La soledad total del exilio, según Bunin, Krymov y…Baryshnikov
Felizmente, el festival Les Étés de la Danse de este año no ha terminado. Luego de la presentación del Miami City Ballet durante el mes de julio, el Palais de Chaillot de París acoge a Mikhail Baryshnikov (quien junto a Ana Laguna también había sido huésped de Los Étes de la Danse, el pasado año en el Teatro de la Ville) en la obra teatral “In Paris”, una adaptación y puesta en escena de Dmitry Krymov (con su Dmitry Krymov Laboratory, en co-producción con el Baryhsnikov Arts Center, en asociación con el Teatro Koorjamo de Finlandia) sobre un cuento (1940) del escritor ruso Iván Bunin, premio Nobel en 1933.
Tras su estreno mundial el pasado 17 de agosto, en Helsinki, “In Paris” se presenta en el Palais de Chaillot desde ayer 8 hasta el próximo 17 de septiembre.
Bunin, un exiliado, ruso blanco, que murió en París, narra en su cuento una bella y tierna historia de amor –que tiene lugar en París en los años 30- entre un viejo general del ejército zarista, Nikolai, asilado en París en medio de la “soledad total” – es el indicador emotivo de la obra -, y una joven compatriota, Olga, a quien encuentra en un café de emigrados. Pero el signo de la tragedia, en expresión del exilio, abortará la historia personal con la que al fin ambos se hubieran redimido de su soledad y los sufrimientos del desarraigo. Tres días después de su primera cita, Nikolai muere de un ataque al corazón, mientras leía el periódico en el metro.
Mikhail Baryshnikov interpreta al general. Hace unos cuarenta años que Baryshnikov no hablaba ruso (piensa todo el tiempo en inglés), desde su asilo en Canadá en 1974.
La obra, de una hora y media de duración, se presenta en ruso, con subtítulos al francés, aunque en breves pasajes Baryhsnikov habla en francés. Por primera vez, Baryshnikov no sólo ha vuelto a hablar ruso sino que ha renovado con el “dolor del exilio”. “Renovado”, porque Baryshnikov no ha regresado nunca a su país de origen, ni lo hará. En entrevista de Ariane Bavelier, publicada el 8 de septiembre en Le Figaro, decía: “No regresaré a Petersburgo ni vivo ni muerto”.
Bavelier asimismo le pregunta a Baryshnikov por qué la obra no se presenta en Moscú, que es sin embargo la sede de la compañía de Krymov. La respuesta: “¿Por qué ir a una ciudad donde en su plaza principal hay una cámara fría con dos macabeos repugnantes?”, respondió Bunin cuando le hicieron esta pregunta. Años después, yo estaba con mi amigo Joseph Brodsky, cuando a esta misma pregunta, de nuevo, él respondió: “Que hagan salir esa cosa de mausoleo y después veremos”. Me alineo a la respuesta de mis dos compatriotas, incluso si yo no soy premio Nobel como ellos”.
Baryshnikov no ha tenido necesidad de investigación alguna para la construcción de su personaje del general, sino tan sólo remitirse a su padre, un militar (aunque no de tan alta graduación como Nikolai) del ejército rojo que ocupó Letonia, donde nació Baryshnikov. “Mi padre, como el general que encarno –aduce en la entrevista citada-, perdió el tren pero no debido a la guerra civil sino porque, para un oficial del ejército rojo tener un hijo tránsfuga no era un regalo”.
Krymov es intenso y refinado, no tiene miedo de recurrir en ocasiones a un humor sutil –que sólo acentúa el desespero de los personajes en una obra devastadora-, apoyado por soluciones ingeniosas de escenografía (de Maria Tregubova, quien también firma el vestuario), la cual tampoco le tiene miedo al “carton-pâte”. Entre ellas, que el reverso de los decorados – y algunos de ellos se desplazan girando, según el propio tabloncillo- sean cartas postales, en ironía cruel: ¿podían los rusos blancos enviárselas a sus allegados dejados atrás en Rusia? Y sobre todo, que los pensamientos del general, ya enamorado de la camarera Olga, se le hagan conocer al espectador por medio de burbujas de dibujos animados.
Además del video (Tei Blow) –esencial, por la otra parte, en tanto “complemento” visual y especialmente textual, que Krymov intenta despojarse lo más posible de las palabras, justo porque las conoce, como a la obra de Bunin, en profundidad-, la música (Dmitry Volkov) es el elemento constitutivo más importante. Casi todo el tiempo es puramente vocal; más aún, a capella, “misteriosa” y lejanamente hermosa si no recurre a conocidas arias de Mozart, o de “Carmen” de Bizet (“L’ amour…” y la canción de Escamillo). A señalar a estos singulares actores-cantantes, y hasta músicos (como en el improvisado cajón flamenco que percuten hacia el final): Maxim Maminov, Maria Gulik, Polina Butko; y Ossi Makkonen y Lasse Lindberg.
La contención es la dominante del lenguaje de Krymov. Las referencias al cine mudo (a Chaplin) no son casuales…El discurso, si bien no despojado del todo, se sitúa en otro plano, ese que llama a los más íntimos resortes de lo “indecible”. He aquí su éxito.
El espectáculo es lacerante, dotado de esa ternura y desolación de las que acaso sólo los rusos intuyen las claves. Una desolación que se asemeja, en ósmosis de la geografía al espíritu, a sus vastas estepas despobladas. Pero aquí, recordémoslo, se trata de una soledad provocada por un exilio político, el primero, el Adelantado, de los otros que le sucedieron en el siglo XX, muchos de ellos bajo el signo de revoluciones comunistas que siguieron a la rusa de 1917.
Anna Sinyakina. Foto Maria Baranova.
Anna Sinyakina y Mikhail Baryshnivov. Foto Anna Kartseva.
La Olga de la asombrosa Anna Sinyakina tuvo resonancias plenas de matices frágiles, como si desde el primer momento en que sale a escena ya esté anunciando la tragedia. Ello suele ser sino lo que se denomina bajo el nombre de “teatro”, gran teatro.
Mikhail Baryshnikov, insaciable, un artista que se ha convertido en cierto ícono más allá de su danza definitoria, establece también, en su manera actoral –inolvidable su voz en ruso, y hasta en los ciertos pasajes en francés-, una grandeza de estilo.
El baile (coreografía de Alexei Ratmansky) se reserva para el final, sobre esa canción de Escamillo ya apuntada. Naturalmente, no hay, no puede haber ningún despliegue del virtuoso de antaño. Pero el poder del gesto, y la capacidad de la elegancia y de lograr conmover incluso con lo mínimo, en sabia conjunción de figuraciones precisas y savia interior, permanecen intactos.
El general Nikolai, como torero, se enfrenta por última vez al ruedo del destino y la vida. Y de nuevo pierde su última batalla.
Mikhail Baryshnikov y Anna Sinyakina. Foto de Maria Baranova.
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