De cabello muy rubio, llama poderosamente la atención la blancura casi transparente de su piel. Muy delgado y espigado, es una especie de ángel andrógino que, vestido completamente de negro, intensifica su palidez. Parece luminiscente. Y no en un sentido metafórico.
Atento a las personas que lo reconocen, las saluda con una leve sonrisa que acompaña con una mínima reverencia.
Por Lucía Chilibroste (desde Buenos Aires)
Tras escuchar con atención y respeto cada una de las preguntas, realiza a menudo un peculiar movimiento de la barbilla, se toma un tiempo para responder. Luego mira a los ojos, habla pausadamente con una voz que pasa de los tonos graves a los agudos, tal como un adolescente en plena pubertad, en un perfecto inglés.
Su actitud y razonamientos distan mucho de ese inocente niño que vemos bailar en Les Bourgeois o Moorhuhn. Parece más bien El Ángel Caído (Fallen Angel).
Proveniente de una familia de bailarines, no tuvo una formación convencional. Entrenado en solitario por su madre, Olga Aleksandrova, dice haber vivido una adolescencia normal, preocupado más por la Educación Secundaria que por el ballet.
PRIMEROS PASOS.
-¿Cuándo decidiste que querías ser bailarín?
-Fue gradual, pero cerca de los 16 años. Ahí obtuve el Gran Premio de la competencia internacional de ballet de Helsinki y decidí probar como bailarín. Hasta entonces siempre estaba cuestionándomelo.
-¿No eras ya un poco grande?
-Sí, pero el hecho es que mis padres quisieron darme todas las posibilidades para que yo pudiera decidir si quería convertirme en un bailarín de ballet. Y no como ellos, que cuando tenían 10 años fueron enviados a una escuela de ballet a tiempo completo, y se dedicaron toda la vida a la danza, pero casi sin elegirlo. No puedes decidir cuando tienes 10 años, porque no lo sabes, eres muy joven. Yo amaba bailar, pero el ballet es muy duro. Y más para un niño.
-¿Qué rol jugaron tus padres en la decisión de ser bailarín?
-Mi madre me entrenó, fue mi única maestra desde los 9 hasta los 19 años. Eso no es lo común, sino tener varios maestros. En algún momento mis padres quisieron dejarme ir a una escuela de ballet. Pero el hecho era que si iba, no podría terminar la Educación Secundaria. Entonces siempre decían: «bueno, vamos a dejarlo ir, pero que sea el próximo año». Y al año siguiente pensaban: «Mmm, esperemos un año más». Así que estudié sólo con ella hasta que me fui. Mis padres fueron muy importantes porque me dieron todas las posibilidades, pero no decidieron por mí.
-Al ser ella tu única maestra, deberías de tenerle una confianza absoluta, ¿no?
-Por supuesto. Nos conocemos muchísimo. Claro que no fue nada fácil, porque es tu madre, y uno se ve tentado a decirle cosas que no se las diría a cualquier otro maestro. Yo me crié como un jugador de tenis o un músico, entrenado por un único maestro con una educación bien compacta e intensa, solo en la clase. Recién comencé a encontrarme con gente en las competencias. Y es que precisamente las empezamos porque necesitábamos encontrarnos con otras personas, un lugar donde bailar y algo para qué trabajar, un objetivo. No con la meta de conseguir una medalla. Así fue cómo comenzó todo. Aún hoy ella es como mi mentora en algún sentido, porque me conoce muy bien y sabe cómo funciono.
-¿No fue muy difícil una formación tan solitaria: sin exámenes, sin compañeros?
-Se hacía duro mantener la motivación. Porque no tenía responsabilidades ante nadie. Pero en este sentido, con mi madre logramos complementarnos. Cuando ella no podía yo la contenía. Y cuando yo no podía, ella a mí. Fue como una simbiosis de trabajo, un dar y tomar. Pero bueno, después en cada competencia tratábamos de trabajar más duro, de mejorar la técnica, de mentalizarnos en algo.
BAILARÍN VERSÁTIL.
-Técnicamente se te ve muy bien tanto en lo clásico como en lo neoclásico. Pero artísticamente ¿en qué estilo te sentís más cómodo?
– En los clásicos hay una cierta base de lo que se ha hecho antes, una referencia hacia dónde ir, cómo bailar. Cuando bailas un clásico te comparas no sólo con los bailarines actuales sino también con los del pasado. Respetando a todos los que bailaron antes, técnica, artística y emocionalmente tratas de encontrar tu propio camino. En ese sentido es un gran desafío. Pero por otro lado, con el baile contemporáneo es muy interesante porque tienes cierta libertad de expresarte, de buscar y encontrar tu propio y nuevo camino, así como de trabajar con los coreógrafos. Yo adoro bailar ambos estilos. Además hoy en día es básico bailar todo.
