The Rake’s Progress, Igor Stravinsky, por la Staatsoper Berlin

The Rakes Progress, Igor Stravinsky, por la Staatsoper Berlin | Danza Ballet 

Tentación satánica en el taller de Andy Warhol.

Krzysztof Warlikowski es un provocador nato. El director teatral polaco ama realizar obras a las que ha introducido tantos y tan drásticos cambios en su adaptación, ambientación y desarrollo que sus autores apenas reconocerían sus piezas originales sobre el escenario. Pero es casi seguro que si éstos moraran en los tiempos actuales probablemente quedarían sorprendidos de ver la nueva vida y actualidad que cobran con estos giros sus entrañables historias.

Warlikowski (Szczecin 1962), un admirador de Shakespeare que se siente asimismo atraído e inspirado por los temas clásicos de la Antigüedad (Esquilo, Sófocles, Eurípides, la Biblia…) se ha convertido ya en uno de los grandes renovadores del lenguaje teatral europeo.

Así lo ha mostrado en la capital alemana en el lapso de pocos días y en dos teatros diferentes. En la Casa de los Festivales de Berlín (del 20 al 25 de noviembre) con Un tramway, basada en Un tranvía llamado deseo, de Tennessee Williams, con la estupenda interpretación de Isabelle Huppert en el papel de Blanche Dubois, en el marco del Spielzeit’ Europa 2010 (y estrenada mundialmente 10 meses antes en el Théatre de l’Odeón, de París).

Y del 10 al 20 de diciembre en la Staatsoper Unter den Linden im Schiller-Theater, con el estreno absoluto de su versión de The Rake’s Progress, la única ópera de Igor Stravinski, compuesta en 1951, con la dirección musical de Ingo Metzmacher, quien por primera vez dirige una obra de éste género en la capital alemana.

 

The Rakes Progress, Igor Stravinsky, por la Staatsoper Berlin | Danza Ballet

The Rake’s Progress – (c) Ruth Walz

Paralelismos

En ambas produccciones, colaboran Malgorzata Szczesniak (escenografía/vestuario), Felice Ross (iluminación) y Denis Guéguin (vídeo). Los paralelismos y coincidencias son insoslayables: brillantes instalaciones modulares de acero y cristal en forma de celdas o de jaulas sobre ruedas que se desplazan en bloque hacia adelante o hacia atrás sobre el escenario, según convenga a la acción.

La iluminación interior es con luces de neón, halógenos o sistemas que opacan los paneles acrílicos de modo que por momentos no pueda verse lo que ocurre en su interior. Asimismo grandes pantallas muestran imágenes de la escena captadas con vídeocámara desde diferentes ángulos y primerísimos planos a flor de piel de los protagonistas.

En Un tramway, Warlikowski transforma la obra de Tennessee Williams en una reflexión muy actual sobre los problemas de identidad, el deseo, la obsesión sexual, el hundimiento social absoluto de una Blanche vampiresa y profundamente infeliz, convertida en una ruina, con los nervios a la miseria, ya no en su ambiente original y tradicional del sur de los Estados Unidos, sino en medio de la fría atmósfera de una gran ciudad en algún lugar del planeta.

La psiquis

Huppert, quien muestra con gran precisión y excelente lenguaje corporal cada faceta de esta compleja personalidad, un papel nada facil, no deja mucho espacio a los actores franceses y polacos que la secundan en el reparto: Andrzej Chyra (Stanley Kowalski), Florence Thomassin (Stella), Yann Collette (Mitch), Renate Jett (Eunice, interpretación de las chansons) y Cristian Soto (un joven).

Sin embargo sus respectivos desempeños no desmerecen frente a las históricas actuaciones de las versiones teatrales o cinematográficas (incluído nada menos que el antológico Stanley Kowalski de Marlon Brando) anteriores de este clásico-moderno.

Aquí, al igual que en la ópera de Stravinski, con libreto de Wystan Hugh Auden y Chester Kallman, a Warlikowski le interesa más investigar la psiquis de sus autores y descifrar el verdadero carácter que se esconde detrás de las figuras esquemáticas que presentan las dos historias, dejando de lado todo otro aspecto moralizador o marginal que no haga a la exégesis de esos personajes.

