Juanjo Artés, en el Olimpo del ballet mundial: «Los premios son solo un empujón; te dan mayor reconocimiento internacional, pero, si de verdad es tu vocación, vas a querer hacerlo lo mejor que puedas te los den o no».
Por Asier Ganuza para La Opinión de Murcia.es (02.06.2019).
Hace algunas semanas, este murciano volvía a ocupar las publicaciones especializadas del sector tras ser nominado, entre los mejores coreógrafos del planeta, para la última edición de los Benois de la Danse, conocidos en el mundo entero como los ‘Oscar de la danza’. Y aunque finalmente no pudo ponerle la guinda al pastel recogiendo el premio en el prestigioso Teatro Bolshói de Moscú, su nombre, a buen seguro, figura ya en la agenda de los productores más importantes de la escena.
«Es un edificio muy grande, enorme, y con mucha historia detrás… Además, tiene una parte antigua y otra nueva, por lo que es casi como un laberinto. Pero lo cierto es que ya me lo conozco bastante bien», confiesa entre risas. Quien habla es el murciano Juanjo Arqués, bailarín y coreógrafo de talla internacional, y sus palabras llegan tras preguntarle por el Bolshói, todo un símbolo para el teatro, la ópera y, por supuesto, la danza. La afirmación resulta significativa, pues, para los menos avezados, subirse a las tablas de este imponente coliseo es, para un futbolista, como jugar en Wembley o Maracaná; para un jugador de baloncesto, como anotar en el Madison Square Garden y, para un pintor, como ver su cuadro colgado de las paredes del Louvre. En definitiva, hay que ser bueno, pero, sobre todo, que te lo reconozcan, lo que a veces es hasta más difícil…
Pero Arqués (1977) admite que siempre ha tenido «bastante suerte», aunque se apresura a añadir que siempre se lo ha «currado mucho» para estar donde está. Lo dice, en concreto, en cuanto a las audiciones a las que se ha sometido a lo largo de su carrera como bailarín –ya aparcada en pos de su faceta como coreógrafo–, pero lo cierto es que esta confesión también nos ayuda a entender por qué este murciano es nuestro ‘Importante’ del mes de mayo.
Y es que, quien le conoce, certifica que a Juanjo le acompaña una ética de trabajo sobresaliente, una pasión admirable por su trabajo y, especialmente, una arrolladora curiosidad que es clave para cualquiera que se proponga crear; cualidades que, efectivamente, el jurado de los Benois de la Danse –por seguir con las comparaciones, los ‘Oscar del ballet’– debieron apreciar para que su nombre apareciera hace unos meses entre los nominados a Mejor Coreógrafo de su última edición.
Desafortunadamente –esta vez sí–, Arqués no pudo ser todavía más protagonista durante la gala celebrada la semana pasada en el majestuoso escenario moscovita –que ya había visitado varias veces como solista de la Compañía Nacional de Holanda, de ahí que se sienta en el Bolshói como en casa–, aunque, con apenas 41 años, habría sido casi una osadía por parte de los jueces concederle el galardón. «Era uno de los más jóvenes, así que tal vez… Pero también pienso que los que se lo llevaron –el sueco Fredrik ‘Benke’ Rydman y el alemán Christian Spuck– son coreógrafos consagrados, muy respetados y que se lo merecían», señala el murciano, para quien, no obstante, estar allí por su trabajo con la obra Ignite –para el Birmingham Royal Ballet– ya era todo un premio: «¡Imagínate! Sentado junto a los mejores directores, bailarines y productores del mundo; eso te abre automáticamente la puerta a una proyección internacional grandísima. Así que estar nominado ya es, de por sí, un triunfo».

En cualquier caso, su todavía corta carrera como coreógrafo lleva varios años tocando con fuerza a la puerta de los grandes gurús del sector. En 2016, fue nominado a los Golden Mask Awards –celebrados también en el Bolshói– por su coreografía para Minos, con el Ballet Moskva; en 2017, la prestigiosa revista alemana Tang le señaló como el ‘talento más prometedor’ del año por Homo Ludens, del Dutch National Ballet, y, ahora, en 2019, los Benois.
Aunque, con esto de los premios, Arqués se muestra pragmático: «Simplemente son un empujón; te ayudan a tener reconocimiento internacional y, por tanto, te acercan a compañías de mayor prestigio. Pero, a nivel profesional, como artista o coreógrafo, no hay límites: si de verdad es tu vocación, vas a querer seguir haciéndolo lo mejor que puedas, te den un premio o no». De hecho, su viaje a Rusia –donde estuvo acompañado por su compañera Kate Whitley, autora de la música de Ignite y nominada a Mejor Compositora– ha sido un paréntesis, casi un oasis, en una agenda cargada de fechas marcadas en rojo. «Ahora mismo estamos preparando precisamente el estreno de Ignite con la Compañía Nacional de Holanda, que se estrena el día 14; también tengo un ballet muy divertido, Fingers in the air, con con la junior company de la compañía que vamos a presentar dentro de poco en Londres, y luego tengo proyectos con otras compañías como la Hong Kong Ballet, otras de Estados Unidos… Y, bueno, también hay compañías que actualmente siguen haciendo mis obras, como el Ballet de Moscú. En fin, siempre hay algo. ¡Ah! Y después del verano iré a Amberes», comenta entre risas.
Y es que la vida del coreógrafo no es sencilla. «Siempre digo que tengo mucha suerte por poder trabajar en algo que me gusta, que me apasiona, pero tiene sus inconvenientes… Viajas por todo el mundo y es genial, pero te vas por temporadas muy largas –a veces de siete u ocho semanas– y eso genera ausencias a nivel personal –con mi pareja, amigos– y, en ocasiones, estados de soledad –a veces viajo con mi asistente, pero muchas veces tengo que ir solo–; y es duro, pero también tremendamente gratificante porque, al final, estás haciendo lo que quieres, exploras diferentes culturas y tú mismo te creas nuevos desafíos en el camino», apunta Arqués, que actualmente, y desde hace algunos años, ‘vive’ en Ámsterdam como coreógrafo freelance, aunque asociado a la Compañía Nacional de Holanda.
Sea como sea, este murciano va allí a donde le llamen, allí donde quieran sus trabajos; los retos ya se los marca él: «Elijo un concepto e intento traducirlo al lenguaje del ballet». Ignite, por ejemplo, es un cuadro de William Turner (El incendio de las casas de los Lores y los Comunes, 1834): «Es la travesía del color, por decirlo así; una descripción o un viaje sobre el color del cuadro, pensando en la música como el lienzo y en la coreografía como los movimientos de la brocha del pintor». Solo nos queda esperar que, alguna vez, esa travesía le traiga, de nuevo, a la Región.
