El «Russian National Ballet» triunfa en el Campoamor con «La bella durmiente», según la coreografía canónica de Petipa y la música inmortal de Chaikovski.
El director artístico Sergie Radchenko ha vuelto a triunfar en Oviedo y muy probablemente repita éxito hoy con «El cascanueces», también en el coliseo carbayón, a las ocho de la tarde.
El Russian National Ballet demostró ayer que ciertamente procede de la gran patria de la danza al ofrecer una hermosa versión de «La bella durmiente» según la coreografía inmortal de Marius Petipa y la no menos maravillosa música de Chaikovski. El público llenó el teatro Campoamor, en veinticinco ocasiones aplaudió los sucesivos números y al final dedicó tres minutos y diecinueve segundos de ovaciones a los artistas. El director artístico Sergie Radchenko ha vuelto a triunfar en Oviedo y muy probablemente repita éxito hoy con «El cascanueces», también en el coliseo carbayón, a las ocho de la tarde.

Con una presentación a caballo entre la realidad de una corte barroca y la fantasía de un cuento, aparecen los bailarines que rodean a al rey Florestán, su esposa y la canastilla de la princesa Aurora que marca la leyenda. Se impone una marcha triunfal, unos gestos y estilos áulicos y la música potente e inspirada de Chaikovski que no abandonaría la velada durante dos horas maravillosas.
El prólogo y primer acto son para las bailarinas. En dos grupos de cinco abrieron los pasos clásicos -dejando atrás las anteriores gesticulaciones cortesanas y un punto cómicas- con calidad y, claro, sonaron los primeros aplausos de recompensa. El Hada de las Lilas firmó el primer pasaje verdaderamente primoroso de la noche y tras un cambio brusco todo se volvió lúgubre -de la iluminación a la música para subrayar la entrada en escena la bruja Carabosse, con una movilidad inquietante y acompañada de cuatro criaturas de la noche. Un olor a azufre, siquiera simbólico, llenó el Campoamor. La hada buena, apoyada por el arpa, aleja a la vieja malvada.
Cumplido el preámbulo, la acción salta dieciséis años. Inocentes campesinas y sus afanes por tejer apuntan la tragedia. Y aparece el mejor Chaikovski con pasajes inolvidables como el adagio de la rosa, dificilísimo para la prima ballerina y muy bien resuelto. Los caballeros cortejan a la joven que, por las mañas artes de la bruja acaba pinchándose con una aguja. La maldición se cumple. El bosque tenebroso todo lo envuelve.
Tras el descanso -en la acción pasan cien años- el Hada de las Lilas, encarnado por una excelente bailarina, alta y esbelta, inspira al Príncipe que al fin aparece en escena según el bailarín Kirill Safin, sobresaliente y después con el hada con fondo de violonchelo, aún mejor. La bruja es al fin apartada, la bella durmiente despierta con el beso del Príncipe y encarnada por Natalia Toriashvili firma unos momentos de gran calidad.
Último acto. Los personajes propios de los cuentos asisten a la boda de los príncipes. Una pareja de felinos, Caperucita y el lobo, el pájaro azul y su pareja se suceden en aciertos hasta que los protagonistas bailan su felicidad y el Hada de las Lilas bendice y protege la unión. www.lne.es

