Nacho Duato “Si me muero en Rusia, que me entierren ahí, porque los bailarines me traerán flores y se bailarán todos mis ballets»

Nacho Duato “Si me muero en Rusia, que me entierren ahí, porque los bailarines me traerán flores y se bailarán todos mis ballets | Danza Ballet 

Nacho Duato: “Mi madre me dijo de pequeño: ‘Está bien que tengas un talento especial, pero eso lo vas a pagar’. Y lo he pagado”. El coreógrafo nos abre las puertas de su casa para hablar de su carrera, su nueva faceta como pintor y la soledad del éxito.

Nacho Duato (Valencia, 1957) recorre las habitaciones como un torbellino mientras el fotógrafo se esfuerza por captarlo en un instante de reposo. Estamos en su casa del centro madrileño, un piso de techos altos reformado por el interiorista Pin Morales en un majestuoso edificio de 1907. El bailarín solo conoce el movimiento y mantiene sus poses durante apenas unos segundos. Reordena los libros de su mesa, inundada de títulos de Filosofía e Historia llenos de anotaciones, para luego mostrarnos el Segrelles de su dormitorio, sus nuevos lienzos o el Anubis de David Cregeen —conserva una colección de arte de exquisito gusto—, todo bajo una cascada de comentarios incisivos sobre el desinterés de los políticos por la cultura, la frialdad de los berlineses o las dificultades de comunicarse con las cajeras del mercado en San Petersburgo, donde reside cuatro meses como director del ballet imperial del Teatro Mijáilovski.

Por Mónica Parga para Revista Vanity Faire (14.3.2020) .

Vive entre Valencia, Madrid y la ciudad rusa, viajando a la vez con sus coreografías: este mes estrena White Darkness en la Ópera de Viena, en abril hará Duende en el Joyce Theater de Nueva York, en julio recalará en el Teatro Real con White Darkness bailado por la Compañía Nacional de Danza, en septiembre llevará La Bayadere a Novosibirsk (Siberia) y el próximo año volverá al país de los zares con Carmen, que también representará el American Ballet Theater. Considerado como uno de los coreógrafos contemporáneos más importantes del último medio siglo, es difícil encontrar un escenario fuera de su agenda. “El éxito no es hacer lo que me gusta, sino haberme mantenido y tener inspiración”, comenta. “A los 23 años hice mi primer ballet, y desde entonces no he parado”.

El coreógrafo me enseña orgulloso una foto de su madre, la mujer bella y sonriente que siempre estuvo a su lado. Habla de ella en presente, aunque hace cinco años que no está. Su madurez ha pasado por enfrentarse al ayer, a una infancia y adolescencia marcadas por el rechazo de su entorno. De ello habló el pasado abril en un inspirador alegato contra la homofobia en Prodigios, el concurso de RTVE del que salió victorioso como juez en la categoría de danza. Al ver al progenitor de uno de los participantes animando a su hijo, recordó a su propio padre, gobernador de Alicante en la dictadura, un hombre de férreas ideas conservadoras que jamás lo apoyó, y aquellos años de esconder las mallas en la mochila. Fue en su abuelo materno, el pionero de la neurocirugía Juan José Barcia, donde encontró aceptación. “En la vida me hizo sentir diferente o afeminado, que nunca lo he sido, ni me dijo: ‘¡Habla como un hombre!”, rememora. “Siendo de derechas, jamás preguntó: ‘Pero ¿y este chico?’ cuando iba a casa con mi novio de Suecia o con Miguel Bosé. Mi padre me dejaba en evidencia, mis tíos se mofaban de mí. Él jamás”.

La admiración que le brindaron sus actuaciones en los teatros más prestigiosos del mundo sustituyó al rechazo. Pero la fama trajo su propia maldición.
—Lo que más rabia le daba a mi madre era que la gente creyese que yo era una fachada, que estaba tan contento con ser guapo y no vieran cómo era realmente.
—¿Qué parte de usted cree que no se veía?
—Lo que soy yo, todos mis ballets…
—Su talento…
—Aparte de eso, el sufrimiento por ser diferente. He viajado, aprendido idiomas, leído mucho… En Holanda me hicieron coreógrafo de la casa a los 26, eso no había pasado nunca. En los nueve años que pasé allí fui una vez a la discoteca y otra al cine. A los 45 años fumé mi primer porro. Trabajaba todo el día. Tenía que hacer dos ballets al año y encima era bailarín principal. He estado muy solo siempre. Tener éxito te aísla. Me lo dijo mi madre de pequeño: “Está muy bien que seas guapo y tengas un talento especial, pero eso lo vas a pagar”. Y lo he pagado.

