Silenciados por la censura en la URSS. Aclamados por su virtuosismo en el mundo.
El compositor Sergei Rachmaninov (1873- 1943), el cantante clásico Fiódor Chaliapin (1873- 1938) y el pianista Vladímir Samóilovich Hórowitz (1903-1989) adquirieron temprana fama en la Rusia antes de la revolución, pero después de 1917, la intolerancia del marxismo bolchevique hecho gobierno los aventó al extranjero, para morir lejos del suelo natal.
Por Antonio García Ponce para El Nacional.
Sergei Vasilievich Rachmaninov nació en Semionov, Gobernación de Novgorod del Imperio Ruso. A los 9 años fue inscrito en el Conservatorio de San Petersburgo. En Moscú, conoció a Piotr Chaikovski. En 1891, compuso su primer concierto para piano y orquesta, y obtuvo su graduación con máximas notas en el Conservatorio de Moscú. En 1897 se estrenó su primera sinfonía. Lo nombraron director de la Compañía de Ópera de Moscú. Viajó a Londres para dirigir la Royal Philarmonic Society. Y en 1901 estrenó su famoso concierto para piano N°2, dedicado al doctor Dahl, quien le trataba sus frecuentes depresiones. Contrae matrimonio con una prima y escribe numerosas obras con mucho éxito. Triunfa la revolución bolchevique en 1917, su familia es despojada de sus posesiones. Sin dinero suficiente para vivir, emigra a París luego de realizar una exitosa gira por los países escandinavos.
Abandonó Rusia el 25 de diciembre de 1917 y nunca más regresó a su patria, a pesar de las tremendas nostalgias que sentía, reflejadas en varias de sus obras.
Las autoridades soviéticas dictaminan que su música es formalista y decadente, por lo tanto peligrosa. Además, Rachmaninov ha expresado en algunas ocasiones su opinión negativa sobre el régimen de la URSS:
“El estallido del levantamiento bolchevique me encontró en mi antiguo piso de Moscú. Había empezado a reescribir mi Primer Concierto para Piano, que pretendía volver a tocar. Estaba tan enfrascado en mi trabajo que no notaba lo que acontecía a mi alrededor. Consecuentemente, durante la revuelta anarquista, que convirtió la existencia de los no proletarios en un infierno en la tierra, para mí la vida fue comparativamente fácil. Estaba todo el día sentado a la mesa de trabajo o al piano, sin preocuparme por el traqueteo de las ametralladoras y los disparos de los rifles… Sin embargo, por las noches, me recordaban siempre mis deberes de ‘burgués’ y tenía que tomar mi puesto con los otros propietarios de pisos para proteger responsablemente la casa y sumarme a las reuniones del ‘comité’ de la casa…
La anarquía que reinaba a mi alrededor, el brutal desarraigo de todos los fundamentos del arte, la destrucción insensible de todos los medios para su estímulo, abolieron toda esperanza de llevar una vida normal en Rusia. Traté en vano de encontrar una vía de escape… Después, un acontecimiento totalmente inesperado, que solo puedo atribuir a la gracia de Dios y que, en cualquier caso, fue un feliz acto providencial de un destino bien dispuesto, vino en nuestro rescate. Tres o cuatro días después de haber empezado el tiroteo en Moscú, recibí un telegrama sugiriéndome que hiciera una gira de diez conciertos por Escandinavia. El aspecto pecuniario de esta oferta era más que modesto, y un año antes no lo hubiera considerado digno de mi atención. Pero ahora no dudé en responder que estaba de acuerdo y que aceptaría el compromiso. Esto ocurrió en noviembre de 1917. Tuve dificultades para obtener un visado de los bolcheviques, pero no tardaron demasiado en otorgarlo, pues al principio estos nuevos amos se mostraban completamente complacientes con los artistas. Más tarde oí que fui el último en recibir el permiso para abandonar Rusia de manera ‘legal’…
Tenía clara conciencia de que estaba abandonando Moscú, mi verdadero hogar, por mucho, mucho tiempo… quizá para siempre. Viajé a San Petersburgo solo, con el propósito de hacer todos los preparativos necesarios para la continuidad de nuestro viaje. Mi esposa y las dos niñas me siguieron más tarde y juntos tomamos el tren que nos llevó vía Finlandia a la frontera sueca. Una sola circunstancia me demostró de modo concluyente el poder de los bolcheviques: solo se me permitió llevar conmigo los artículos necesarios y no más de 500 rublos por cada miembro de la familia” (Internet, hagaselamusica.com/la rectangular. Concierto Número 1 para Piano y Orquesta de Sergei Rachmaninov).
