Una joya de la musicología bajo la Acrópolis de Atenas
En el corazón del popular barrio ateniense de Plaka, a los pies de la majestuosa Acrópolis, hay una preciosa joya para los amantes de la música, apartada de las bulliciosas tabernas y tiendas turísticas de los alrededores.
En una antigua mansión de 1840, detrás del Foro Romano, a la altura de los números 1 al 3 de la calle Diogenous, se conserva -pese a la crisis financiera, las forzosas restricciones presupuestarias estatales y las graves convulsiones sociales- un tesoro de 1.200 instrumentos originales que responden a una tradición de más de 5.000 años de historia musical de Grecia.
Se trata del Museo de Instrumentos Musicales Populares Griegos, presidido por el catedrático de etnomusicología Lambros Liavas, de la Universidad de Atenas, que alberga la colección del investigador y musicólogo Fivos Anoyanakis, reunida en más de 40 años de labor, y el Centro de Etnomusicología del país heleno.
Desde la Grecia Antigua hasta nuestros días
Los objetivos, entre otros: «coleccionar, mantener y exhibir instrumentos musicales populares y, en general, todo material que contribuya a la investigación, el estudio y el fomento de la tradición musical griega (…) y bizantina (…)», así como preservarla y difundirla «por todos los medios disponibles (incluyendo cursos y conferencias), tanto en Grecia como en el exterior», según la información del museo.
Aquí, donde residiera el poeta, dramaturgo y héroe de la guerra de independencia (1821- 1831) George Lassani, se guardan asimismo más de 4.000 documentos en la Biblioteca Musicológica, entre libros y artículos donados por Anoyanakis, así como todas las publicaciones impresas de música bizantina desde 1826 hasta hoy.
Otras colecciones al alcance de estudiosos en este centro comprenden imágenes fotográficas, vídeos con grabaciones de campo, conciertos y conferencias sobre música tradicional griega, así como antiguos discos de vinilo digitalizados en una base de datos para localizar canciones según las diversas regiones del país.
Las piezas
El muestrario del museo -distribuído en tres niveles de la residencia (subuelo, planta baja y primer piso) y clasificado según como estos artefactos producen su sonido (membranófonos, aerófonos, cordófonos e idiófonos)- abarca una selección representativa de instrumentos musicales griegos que datan del siglo XVIII, siguiendo las tradiciones desde la Antigüedad hasta el presente, incluyendo panderetas (Defia), tambores de barro (Toubelekia), flautas, gaitas y laúdes de mástil corto (Uti), liras, violines, cencerros y cascabeles, entre otros.
No hay, entre las preciosidades exhibidas en las vitrinas del museo, ninguna lira como la que se supone Hermes enseñó a Apolo ni una siringa similar a la que Pan mostró a Dafne, según la mitología griega. Pero sí varios ejemplares más modernos de liras con caja de madera o un baglamas (pequeño buzuki) con caparazón de tortuga. Y en una sala contigua algunas rarezas, como flautas de caña cubiertas con piel de serpiente y otras confeccionadas con huesos de alas de aves rapaces. Sus sonidos -como el de todos los demás instrumentos- pueden ser escuchados por medio de reproductores de grabaciones con audífonos.
Músicos y constructores
Pertenece a la tradición más acendrada de la cultura musical helena que estos aparatos sean construidos artesanalmente por sus propios intérpretes. Aunque disminuye el número de quienes así lo hacen, muchos músicos populares griegos fabrican todavía los instrumentos en los que tocan y numerosos luthiers son también intérpretes folclóricos.
Los artesanos están obsesionados, son casi «devorados» por sus instrumentos, como dicen por estos lares. Un instrumento musical se convierte en uno bueno, único y exclusivo a través de su manufactura continuada, agregándole, removiéndole y alterando sus partes, no porque se hayan roto o desgastado, sino para perfeccionar su sonoridad y resonancia, y hacer más fácil su ejecución.
