bailarines  de los conjuntos que heredaron el legado del afamado promotor ruso, aún sobrevivientes. Meses más tarde aparecería esa reunión — y la historia de quienes lo integraban –, en un espléndido DVD exhibido en cines de arte con gran éxito. 

Es apropiado añadir aquí que en este enero que acaba de terminar, la historia de los Ballets Russes de Diaghilev,  fue de nuevo honrada y recordada, con la presencia del Ballet Kirov del Teatro Mariinky,  en el Kennedy Center de Washington D.C., en  una corta temporada allí ofrecida.

Cartelera de Ballets Russes de Diaghilev, (Teatro Champs Elysées, 1913)


 

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