Rachmaninov dejó atrás muchos de sus manuscritos y la mayor parte de su fortuna personal. El nuevo régimen soviético de Rusia se disgustó con este expatriado que estaba más que deseoso de proclamarse públicamente en contra de la revolución y de los comunistas. En 1931 el gobierno soviético implantó un boicot respecto de las interpretaciones de la música de Rachmaninov. Fue desestimado como “un insignificante imitador y un reaccionario, un antiguo propietario que en 1918 ardió de odio contra Rusia cuando los campesinos tomaron su tierra y un enemigo implacable y activo del gobierno soviético… (Su música representa) la actitud decadente de la clase media baja y es especialmente peligroso en el frente musical de la actual guerra de clases” (Ibíd.).
Sus mejores triunfos como compositor y director de orquesta los obtiene en Estados Unidos, donde adquiere la nacionalidad norteamericana, y escribe varia sinfonías, conciertos, cantatas.
Será durante la Perestroika cuando el público soviético comienza a oír sus producciones. Ejemplo es la grabación de 1990 de la ópera en un acto Aleko, libreto de Vladimir Nemirovich-Danchenko, basado en el poema Los gitanos, de Pushkin, con la Orquesta Sinfónica de la Academia del Estado de la URSS.
Rachmaninov falleció en 1943. Su tumba está en el Kensico Cemetery de Valhalla, Estado de Nueva York.
Fiódor Ivánovich Chaliapin nació en Kazán. Comenzó su carrera en Tiflis y luego pasó a la Ópera Imperial de San Petersburgo, en 1894. En esa época conoció a Rachmaninov y se hicieron muy amigos. Fue estrella del teatro Bolshoi de Moscú hasta 1914. A comienzos del siglo XX inició sus presentaciones en el extranjero, y adquirió merecida fama al cantar en el teatro La Scala de Milán, sobre todo con sus interpretaciones del diablo en la ópera Mefistófeles, de Arrigo Boito, y bajo la dirección orquestal de Arturo Toscanini. Él y el tenor italiano Enrico Caruso se convirtieron en las celebridades más brillantes de la época. Chaliapin poseía una voz muy poderosa, dominaba el escenario con su figura hipnotizante, y su teatralidad era natural y muy sólida. Pasan los años y todavía se recuerdan sus papeles en Boris Godunov, Iván el Terrible, y Don Quijote, sus canciones Los bateleros del Volga y Ojos negros. Viviendo todavía en la Rusia soviética, el gobierno, aún no dogmatizado, le confirió en 1919 el título de Artista del Pueblo.
Los estragos de la Guerra Civil, el despojo forzado de las propiedades de muchas familias y el sectarismo galopando afectaron mucho su vida. Viajó por muchos países. En 1922 se autoexilió en París, para ya no regresar nunca más a su patria. El régimen comunista lo tildó de “antirevolucionario” y le expropió todas sus propiedades y títulos en Rusia. En 1932, Chaliapin publicó un libro de memorias, El hombre y la máscara: cuarenta años en la vida de un cantante. Su última presentación en escena tuvo lugar en la Ópera de Montecarlo en 1937, cuando cantó Boris Godunov. Murió el siguiente año de leucemia, a la edad de 65 años, en París, y fue enterrado en el cementerio de Batignolles. Un hijo de él, llamado también Fiódor, y de su primera esposa, la bailarina italiana Iola Tornagi, hizo carrera en el cine, actuando en muchas películas de Hollywood y pudo sacar a su madre de la URSS para reunirse en Roma. El precio que tuvo que pagar la señora Iola para salir del país fue entregar su casa al gobierno soviético para que sirviera de museo, junto con una hermosa colección de arte que había pertenecido al cantante Chaliapin. Lo único que pudo llevarse a Roma fueron unos álbumes de fotos de la niñez y juventud de su antiguo esposo cuando vivía en Moscú. Además, Fiódor hijo pudo ver el traslado a Moscú de los restos del gran bajo para ser enterrado en el cementerio de Novodiévichi.
