Rudolf Nureyev. Homenaje a 15 años de su muerte

El frío 6 de enero de 1993 tuve uno de mis mas amargos días de reyes, al escuchar en el noticiero de Javier Solórzano el audio original francés donde su medico personal confirmaba ante los medíos de prensa que Rudolf Jametovich Nureyev había fallecido a los 54 años en París. Días mas tarde, sería sepultado en el cementerio de Sainte-Genevieve-des-Bois, al sur de la capital francesa.

La historia de Rudolf Xämät uli Nuriev, también conocido como Rudolf Jametovich Nureyev, pareciera la de un cuento de hadas: nació a bordo de un tren mientras su madre se trasladaba a Vladivostok -donde su padre, un comisario del Ejército Rojo, había sido destinado-, el 17 de marzo de 1938; quizá fue el vaivén del tren lo que marcó su futuro como exiliado, su continuo deambular por el mundo; sus legendarios pas de deux.

Aunque Nureyev recibió sus primeras lecciones dancísticas a los 11 años, fue hasta 1955 (con 17 años) cuando llegó al Instituto Coreográfico de Vaganova, dependiente del Ballet Kirov; pese a este comienzo tardío, muy pronto fue reconocido como el bailarín más talentoso surgido en muchos años en esa escuela. Aunado a ese enorme talento y férrea autodisciplina, Rudy destacó por su temperamental carácter; según su biografía, continuamente era sancionado por su mal comportamiento. En la primavera de 1961, para variar Rudy estaba castigado y no fue convocado para la gira europea del Ballet Kyrov; sin embargo, el azar, el destino o la diosa fortuna, le tenían reservado otro derrotero: días antes de la presentación de la compañía en Paris, el primer bailarín Konstantin Sergeyev sufrió un accidente y Nuereyev fue llamado de emergencia para sustituirle.

Cuentan que su actuación en París fue extraordinaria y que el público asistente quedó prendado del virtuoso bailarín; cuando la «tourne» concluyó, cual film gringo de la «guerra fría», Rudy no se presentó en el aeropuerto y así, aquel 17 de junio de 1961, al desertar de la ex Unión Soviética, iniciaba la leyenda de quien más tarde sería reconocido por muchos especialistas como el más talentoso, carismático e influyente bailarían del Siglo XX, solo equiparable a -o superado por, según el crítico en cuestión- su paisano Vaslav Nijinsky (quien murió en 1950, pero retirado desde 1919 debido a su penoso padecimiento de esquizofrenia). Después sucedió lo que todo mundo sabe: conoció a la gran bailarina británica Margot Fonteyn, quien lo llevó al Royal Ballet de Londres y con quien entabló una relación amistosa y profesional, formando una de las parejas dancísticas más famosas y exitosas.

Nureyev interpretó decenas de personajes clásicos y transitó con igual gracia a la danza moderna, haciendo gala, según los especialistas, de una depurada técnica y notables dotes interpretativas. Yo no soy conocedora de técnicas dancísticas, solo he visto algunos ballets asombrosos (rusos, ingleses y franceses) y pese a que a Rudy solo lo he apreciado en vídeo, ningún bailarín me ha maravillado como él. Para mi, Nureyev no solo poseía la depurada técnica adquirida y pulida a través de los años; detentaba, sobre todo, algo que ningún maestro enseña: pasión, vehemencia. Al bailar este hombre desplegó una sensualidad y un magnetismo pocas veces visto. Dicen que su mayor aportación al ballet fue la reivindicación al papel del hombre arriba del escenario, hasta entonces condenado a ser generalmente solo el acompañante de las primeras bailarinas; fue Rudy quien le otorgó el protagonismo absoluto al bailarín masculino.

Siendo bailarín también se desempeñó como coreógrafo de sus propios personajes; más tarde fue maestro y conductor; entre 1983 y 1989 fue el director artístico del Ballet de la Ópera de París, donde además continuó bailando. Como todo genio, la leyenda a su alrededor está poblada de chismes, anécdotas, rumores; unos falsos y otros ciertos; dicen que su temperamental carácter le orillaba ser pedante, arrogante, obsesivo, perfeccionísta y muy exigente; insoportable para quienes lo rodeaban. Es probable que sus detractores digan cosas peores. También se dice que era un amante promiscuo y que por su cama desfilaron muchos jóvenes bailarines, aún durante su larga y tormentosa relación amorosa con el bailarín danés Erik Bruhn, 10 años mayor que él.

Dolorosamente cierto es que Rudy contrajo SIDA quizá a principios de los 80’s; y no obstante que a finales de ésa década su enfermedad estaba muy avanzada, continuó al frente del Ballet de la Ópera de París, donde trabajó incansablemente y produjo algunas de las obras coreográficas más revolucionarias de su época. El gobierno de Françoise Mitterrand lo condecoró como Chevalier de la Legion d’Honneur (1988) y Commandeur des Arts et des Lettres (1992). Aún recuerdo la imagen transmitida por la televisión en 1992, cuando efectuó su última aparición pública en el Palais Garnier de París, muy demacrado pero tocado con su característico turbante que tan bien le iba, Rudy recibió por parte del público, puesto en pie, una apoteósica ovación que nos humedeció los ojos…a él y a mi.

Meses mas tarde, el frío 6 de enero de 1993 tuve uno de mis mas amargos días de reyes, al escuchar en el noticiero de Javier Solórzano el audio original francés donde su medico personal confirmaba ante los medíos de prensa que Rudolf Jametovich Nureyev había fallecido a los 54 años en París; días mas tarde, sería sepultado en el cementerio de Sainte-Genevieve-des-Bois, al sur de la capital francesa. Publié par MARICHUY

Rudolph Nureyev, funerales desarrollados en el palacio Garnier

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