-¿Te gusta tomar clases de ballet?
– Es parte de mi vida y de mi trabajo. No puedo decir que es super disfrutable entrenar, pero hay que ser muy inteligente y saber que hay que hacerlo todos los días por más que haya 7 grados bajo cero. No existe otro modo de lograrlo. Así que no hay cuestionamiento. C`est la vie.
-¿Sentís presión al bailar?
-Por supuesto. La presión es parte de mi trabajo. La presión va a estar ahí siempre. A la gente que dice que no puede sentir presión, hay que decirle que no está en el trabajo correcto. Somos juzgados todo el tiempo que estamos sobre el escenario. Ahí nos encontramos completamente expuestos, desnudos emocional y físicamente. Tú no puedes ocultar nada. Y siempre que bailas todo el mundo te dice: `ay, bailaste divino`. Pero especialmente cuando mi madre no está cerca, me impongo más presión a mí mismo que cualquier otra persona. Los artistas tendemos a ser perfeccionistas, así que me preocupo más por mi propia intención de superación que por la del público.
-¿En qué momento tomaste conciencia de que te habías transformado en una estrella de ballet?
-Oh… ¿qué es una estrella de ballet? Yo sólo hago mi trabajo. Y trato de hacerlo lo mejor posible. Me pongo a mí mismo bajo mucha presión y soy perfeccionista. Pero no me considero una estrella de ballet. Una parte mía es un bailarín, pero no me defino sólo como un bailarín. Todas las cosas que vienen junto con la danza son grandiosas, pero en algún punto te pueden costar mucho. El problema es que como bailarín, es muy difícil de separar tu ego del trabajo, porque tú eres tu arte. Si no bailas bien, tú eres el único a quien culpar. No es como si diseñaras un objeto cualquiera, y después dijeras `yo soy diseñador y diseñé tal objeto que es hermoso`. Pero ese objeto no eres tú. Sin embargo, yo no me puedo separar, porque soy el producto. Entonces, psicológicamente es difícil hacer un corte y separarte de tu trabajo. Pero siempre lo intento. Después de todo no es más que mi empleo.
El espectador SIMKIN.
-¿Qué hacés cuando no bailás?
-Desde que era niño adoro la tecnología en general. Todos los aparatos y dispositivos que tengan pantalla. Y todo lo que hago trato de que no sea muy `activo`, porque por el desgaste físico de mi trabajo quedo exhausto. Así que me gusta leer, mirar películas, la música. Especialmente en Nueva York me gusta ir a los conciertos, al teatro o a ver danza. Cualquier cosa que pueda enriquecerme. Porque creo que cuando vas a ver un espectáculo, no solamente estás «viendo el espectáculo», sino que consciente o inconscientemente cambias. Aunque no lo recuerdes, queda contigo. Además, por supuesto que me gusta pasar el tiempo con mis amigos.
-¿Qué libros te gusta leer?
-Trato de alternar uno de ficción con uno de otro género. Por ejemplo adoro a Murakami y a Don DeLillo. En los que no son de ficción me gustan las ciencias sociales, temas como inteligencia emocional, inteligencia social. Soy muy curioso respecto a la mente, a cómo funciona el cerebro. No crecí en una casa religiosa y siento una especie de vacío en ese aspecto. Por eso estoy intentando entender la espiritualidad a través de la ciencia, porque tengo una mente muy científica y siento que debo saber más.
-¿Qué tipo de películas disfrutás más?
-Miro muchísimas, no sólo de Hollywood. En general me gustan las películas raras, un tanto disparatadas, que tengan la capacidad de crear realidades diferentes por unas horas.
-¿Cómo te ves dentro de cinco años?
-No lo sé, ni lo quiero saber. Voy paso por paso. No quiero hacer planes que después no se hagan realidad, porque te desilusionan. Hoy mi objetivo es bailar y hacer mi trabajo lo mejor posible.
–¿Si no fueras bailarín, qué otra cosa te gustaría ser?
-Amo la estética en general, la belleza, el diseño, las artes visuales, la fotografía. Realmente me darían también un placer enorme. O podría ser por el lado de la psicología. O la combinación del arte y la psicología. Muchas cosas. Hay artistas que no pueden dejar de bailar porque no pueden verse a sí mismos separados de su trabajo.
Nuevos escenarios
HASTA hace poco tiempo parecía imposible «acercarse» a una figura internacional del ballet, un mundo bastante cerrado.