Vladímir Samóilovich Hórowitz nació cerca de Kiev. Es considerado uno de los más grandes pianistas del siglo XX. Ganó 26 Premios Grammy y el Prix Mondial du Disque, entre otros galardones. Su madre también fue pianista, y lo inició en el teclado. Ingresó en 1912 en el Conservatorio de Kiev, se graduó en 1919 y su primer recital tuvo lugar al año siguiente. Emprendió una gira por toda Rusia, aunque no recibía pago en dinero, sino en pan, mantequilla, chocolate, a causa de la ruina del país. En 1922 y 1923 ejecutó 23 conciertos. Pero en 1925 abandonó la URSS. Su familia había perdido todas sus propiedades. Y Horowitz dijo que jamás volvería a la URSS, porque le desagradaba la actitud del gobierno soviético hacia la música y el arte. Hizo su primera aparición en el extranjero en Berlín. De allí pasó a París, y en 1928 debutó en el Carnegie Hall de Nueva York. En 1932 tocó por primera vez bajo la dirección de Arturo Toscanini, en una interpretación del Concierto para piano N° 5, Emperador, de Beethoven. Ambos continuarían haciendo conciertos juntos, y en 1933 el pianista se casaría con la hija del director, Wanda Toscanini (1907-1998). Ambos tuvieron una hija, Sonia. En 1944 obtuvo la ciudadanía norteamericana. La espesa censura soviética impidió que el público lo conociera, ni personalmente ni por medio de grabaciones.
Llegó la Perestroika y Horowitz protagonizó un retorno triunfal a Moscú. Tenía 83 años de edad. Su presencia se debía a un acuerdo de intercambio cultural que fue firmado entre Mijail Gorbachov y Ronald Reagan. Una crónica de la periodista española Pilar Bonet, aparecida en El País, describe la acogida que recibió, con vítores apasionados, aplausos entusiastas y una lluvia de flores, pues se trataba del mejor pianista del mundo. Su primer concierto, en la gran sala del Conservatorio, atrajo un inmenso público. La policía tuvo que acordonar los accesos al teatro. Asistieron embajadores, ministros, artistas como Maya Plisetskaya. Las entradas se agotaron, y de 1,5 rublos que costaba la más barata, fueron revendidas en 100 y más rublos. Horowitz tocó en un piano negro de cola, traído por él mismo desde Nueva York. El concierto duró dos horas, y se oyeron obras de Scarlatti, Mozart, Schubert, Liszt, Rachmaninov, Scriabin y Chopin, además de un encore de otras tres piezas. La función fue transmitida por la CBS, la BBC, la RAI y la ZDR (alemana), además de la soviética. Y su grabación en CD ocupó el primer lugar en el renglón de música clásica durante más de un año (según Billboard). El programa de mano repartido no hizo ninguna alusión a su ausencia impuesta por más de 60 años.
Vladimir Horowitz falleció de un ataque al corazón el 5 de noviembre de 1989, en Nueva York. Y fue enterrado en la tumba de la familia Toscanini en Milán, Italia.
Fuentes consultadas
- Rachmaninov. Grabaciones completas – Edición limitada audiolibro, cofre, CD, Amazon.
- Charles H. Oppenheim. Feodor Chaliapin: el actor cantante. Internet, abril de 2007.
- Fiódor Ivánovich Chaliapin. El hombre y la máscara: cuarenta años en la vida de un cantante. Tapa dura – 1932, Amazon.
- Pilar Bonet. “Horowitz en Moscú”. El País, 21/4/1986.
- Piero Rattalino.Vladimir Horowitz. Nortesur Editorial, 2009. Amazon.
Fuente Serie “Hechos y personajes de la revolución rusa en su centenario (7 de noviembre de 1917 – 2017)” por Por Antonio García Ponce para El Nacional.