Y este rasgo esquizofrénico es precisamente el que fascina al director polaco en Stravinski y su ópera: un ruso exiliado que compone por encargo, como un segundo Mozart, para un estadounidense (Auden) que quiere estrenar la obra en Venecia y no en su país natal.

Auden vierte aquí, convertido en libretista, sus pensamientos más inconfesables en la época sobre un tema barroco inglés (la serie de ocho grabados A Rake’s Progress del pintor inglés William Hogarth, 1697-1764, sobre el ascenso y ocaso del libertino Tom Rakewell, que vió junto con Stravinski en una exposición en el Art Institute de Chicago en 1947), todo lo cual es para Warlikowski una mezcla sumamente explosiva que debe ser detonada. Dicho sea de paso, los cuadros cuelgan hoy en el museo privado del arquitecto Sir John Soane, en Lincoln’s Inn Fields, no lejos del British Museum.

También como nota al margen: Auden era muy amigo del novelista británico Christopher Isherwood, cuyas obras Goodbye To Berlin y Mr Norris Changes Trains inspiraron una pieza teatral sobre la vida alocada en la capital de Alemania a comienzos de la década de 1930 que en parte fue adaptada posteriormente para el musical Cabaret.

 

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The Rake’s Progress – (c) Ruth Walz

Ópera o musical

En The Rake’s Progress, la acción se sitúa específicamente en los ambientes artísticos de Nueva York de la década pre-SIDA de 1970, y no en aquella Londres del barroco. Nick Shadow (Gidon Saks) no sólo es el diablo, sino el celebrado y polémico artista pop Andy Warhol en persona, con su peluca plateada, comiendo una hamburguesa con ketchup, quien seduce en uno de sus talleres (The Factory) al ingenuo Tom Rakewell (Florian Hoffmann, con una voz muy suave y cierto parecido físico a James Dean, pero vestido como Marlon Brando en aquellos tiempos, con camiseta T-Shirt blanca y jeans) hasta llevarlo a la perdición para terminar finalmente en el psiquiátrico.

Única concesión, tal vez, a la época en que fue concebida la ópera, la década de 1950, es la cena con hamburguesas envueltas en bolsas de papel marrón que comparten los protagonistas, calzando botas vaqueras y camisas a cuadros, fumando alrededor de una mesa, como las que se estilaban en aquellos años en Estados Unidos.

Warlikowski, quien dirige ópera desde hace diez años, fue distinguido en 2009 por la Fundación del Premio Lírico por su versión de El caso Makropoulos (Leoš Janáček) representada en el Teatro Real de Madrid, y consagrado por la revista especializada de habla alemana Opernwelt como mejor director de ópera del año por su Macbeth, en Bruselas.

Para este ambiente tan superficial y comercializado del American Dream, opta por transformar la pieza neoclasicista de Stravinski en un musical con personajes de tiras cómicas y soap operas (desde el ratón Mickey y Minniemouse, pasando por Bugs Bunny, Alicia en el país de las maravillas, Batman y el Hombre Araña, llegando al Darth Vader de la Guerra de las Galaxias), cuyos atuendos son fielmente reproducidos.

El coro de la Staatsoper, muy bien preparado por Frank Flade, participa de este jolgorio carnavalesco, con sexo comprado (Warhol: el negocio del arte y el arte del negocio), drogas, prostitutas, homosexuales y transsexuales, instalado en las graderías que coronan la instalación metálica acristalada de la escenografía.

Carne vale

Todo lo alegórico del libreto original es muy carnal aquí. Incluso la máquina con la que en aquella versión original el diablo transforma piedras en pan, el director polaco la convierte en una picadora de carne auténtica.

En la segunda parte, tras el intervalo, y donde radica el centro musical-semántico de la obra, en lugar de presentar a Rakewell y al satánico Warhol autografiando serigrafías y latas de sopa Campbell, Warlikowski, católico al igual que el artista pop (éste del rito bizantino), suma a la escena un siniestro plano religioso.

