El tiempo se mostraba inclemente, sin embargo, la atmósfera artística del Met, en los comienzos de la temporada veraniega del American Ballet Theater (ABT), prometía programas muy interesantes.
“ONEGIN”
A continuación de la gala inicial, el ABT trajo a la escena una hermosa joya coreográfica: “Onegin” (o ´Eugene Onegin´, basado en el poema-novela del mismo título, de Alexander Pushkin), que lleva coreografia de John Cranko (1926-1973), sobre varias de las maravillosas piezas de P.I. Chaikowsky, con arreglos orquestales de Kurt-Heinz Stolze.
Esta obra fue estrenada en 1965, en el Teatro Estatal de Wuerttenberg, por el Ballet de Stuttgart. Pocos años después, la compañía llegaría a la capital del mundo de la danza para actuar en el Lincoln Center, donde ganaría de inmediato el interés de los asiduos balletómanos.
La reposición de “Onegin” en uno de los repartos, contó con la presencia del aplaudido bailarín brasileño Marcelo Gomes en el rol titular, Diana Vishneva sería Tatiana y completando el reparto de principales, estaban Jared Matthews como el poeta Lensky, amigo de Onegin, e Isabella Bolyston, era Olga, su enamorada, y hermana de Tatiana.
La personificación de Onegin — personaje tan magnético como elusivo — no presentó problema para Gomes. Su magnífica actuación lo subió hasta ese nicho de supremacía dramática, al que solo llegan los grandes actores. Vishneva, igualmente efectiva como inocente y romántica, pudo desdoblarse en la intensa mujer que apareció al final, donde pudo mostrar su desgarramiento, sin llegar a melodramas innecesarios.
Según el argumento, una indiscreta carta amorosa que la joven Tatiana hace llegar a Onegin, es rasgada en varios pedazos por éste, y arrojada sobre los hombros de la abochornada joven, durante una fiesta bailable en casa de Larina, la matriarca de la familia. Olga, por su parte, se divierte con su pretendiente, el poeta Lensky, quien la ama profundamente. Pronto Onegin, al parecer, aburrido, se interpone entre ambos novios repetidamente, para bailar con Olga para frustración de Lensky. Quizás la tonta jovenzuela se sintiera engreída de haber despertado tal interés en el enigmático caballero, no duda en bailar con él, pero el daño no tarda en aparecer, cuando Lensky, en un arrebato de celos, abofetea a Onegin y lo reta a duelo. La escena termina con la muerte de Lensky.
Pasan unos años hasta que Onegin reaparece en una velada en casa de su amigo, el Príncipe Gremin, quien ha contraído matrimonio con Tatiana, ahora una bella y elegante dama. Onegin, que ignoraba ese matrimonio, inmediatamente se siente atraído a Tatiana, y es él quien ahora escribe una indiscreta misiva amorosa que ella recibe, pero no contesta. No obstante, Onegin logra entrar en la mansión de la pareja, y allí, humildemente postrado a los pies de Tatiana, ruega su perdón.
En el dramático Pas de Deux final, Tatiana desgrana sus sentimientos en cada uno de sus pasos; finalmente desecha las súplicas amorosas de Onegin, y es ahora ella quien rompe la carta en pedazos, y los deja caer sobre él, como sucediera años ha, a la inversa. . Ante esto, Onegin huya despavorido de la escena dejando a Tatiana sola, en medio del proscenio, con el último pedazo de la carta aún entre sus manos.
Al triunfo de la noche, que fue grande, hay que añadir el magnífico acompañamiento orquestal, bajo la dirección de Ormsky Wilkins.

REPERTORIO MIXTO (MIXED REPERTORY)
Tres por tres, pudiera también haber sido titulado el programa variado que fue ofrecido en días consecutivos, donde resplandecieron obras de distintos coreógrafos y otros tantos estilos definidos como contemporáneo, romántico y clásico por excelencia. Los nombres de los coreógrafos “abarcan un siglo”: Mark Morris (Drink to me Only with Thine Eyes, 1988), Sir Frederick Ashton (A Month in the Country, 1976), y George Balanchine (Symphony in C, 1947).
Sobre música de Virgil Thompson, magníficamente interpretada — con el piano en la escena – por Barbara Bilach, “Drink to Me Only With Thine Eyew” , incluyó entre sus doce intérpretes, a bailarines principales, solistas y coro. Había pasos en punta para las mujeres, del mejor estilo clásico, igual que otras calzaban zapatillas suaves. El sencillo vestuario en blanco (batas cortas de tela ligera para las bailarinas, y camisas y pantalones para los hombres), original de Santo Loquasto, contribuía a la agradable sencillez de la pieza, en la que, no obstante, el coreógrafo echó mano a pasos rápidos o dificultosos, vencidos todos muy graciosamente por los avezados intérpretes.