Duato pronto demostró que era mucho más que belleza y raíces acomodadas. Dejó su hogar con 16 años para formarse en la Rambert School de Londres. Su madre y sus hermanas le habían enseñado a hacer calceta —con la excusa, ante las reticencias de su padre, de que Alfonso XIII hacía petit-point—, y para pagarse los estudios tejía calentadores y mallas que vendía a sus compañeros. Se matriculó en la École Mudra de Bruselas, donde se convirtió en el ojo derecho del maestro Maurice Béjart. De allí dio el salto a Nueva York con el American Dance Center de Alvin Ailey, el revolucionario coreógrafo que abrió las puertas de la danza a los afroamericanos. Duato era el único blanco de la compañía. Tras pasar por el Cullberg Ballet de Estocolmo, aterrizó en el Nederlands Dans Theater bajo la dirección de Jiri Kylián, y allí, con 23 años, compuso su primera coreografía, Jardí Tancat. “Gané el Concurso Coreográfico Internacional. Había tres premios y el jurado me dio los tres. El resto dejó de hablarme”. Lo nombraron coreógrafo de la compañía. La reina Beatriz de Holanda no se perdía sus espectáculos. “Me quería mucho y se sabía todas mis obras”.

Para cuando regresó a España, lo hizo como director de la Compañía Nacional de Danza (CND), puesto que ejerció de 1990 a 2010 encumbrando al elenco a la cima del ballet internacional con la incorporación de nuevas obras y la creación de La 2, una iniciativa para bailarines en formación. Sobrevivió a nueve ministros de Cultura y se ganó adeptos y detractores. “Era el que menos dinero gastaba de todas las compañías, y el que más devolvía de la taquilla. Despachaba con el padre de Pedro Sánchez, que me quería con locura, porque lo cuadraba todo y encima ahorraba”. El progenitor del actual presidente del Gobierno, Pedro Sánchez Fernández, era gerente en el Instituto Nacional de las Artes Escénicas y de la Música. “Íbamos de gira y había que llevarse un dinero para imprevistos. Yo no me llevaba nada. Si eso lo pagaba yo y ya, me lo devolvería el ministerio. Había gente que se llevaba dos millones de euros. ¿En qué se lo gastaban? Coches de alquiler, suites de hotel, cenas…Todos tenían móvil del ministerio. Yo lo rechacé. Para los demás yo era una persona incómoda”.

Su rostro decoraba los carteles. Donde él veía una forma de dar una imagen reconocible a la CND otros percibieron exceso de personalismo. Su pulso con el ministerio —se negaba a abordar clásico con el exiguo presupuesto de repertorio moderno— precipitó su marcha. Se llevó sus obras y prohibió que las usaran durante años. Su última función con la compañía fue en lo más alto, en el Bolshói de Moscú.

Tras su salida, se marchó a Rusia, donde fue contratado como director del Teatro Mijáilovski. “Al mes de llegar se organizó una muestra en el Hermitage con el Prado”, recuerda sobre sus primeros días como coreógrafo en Rusia. “Los reyes Juan Carlos y doña Sofía vinieron a verla y me invitaron como artista español. La reina, al verme, me llamó: ‘¡Nacho!’. Todos se quedaron alucinados”. La ahora emérita, gran admiradora de Duato, le comentó: “Nacho, qué mal te hemos tratado…”, recuerda el bailarín, que respondió: “Usted no me ha tratado mal. Quienes me han tratado mal son ellos”, señalando a la comitiva del ministerio de Cultura que los acompañaba.

En San Petersburgo halló lo que soñaba: un cuerpo de baile de 160 bailarines, orquesta de 200 músicos, coro de 80 voces y 120 espectáculos al año. “Soy el primer extranjero en 103 años que ha hecho un ballet o que dirige un teatro en Rusia”, señala. “Lo que más me gusta es trabajar para un público que entiende tanto de ballet clásico”. Hace poco lo invitaron a un evento de Prada en la ciudad “y todas las señoras habían visto mis ballets y me preguntaban”. Colabora con la Vaganova, la academia de su disciplina más antigua del mundo, y en la prestigiosa escuela del Bolshói bailan sus coreografías. El español es allí también una estrella. A los pocos meses de su llegada fue elegido Personaje Popular del Año por una revista local y cubrieron un edificio con una fotografía suya “más grande que la de Putin”. El líder ruso es presencia incondicional en todos los estrenos. “El otro día estuvo en el cumpleaños de la Filarmónica y le regalaron flores. Me encanta, allí son homófobos y misóginos, pero luego los hombres se dan flores en el teatro”.

