“Cendrillon” hollywoodiano.
La versión (1986) de Rudolf Nureyev de “Cendrillon” (Serguei Prokofiev), ha vuelto al Ballet de la Opera de París en la Opéra Bastille, desde el pasado 25 de noviembre y hasta el último día de este año 2011. Confieso que soy de quienes disfrutan la versión de Nureyev del (en principio) cuento de hadas de Charles Perrault. Inspirado por Petrika Ionesco (autor de la escenografía), Nureyev situó su “Cenicienta” en el Hollywood de los años 30 y 40 del pasado siglo.

¿De qué está hecha la materia de los sueños de las jóvenes de hoy? Del mundo del cine. La “fábrica de sueños”, la “dream machine”, insiste ella misma en tal aspecto de evasión y ambición.
Nureyev convirtió al príncipe en el Actor-vedette, que se enamora de la talentosa Cenicienta. El Hada madrina, pasó a ser el Productor (entre Pigmalión y Diaghilev, pero también Groucho Marx), que descubre a Cenicienta, y ésta se transforma en una estrella de cine. “A star is born”, en definitiva. El sueño de Cenicienta se ha hecho realidad. Pero el carácter original de la clave del cuento, que tantos recorridos ha conocido, se mantiene enhiesto, y mejor aún, aderezado de esa forma con esa componente todavía actual de lo féerico que ha instalado Hollywood en el imaginario.
Las odiosas y ridículas hermanastras aportan una comicidad diabólica sin falla, lo mismo que la implacable Madrastra, interpretada por un hombre en puntas, sin olvidar al sufrido padre viudo de Cenicienta (Pierre Rétif). La dimensión es justa. La amplia partitura de Prokofiev (más reminiscente de Chaikovsky de lo que puede pensarse), está revalorizada con minucia acendrada, con la conocida escritura densa de Nureyev.
Agnès Letestu, Stéphane Bullion. ©Sébastien Mathé /Opéra national Paris.
Stéphane Phavorin, Mélanie Hurel, Liudmila Pagliero ©Sébastien Mathé /Opéra national Paris.
Los tres actos (para casi tres horas de duración, con los dos intermedios) se suceden con un ritmo dinámico y terso. Las estrictas referencias cinematográficas no podían faltar, sea por las citas directas, como la “filmación” de “Trivial pursuit” (delicioso François Alu como el Prisionero), “Burlesque parade” o “King-Kong” en remake; sea por alusiones a Charles Chaplin, Buster Keaton, el ya mencionado Groucho Marx pero también a sus hermanos, la comedia musical, “Ziegfield Girl”, los pas de deux de Cyd Charisse y Fred Astaire. También, cuando el Productor, accidentado, es socorrido por Cenicienta en el bar-buffet que tiene su padre, se presenta vestido de aviador: Howard Hughes…
La escenografía de Petrika Ionesco toma al Art-Deco, a la “estructura” de la comedia musical, o incluso –entre lo mejor- una maquinaria que, desde luego, está destinada a “producir” sueños. ¿”Tiempos modernos”? Probablemente. Pero el resultado es tan fino y sutil como desternillante. ¡Qué gracia podía tener Nureyev para estos equilibrios tan difíciles! Lo mismo con el inmenso King-Kong, quien sin embargo no acusa nada de “fino y sutil”. Inmensas también, las tres Pin-up girls con su medio guiño Kitsch. (Aprovecho para acotar que la Opera de París, en sus dos escenarios, no reniega de las grandes dimensiones que tanto sentido espectacular aportan.)
Otro de esos equilibrios difíciles es en el pas de deux del final, cuando ya la “estrella ha nacido” y vuela en los brazos de su amado Actor-vedette. Se usa un largo velo, a lo Hollywood, naturalmente, y hasta se precisa de un ventilador –como en los estudios-para que se despliegue. Se cita, pero se evita lo que hoy es ya “démodé”. Y of course, ¡es la consagración del Happy-End!
El vestuario de Hanae Mori también se baña en esas referencias, subrayando a las lentejuelas y a las plumas, que, no obstante, no molestan.
La partitura de Prokofiev encontró también “la horma de su zapato” (¿no estamos hablando de Cenicienta?) en la batuta de Fayçal Karoui, al frente de la Orquesta de la Opera Nacional de París. Karoui, francés, fue nombrado en 2006 director musical del New York City Ballet.
Ya confesé que soy de quienes se alinean por esta versión de Nureyev. Ahora, una segunda “confesión”: estimo que Agnès Letestu, con un halo particular, es una de las más grandes danseuses étoiles de la Opera, no sólo de su generación… Uno piensa que su (inexorable, según las normas de la “Maison”) retiro está próximo y se teme el vacío que dejará. No es la primera vez que la veo en “Cendrillon”, un personaje que por su acaso esencia “ligera” –cuando es todo lo contrario-, no le sentaría a la reciedumbre clásica, noble de Letestu. Pero no sólo es versátil, sino que halla sus propios resortes: los de una elegancia y una clase que hacen soñar tanto o más como Cenicienta lo hacía. La marca intrínseca de la diva: ¿ y por qué no, si se trata de Hollywood?
Su Actor- vedette, el danseur étoile Stéphane Bullion, no hace soñar tanto (aunque es bello), a no ser al personaje de Letestu. Le faltó convicción interpretativa, el ímpetu y el glamour que se exige. Eso sí, con su poder de desplazamiento hizo olvidar la extensión del escenario de la Opéra Bastille, que los bailarines llaman el “aeropuerto”. Pero hubo una cierta tensión en él.
Tampoco convenció el danseur étoile Karl Paquette como el Productor. Eché de menos a Lionel Delanoe en este rol, que es decisivo en la trama, según lo recuerdo algunos años atrás. (Delanoe es en la actualidad maître de ballet de la compañía.) La sola manera en que manejaba el tabaco eternizado en la comisura de los labios, o como llenaba el espacio apenas sentado en su silla de director, otorgaba toda la atmósfera.
Mucho más felices sino entusiasmantes en buen grado, las asunciones del premier danseur Stéphane Phavorin como la Madrastra, y las hilarantes –y fuertes, técnicamente- premières danseuses Mélanie Hurel y Liudmila Pagliero, argentina graduada de la escuela del Colón. (Pagliero, junto con Myriam Ould-Braham –en la noche, en la “Primavera” del Desfile de moda-, es la estrella montante del Ballet de la Opera.)
En el tercer acto, cuando el Actor-vedette busca a Cenicienta en las tabernas de la ciudad, a señalar a la propia Pagliero como “bailarina española”, a Hurel, como “china”; y al irrefrenable Phavorin en el “cabaret ruso”.
Last but not least, el premier danseur Christophe Duquenne como el “profesor de danza”, pleno y seguro, quien posee la nada envidiable tarea de hacer bailar a las Hermanastras. Por cierto, estas escenas se encuentran entre las más cómicas, por cómo desfiguran a la técnica o se colocan caricaturalmente en malas posiciones en la barra.
El público responde con calor, agradecido, y que “Cendrillon” cierre el año, en San Silvestre, es un signo de la acogida que suscita.
Karl Paquette ©Sébastien Mathé /Opéra national de Paris

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