Sin embargo, hoy en día, si por ejemplo uno desea contactarse con Daniil Simkin es muy fácil. Puede entrar a su sitio en Internet o a su blog, escribirle a sus contactos, hacerle consultas por Formspring, ser uno de sus casi 5 mil amigos en Facebook o en MySpace, saber qué esta haciendo o sintiendo en este preciso momento, siguiéndolo por Tweeter o ver cualquiera de la gran cantidad de videos que él mismo o sus seguidores cuelgan en YouTube o las fotografías que se encuentran en Flickr, tanto de las funciones como entre bambalinas.
Es así que Simkin se ha convertido en abanderado de una nueva forma de comunicación en el mundo de la danza, con la intención de acercar y desmitificar la carrera del bailarín. Y ve en las redes sociales un instrumento para hacerlo.
-Es fácil conocer tu diario vivir a través de las redes sociales. ¿A qué se debe eso?
-Me encuentro muy involucrado con las distintas redes sociales. Existe un cliché de que el ballet es un arte muy elitista e intocable y que es solamente para los ricos y «la gente que entiende». Sin embargo, creo que es un arte muy accesible, porque se basa en el movimiento. Y el movimiento está conectado con la esencia más profunda del ser humano, es muy cercano al alma. Es muy básico para nuestra naturaleza. Como dice Martha Graham: «el movimiento no miente». Tu cuerpo va a decir siempre la verdad. Es por eso que veo tanto potencial en las artes performativas en general y en el ballet en especial. El arte debe ser para todo el mundo. Es por eso que creo que la gente tiene que tener la posibilidad de ver lo que hacemos en parte de nuestras vidas. Hay que mostrar que somos gente normal y qué es ser un bailarín e invitar a bailar a personas que no han tenido la chance. Los artistas tienen que promover las artes e inspirar a la gente para que vaya. Nosotros creamos algo para poder hacer que la gente, aunque sea por un momento, se olvide de sus problemas y sea absorbida por el arte.
-¿Cómo pueden los artistas llegar a nuevos públicos?
-Primero que nada hay que bailar. Pero después, a través de Internet, se puede lograr un mayor acercamiento de la gente, hablar, establecer vínculos. Nuestro mundo se muestra como muy cerrado y especial, pero en el fondo somos todos seres humanos que amamos lo que estamos haciendo.
Nuevos escenarios
HASTA hace poco tiempo parecía imposible «acercarse» a una figura internacional del ballet, un mundo bastante cerrado.
Sin embargo, hoy en día, si por ejemplo uno desea contactarse con Daniil Simkin es muy fácil. Puede entrar a su sitio en Internet o a su blog, escribirle a sus contactos, hacerle consultas por Formspring, ser uno de sus casi 5 mil amigos en Facebook o en MySpace, saber qué esta haciendo o sintiendo en este preciso momento, siguiéndolo por Tweeter o ver cualquiera de la gran cantidad de videos que él mismo o sus seguidores cuelgan en YouTube o las fotografías que se encuentran en Flickr, tanto de las funciones como entre bambalinas.
Es así que Simkin se ha convertido en abanderado de una nueva forma de comunicación en el mundo de la danza, con la intención de acercar y desmitificar la carrera del bailarín. Y ve en las redes sociales un instrumento para hacerlo.
-Es fácil conocer tu diario vivir a través de las redes sociales. ¿A qué se debe eso?
-Me encuentro muy involucrado con las distintas redes sociales. Existe un cliché de que el ballet es un arte muy elitista e intocable y que es solamente para los ricos y «la gente que entiende». Sin embargo, creo que es un arte muy accesible, porque se basa en el movimiento. Y el movimiento está conectado con la esencia más profunda del ser humano, es muy cercano al alma. Es muy básico para nuestra naturaleza. Como dice Martha Graham: «el movimiento no miente». Tu cuerpo va a decir siempre la verdad. Es por eso que veo tanto potencial en las artes performativas en general y en el ballet en especial. El arte debe ser para todo el mundo. Es por eso que creo que la gente tiene que tener la posibilidad de ver lo que hacemos en parte de nuestras vidas. Hay que mostrar que somos gente normal y qué es ser un bailarín e invitar a bailar a personas que no han tenido la chance. Los artistas tienen que promover las artes e inspirar a la gente para que vaya. Nosotros creamos algo para poder hacer que la gente, aunque sea por un momento, se olvide de sus problemas y sea absorbida por el arte.
-¿Cómo pueden los artistas llegar a nuevos públicos?
-Primero que nada hay que bailar. Pero después, a través de Internet, se puede lograr un mayor acercamiento de la gente, hablar, establecer vínculos. Nuestro mundo se muestra como muy cerrado y especial, pero en el fondo somos todos seres humanos que amamos lo que estamos haciendo. ©El Pais Cultural de Uruguay
Daniil Simkin
© 2012 Danza Ballet
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