En Rusia coincidió con otro familiar de Pedro Sánchez, su hermano, el compositor conocido como David Azagra. “Su padre me dijo: ‘Está estrenando composición en el Conservatorio Rachmaninov, por qué no lo saludas’. Era guapísimo, más que Pedro. Leía mucha poesía. Su padre le había comprado un piso. Entablamos amistad y me hizo una composición, pero hemos perdido el contacto”.

Nos conduce hacia el estudio de pintura instalado en su casa. La frialdad de los soviéticos y el ritmo de trabajo —entre 2014 y 2018 dirigió también el Ballet Estatal berlinés— lo han obligado a llevar una vida reflexiva. Ha empezado a pintar y acumula decenas de obras abstractas que recogen el legado de Pollock y De Kooning. Otro talento que quizá ha heredado de su bisabuelo, pintor y amigo de Sorolla. “Se hizo fotógrafo de la casa real. Tenía un estudio y una vez fue la reina Victoria, se peinó, dejó un pelo y lo guardaron. Recuerdo de pequeño verlo y pensar: ‘Será de un gato”. Ha rechazado ofertas del Circo del Sol, Broadway y Disney. “Me propusieron hacer la coreografía de Peter Pan, pero dije que no. Quiero que me comparen con Petipa (maestro del ballet del siglo XIX), no con Campanilla”, apunta. “Me llamó Julie Taymor (directora de El rey león) para hacer Grendel con Plácido Domingo. Dije que no”.

La situación en España lo decepciona. “Hace años la danza era un pilar cultural, y lo han dejado morir”, denuncia. “Lo que deben hacer es una compañía nacional en el Teatro Real, como todas las capitales del mundo”. Entre los políticos tiene un claro favorito, Alberto Garzón. “Me cae bien, porque no solo le importa su partido, no dice tonterías ni lleva el ego subido como Pablo Iglesias, que el pobre sí que lo lleva, o incluso como Pedro”.

Su móvil se ilumina con un aluvión de notificaciones. Lo mira y dice: “Bosé, Bosé…Me manda mil mensajes”. Miguel Bosé y él se conocieron cuando rondaban los 18 años y vivieron juntos en Nueva York en los ochenta. “Me quiere mucho, adora mis ballets y se pone a llorar como un loco. Sabe que somos iguales en muchas cosas. Tiene corazón para todo el mundo, con sus hijos es cariñosísimo. Siempre lo defiendo. Cuando se vuelve un poco raro y nuestros amigos empiezan a decir: ‘Ay, no nos llama…’, les digo: ‘Dejadlo en paz, que bastante tiene con lo que tiene’. Yo, que no soy ni la décima parte de famoso, tengo una vida a veces que me fastidia. Imagínate a su nivel, con los conciertos, las fans, su voz. Es mucha responsabilidad”, revela. “¿Por qué Miguel y yo no estamos juntos?», se pregunta a sí mismo. «Imposible. Soy una persona solitaria, y ahora peor. No quiero estar con nadie”.

La primera vez que visitó el cementerio de San Petersburgo fue con un bailarín de la compañía. “Ahí está Tchaikovsky, en una tumba que parece el frontispicio del Partenón, y Petipa, con una lápida no más grande que un libro”, cuenta. “Si me muero en Rusia, que me entierren ahí, porque los bailarines me traerán flores y se bailarán todos mis ballets. ¿Pero aquí? Al día siguiente ni se acordarán. Pondrán un Centro Comercial de Danza Duato”. Hay una frase de Nietszche que suele mencionar: “Si existe Dios, seguro que es bailarín”. La existencia de Dios es cuestionable. La de Duato no.

Por Mónica Parga para Revista Vanity Faire (14.3.2020).

Nacho Duato “Si me muero en Rusia, que me entierren ahí, porque los bailarines me traerán flores y se bailarán todos mis ballets | Danza Ballet
Nacho Duato © Alex del Río
Nacho Duato “Si me muero en Rusia, que me entierren ahí, porque los bailarines me traerán flores y se bailarán todos mis ballets | Danza Ballet
Nacho Duato © Alex del Río
Nacho Duato “Si me muero en Rusia, que me entierren ahí, porque los bailarines me traerán flores y se bailarán todos mis ballets | Danza Ballet
Nacho Duato © Alex del Río
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