Las secuencias bailables fueron divididas en pasos a dos, grupos y solos. En esto último, Marcelo Gomes volvió a exponer la correcta forma de terminar los pasos: exactitud y limpieza en abundancia… Una estampa sumamente impresionante, de la que solo me queda ahora repetir: Bravo, Marcelo…
“Un mes en el campo” (A Month in the Country), como tituló su coreografía el nunca-suficientemente-bien-ponderado Sir Frederick Ashton, basa su historia, libremente, en una obra de Ivan Turgenev, sobre la elegante estancia veraniega de la familia de Natalia e Yslaev, que incluye a Kolia, hijo de ambos, a Vera, jovencita al cuidado de Natalia. También está presente Rakitin, admirador y confidente de la señora de la casa, la sirvienta Katia, y ese verano llega el atractivo estudiante Beliaev, quien servirá de tutor a Kolia.
De entrada, cuando el telón se descorre, aparece un elegante salón que evoca un ambiente de total tranquilidad (al estilo de los años 1845) y buen gusto: una sala señorial, con un ventanal que dejaa ver un jardín de gran verdor. En los diseños de Julia Trevelyan Oman, para el salón de la casa, igual que para el vestuario, prevalecen los colores suaves, incluyendo el blanco. La partitura musical, la romántica y bella música para piano de Chopin – con Emily Wong en el instrumento –, incluye además partituras para piano y orquesta (Fantasía de Aires Polacos, y el Andante spianato y Gran Polonesa), cuya orquestación fue realizada por John Lanchbery.
Siguiendo la historia, muy pronto la sosegada atmósfera de la estancia es vuelta “patas arriba”, por la apabullante hermosura del joven tutor y los celos que surgen entre la adolescente Vera y Natalia. Esta última, por su aburrimiento, también se siente atraída a él. Beliaev juguetea con la admiración de las féminas (incluyendo a Katia, la sirvienta), sin percatarse de los problemas que esos sentimientos traen consigo. ¿Se enamora de alguna de ellas, como parece ser el caso con Natalia, la gran señora de la estancia? La flor que deja a su partida a los pies de ella, así parece indicarlo.
El confidente Rakitin, al comprender lo que está sucediendo, opta por una solución rápida e insta al atractivo tutor a abandonar la plaza con él, para así “restaurar la normalidad en la familia”. Beliaev está de acuerdo y abandona la posición recién adquirida. Kolia, que nunca entendió lo que estaba sucediendo, resume su rutina de juventud, volando un papalote, mientras Vera tendrá que calmar su corazón, buscándose un nuevo novio, o casándose con quien la familia escoja para ella.
La coreografía que Ashton creara para ésta – entre las últimas hechas por el magistral coreógrafo – pudiéramos considerar como una de las mejores. Julie Kent, en el rol de Natalia, desgrana la coreografía con una ligereza tal, que parecía volar por la escena. Sus rápidos pas de bourées eran cristalinos… casi vertiginosos. Vistiendo ropa delicada, de color blanco, sus facciones recordaban una estampa comparable a las madonnas de Rafael. La belleza de Kent, ya en su edad madura, es impresionante, y ese rol le viene de maravilla, especialmente en los últimos instantes de la obra, en que queda sola, rosa en mano, con sus recuerdos.
Kolia, interpretado por Daniil Simkin, le dio al público lo que siempre desea ver: técnica virtuosa (múltiples vueltas y saltos de gran elevación). Vera, a cargo de Gemma Bond, salió airosa en su ejecución, igual que Jared Matthews como Rakitin y Stella Abrera como la sirvienta Katia. Victor Barbee tuvo poco que hacer como Yslaev, el complaciente esposo de Natalia.
La actuación del magnífico bailarín italiano Roberto Bolle, como el conflictivo Beliaev, no creo haya complacido a muchos, salvo que solo ver su magnífica figura y hermosas facciones en la escena, representan un regalo para la vista. No me gusta establecer comparaciones, pero no puedo sustraerme al recuerdo de Anthony Dowell en el mismo rol, que ví hace ya muchos años. Bolle hizo su entrada en la pieza como vencedor, no como humilde tutor, según lo presentaba Dowell. Bolle parecía jugar con todas las damas de la casa. Dowell se veía agradecido a la par que temeroso a sobrepasarse. Cuando le dedicaban demasiada atención, se veía confuso por no saber si debía aceptarlas o desecharlas. Sin embargo, cuando el personaje sucumbe a la pasión que Natalia demuestra (y él comparte), la emoción en Bolle no fue tan notable como la que Dowell pareció sentir.
Terminando la noche, le llegó al momento al gran Balanchine y su “Symphony in C” de Bizet, coreografía originalmente creada para el Ballet de la Ópera de París en 1945, que entonces sería titulado “Le Palais de Crystal”. En su estreno estadounidense, en 1948, no obstante, aparecería con el nombre actual, que conserva en el presente.
Los cuatro movimientos de “Symphony”, tienen modalidades diferentes de acuerdo con los ritmos. Cada uno lleva al frente una pareja diferente: Paloma Herrera y James Whiteside son los primeros principales en aparecer; continuaron Verónica Part con Cory Stearns; luego siguieron Xiomara Reyes e Ivan Vasiliev, y para terminar, les tocó el turno a Sarah Lane junto a Sascha Radetsky, además del nutrido grupo que va en aumento de Corps de Ballet. Los más destacados en la obra esa noche, fueron, sin duda alguna, Herrera por su extraordinaria rapidez y limpieza técnica, igual que Stearns, por su excelencia como compañero.
Aplausos de nuevo para Willkins, y David LaMarche, a la batuta… Otra noche para la historia.

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