Pero el retrato sigue incompleto. Falta, claro, la lista enorme de premios y distinciones.
Amo a las grandes bailarinas porque son como los grandes poemas: inexplicables
Por YURIS NÓRIDO
Huye cuando puedas de las clasificaciones. ¿Alguien puede reducir a palabras el arte de Loipa Araújo? Podríamos hacer la crónica de sus grandes personajes: cisne blanco que se pierde en la niebla, todo alas; cisne negro triunfante, belleza que tiende trampas; gitana hermosa que deslumbra al Jorobado, al pie de Notre Dame de París. Podríamos recordarla, aldeana joven, saliendo de su casita, buscando por todos lados a su amante; Swanilda pícara que se viste de muñeca y baila con una rosa en la mano; criatura feliz de bosques encantados; ser danzante, sin nombre ni historia, que sencillamente habita un universo de música, luz y movimiento. Podríamos hablar de los personajes de Lóipa, de los grandes y de los pequeños, pero no alcanzaríamos a revelar todo el misterio que cabe en un gesto, en un sencillo gesto: mirada perdida en el infinito cuando descubre el engaño del amante.
Quizás sí podamos hablar con certeza de técnica y estilo. Piruetas dobles, que cierren bien; correcta posición de las piernas; el equilibrio de cuando en cuando, sin que parezca que nos cuesta esfuerzo; ojo con los brazos, hay que evitar los ángulos muy pronunciados, al menos cuando bailamos un ballet romántico; que todo fluya, que un paso venga detrás del otro con naturalidad de río, que el público no note que estamos preparando un giro; que no se nos descubra el cansancio, por favor, dosifiquemos la respiración, que parezca suspiro lo que en realidad es ahogo¼ Podemos decirlo con certeza: Loipa Araújo dominó la técnica, la puso al servicio de su arte.
Pero el retrato sigue incompleto. Falta, claro, la lista enorme de premios y distinciones: medalla de oro en Varna, medalla de plata en Moscú, estrella de oro en París, más medallas, trofeos, diplomas, premio nacional de danza por la obra de toda una vida¼ Y el premio mayor (perdonen el lugar común): el aplauso del público, la ovación agradecida, las flores lanzadas al escenario, telón que se cierra y tiene que volver a abrirse porque a la gente le quedan demasiados aplausos dentro.
Loipa reinó en la escena, pero era –es- mucho más que reina. También supo ser maestra, profesión de servicio, fuente de luz: acunó las palabras de sus formadores y las trasmitió, enriquecidas, a promociones de jóvenes bailarines. Cada triunfo de cualquiera de sus discípulos es, en cierta medida, un triunfo personal: gloria de los buenos maestros.
Y Loipa fue y sigue siendo (tendrán que perdonar otra vez el lugar común) excelente embajadora de nuestra cultura, de Cuba toda, en cualquier escenario del mundo donde bailara, en cualquier salón de cualquier gran compañía donde ahora mismo ofrece clases y forma bailarines, para prestigio de la escuela cubana de ballet.
Huye cuando puedas de las clasificaciones. Más en el ballet, en el arte todo: corres el riesgo de parecer mezquino. Podrás decir que Loipa Araújo fue una de nuestras bailarinas más internacionales, dirás que bailó en Marsella y Lausana, en el Bolshoi de Moscú¼ Recordarás que se lanzó a experiencias balletísticas más alejadas de la tradición clásica, coreografías neoclásicas, modernas, nuevas tendencias del ballet, escuelas y coreógrafos extranjeros, sin que dejara de bailar los grandes ballets de siglos pasados, los cisnes y las hadas, la Giselle única del Ballet Nacional de Cuba.
Dirás todo eso, y será cierto; pero no será todo. Puedes decir: Loipa Araújo interpretó tal día, en tal teatro, un paso a dos de Las Intermitencias del Corazón, de Petit; pero será difícil que puedas revivir en un papel, en un artículo de periódico, la fuerza de su personaje, el drama del amor obsesivo, la necesidad de huir, la belleza de la danza, la caída hipnotizante del tul.
Amo a las grandes bailarinas porque son como los grandes poemas: inexplicables.
Fotos seleccionadas por Danza Ballet © 2004. CUBAESCENA.