La gente del campo adquiere su sentido de la música tradicional fabricando, por ejemplo, sus chirimías (zournás) y tambores (daoúli). Esas experiencias individuales se complementan entre si y sobre ellas se apoya también el peso de la música tradicional griega. Este museo tiene una tienda en la que se pueden adquirir, además de discos compactos, libros y otros artículos, instrumentos genuinos fabricados recientemente, pero siguiendo métodos ancestrales.
Música y danza, vida y libertad
«Investigaciones realizadas por destacados musicólogos contemporáneos (Samuel Baud- Bovy, Thrassyvoulos Georgiadis, Simon Karas y otros), revelan una rica historia musical de 5.000 años, desde la civilización cicládica hasta nuestros días», escribe el profesor Lambros Liavas en el catálogo del museo.
La música ocupaba y ocupa aún hoy un papel integral entre los griegos, para quienes el tríptico poesía-música-danza sigue vigente y es sinónimo de vida y libertad. Textos antiguos y obras crítico-filosóficas, como las de Platón, testimonian el papel educacional de la música, la escritura y la danza, y muchos autores clásicos ensalzan sus virtudes para cultivar el cuerpo y el alma.
Aquel mítico legado original de las hijas de Zeus, las musas (de ahí el origen del vocablo música) inspiradoras de todas las actividades creadoras e intelectuales, continúa omnipresente y es transmitido de padres a hijos o de maestros a discípulos. Los músicos recorren pueblos y regiones con sus grupos instrumentales (las ziyiés insulares y las kompaníes), conservando vivas las melodías populares tradicionales.
Grecia mantiene además, como pocos países europeos, el papel cotidiano del baile popular. La danza no es una pieza de museo ni se la practica exclusivamente en actos especiales. Es una expresión elocuente diaria en ciudades y pueblos, en fiestas familiares, bodas (el baile de la novia o el baile del ajuar de la novia en los preparativos del himeneo), en las paneyeria (dedicadas a los santos patronos), en carnaval o en Pascua y, no en último término, en las tabernas griegas que ofrecen música y bailes populares a sus parroquianos.
El culto a los dioses
«El antiguo epítrito se encuentra en el ritmo de 7/8 de la moderna (danza panhelénica) syrtós kalamatianós, mientras que el ritmo de 9 compases, originalmente utilizado por Safo en su poesía, se halla ahora en la zeybékiko (9/4) y en la karsilamá (9/8)», explica el profesor Liavas.
«El ritmo de cinco compases del peán cantado en honor a Apolo se puede escuchar en danzas como la tsakónikos, mientras que están ampliamente difundidas en Grecia las danzas syrtí (de arrastre), que en realidad son mencionadas por su nombre en inscripciones del siglo I después de Cristo» (en Delfos), agrega el académico y etnomusicólogo.
Un crisol
En síntesis, la herencia ha quedado preservada en escalas musicales, melodías, ritmos, danzas e instrumentos musicales, muchos de éstos llegados originalmente de Asia Menor y de Oriente, por múltiples vías y desde tiempos pretéritos, tras lo cual fueron asimilados tanto en la Grecia continental como en la insular.
Este rico patrimonio, en todos sus géneros, es apreciable hoy de forma muy vívida tanto en un buzuki (descendiente del antiguo panduris y del tamburas bizantino) tocado en calles y tabernas, como en los cánticos litúrgicos bizantinos interpretados en iglesias y monasterios ortodoxos, y en las obras más exquisitas ejecutadas en salas de concierto como el Megaron Mousikis (Palacio de la Música) de Atenas.
Juan Carlos Tellechea
Periodista y crítico, nació en Montevideo/Uruguay, se formó en la Universidad de la República Oriental del Uruguay y en la Escuela Latinoamericana de Periodismo, reside en Alemania desde 1980 (primero en Bonn, desde 1999 en Berlín) y colabora con numerosos medios de comunicación de Europa, Estados Unidos e Iberoamérica.
Fotografías por gentileza del
Museo de Instrumentos Musicales Populares Griegos de Atenas
en Danza Ballet
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