Lleva el desarrollo casi hasta lo grotescamente cruento con una Última cena (tema también abordado por Warhol en sus últimas obras, 1986) y un corazón sangrante (¿evocación al atentado del 3 de junio de 1968, cuando fue acribillado a balazos por la feminista Valerie Solanas?) que pasa por la picadora.

Ya de cara ante la muerte y cuando Nick Shadow presenta un año y un día después factura en el cementerio, la caricatura gay de Lucifer vistiendo traje de lentejuelas da más testimonio de su aborrecimiento de sí mismo que del pavor de reconocer el final de una vida malograda.

 

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The Rake’s Progress – (c) Ruth Walz

Las voces y la música

Anne, la tierna chica a la que abandona el calavera de Rakewell, vestida a la moda de Elizabeth Taylor en aquellos tiempos, es encarnada por la soprano austríaca Anna Prohaska con gran soltura, elegante lenguaje corporal y estupenda voz.

Su padre, Trulove, aquí un boxeador impedido, es interpretado con buena potencia por el bajo Andreas Bauer. La contralto Birgit Remmers interpreta a Goose, la madama del burdel alojado en una casa rodante, que no es ninguna vieja bruja, sino una mujer madura todavía en exuberante buen estado físico.

El Nick Shadow-Warhol de Saks no duda en imponer su potente voz de bajo-barítono sin importarle un comino la belleza o fealdad de su registro. El contratenor Nicolas Zielinski (que no la mezzosoprano prevista en la versión original) logra un Baba the Turk muy convincente, tanto desde el punto de vista histriónico como lírico.

Esta colorida versión al mejor estilo de Broadway gusta al público berlinés, pese a que la única escena típicamente de comedia musical sea la intervención solística del clavicémbalo (Günther Albers), amplificado y distorsionado electrónicamente, tocando al final de la batalla por la posesión del alma de Tom Rakewell, vendida ya a precio de ganga.

Por lo demás, la Staatskapelle suena bastante bien durante las tres horas de la acción. Metzmacher, un especialista en obras contemporáneas, se esmera mucho. Sin embargo, las maderas se oyen más claramente que las cuerdas. Éstas no logran dar un perfil nítido ni el necesario pulso a la ejecución.

Cuando agónico, Rakewell se recuesta sobre la parte izquierda del escenario para ser consolado por Anne, el director hace sonar muy queda a la orquesta para que se noten hasta los más sutiles matices de sus voces.

Todo parece estar más relacionado con una acústica no tan buena del Schiller-Theater (sede provisional de la Staatsoper Berlin, mientras es remozado y saneado el histórico edificio en el bulevar Unter den Linden), que a una supuesta falta de entusiasmo de los músicos por la partitura de Stravinski.

 

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The Rake’s Progress – (c) Ruth Walz


Berlín, 18/12/2010
Teatro Staasoper Unter den Linden im Schiller-Theater.

The Rake’s Progress opera en tres actos de Igor Stravinski, con texto de Wystan Hugh Auden y Chester Kallman, en Inglés con títulos en Alemán.
Estrenada el 11 de septiembre de 1951 en el Teatro La Fenice, Venecia.
Estreno en Alemania el 4 de noviembre de 1951, en el teatro de la Staatsoper Stuttgart.
Dirección musical Ingo Metzmacher. Director de escena Krzysztof Warlikowski.

Escenografía y vestuario Malgorzata Szczesniak.
Iluminacion Felice Ross. Vídeo Denis Guéguin.
Coreografía Claude Bardouil.
Coros preparados por Frank Flade.
Dramaturgia Jens Schroth.
Intérpretes: Andreas Bauer (Trulove), Anna Prohaska (Anne), Florian Hoffmann (Tom Rakewell), Gidon Saks (Nick Shadow), Birgit Remmert (Mother Goose), Nicolas Ziélinski (Baba the Turk), Erin Caves (Sellem), James Homann (celador del psiquátrico).

 

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 The Rake’s Progress – (c) Ruth Walz

 

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