Anna Pavlova, desde México hasta Buenos Aires

Anna Pavlova, desde México hasta Buenos Aires | Danza Ballet 

Anna Pavlova fue un gran bailarina del siglo XX.

En 1913 abandonó el Teatro Marinski Imperial de Petersburgo en pro de la libertad artística.

Después del éxito brillante en París escenario suyo fue todo el mundo. Luego de crear en Londres una compañía propia de ballet ruso recorrió con ella 44 países. Aquel fue servicio abnegado al arte entrañable que ella quiso popularizar por doquier y hacerla accesible para todos. De ahí que sus itinerarios se extendían por los lugares más apartados del planeta, incluidos aquellos donde nunca habían visto el ballet.

Por Leonard Kósichev –  La Voz de Rusia

Su poema se organizaba sobre la base de los espectáculos del Teatro Mariinski entrañable. Y la tarjeta de presentación de Anna Pavlova fue la miniatura coreográfica “La muerte del cisne”, creada en el Teatro Mariinski especialmente para ella. Aquello era una especie de novela trágica en la danza sobre la fragilidad de la vida.

Para la miniatura fue tomada la música penetrante de Saint-Saens. Con sus acordes la bailarina creaba la imagen inspirada de un ave blanca que encarnaba la pureza del alma y del pensamiento, pero que era incapaz de desasirse del poder del entumecimiento de la muerte que la abrazaba.

Pavlova convirtió “La muerte del cisne” en una obra maestra mundial y en el símbolo del ballet ruso. Con este actuó también en América Latina por la que realizó innumerables giras desde 1915 hasta 1928.

La bailarina estuvo en Cuba, México, Perú, Chile, Uruguay, Argentina, Brasil, Venezuela, Panamá y Costa Rica…

El primer país latinoamericano en el que actuó Anna Pavlova con su compañía fue Cuba.

La gira comenzó el 13 de marzo de 1915 con un espectáculo en el Teatro Rayget, donde se reunió toda La Habana teatral. Pavlova danzó en ese día ballet clásico de su Teatro Mariinski. Y por cierto que interpretó su miniatura favorita “La muerte del cisne”. El éxito fue impresionante. Al día siguiente todos los periódicos presentaban comentarios colmados de admiración. El “Heraldo de Cuba” definió a Anna Pavlova de “regalo de los dioses que desean cegarnos con su rayo divino”. Su cisne fue declarado un “milagro artístico”.

Las actuaciones de Anna Pavlova se realizaron no sólo en La Habana. Su arte fue ovacionado por los habitantes de Matanzas, Cienfuegos y de Santiago de Cuba. El repertorio del programa se distinguía por su diversidad: desde el fragmento “La noche de Walpurgis”, de la opera de Charles Gounod “Fausto”, hasta “La bachanalia del otoño”, del ballet “Las estaciones del año”, de Alexander Glazunov.

La bailarina ofreció unos cuantos espectáculos, cuyas entradas se ofrecían a precio rebajado. A esos espectáculos podían acudir personas incluso de ingresos modestos. La gira en Cuba terminó en el ya mencionado Teatro Rauget, el que estaba abarrotado de público. El último numero de despedida fue “La muerte del cisne”.

El público clamaba una y otra vez a la bailarina, sin querer despedirse de ella.

En 1917, Anna Pavlova volvió a viajar a Cuba. Estra vez danzó en los ballet “Giselle” y “La flauta mágica”. Y una vez más el público, con el aliento contenido seguían los movimientos asombrosos de la bailarina, cuando a petición suya interpretó “La muerte del cisne”.

La bailarina viajó a Cuba por tercera vez en 1919. Entonces, los habitantes de La Habana la vieron en el ballet de Piotr Chaikovski “La bella durmiente”.

Las nuevas actuaciones de Anna Pavlova, al igual que las anteriores, fueron sorprendentes. El escritor Renée Méndez Capote que vió su actuación confesó que había quedado en su memoria “Como un ser de otro mundo”. Otro escritor, Federico Uhrbach preguntaba: “ Cuándo danzas, ¿desciendes a la Tierra o te elevas sobre ella, cautivándonos con tu gracia celestial?”.

Pavlova despertó con sus actuaciones enorme interés en ese país en el ballet clásico ruso. Mas tarde, representantes suyos participaron en la preparación de bailarines cubanos.

La primera escuela profesional de ballet clásico fue inaugurada en 1931. La encabezó el bailarín y coreógrafo ruso Nikolai Yavorski. Muchos de sus discípulos fueron posteriormente maestros consagrados del ballet nacional cubano, entre las que sobresale la bailarina Alicia Alonso.

En 1917, realizó una gira a Chile con su compañía. En el casino de Viña del mar y en el Teatro Municipal de Santiago presentó el ballet “Giselle”. Los últimos acordes de la música se hundían en las ovaciones del público admirado que exigía de la bailarina interpretaciones en “bis”. Más tarde la bailarina recordará: “Me impresionó esa acogida solemne, aunque en un comienzo había salido a la escena con recelo, y ello porque me habían advertido que la actitud hacia el ballet en el país era un tanto condescendiente».

La bailarina fue invitada a actuar en Chile una vez más, lo que hizo en 1918. los periódicos chilenos, quizás a raíz de sus giras, por vez primera prestaron tanta atención al ballet. Ellos ponían de relieve la elevada maestría de la danza de la “Giselle rusa”. “El Mercurio” saludaba las giras de Anna Pavlova como “Brisas refrescantes”.

Hasta ahora recuerda las actuaciones de la bailarina una placa de mármol instalada en la fachada del edificio del Casino de Viña del Mar.

Pavlova actuó también en otras ciudades chilenas, en TALCA, Concepción y Valparaíso. Fueron presentados los ballet, “La bella durmiente”, con música de Piotr Chaikovski, y “Raimonda”, de Alexander Glazunov.

Entre los números sobresalía la miniatura “La muerte del cisne”, que cautivó de inmediato al público chileno. Ya en este siglo, la Revista Musical Chilena escribió que las actuaciones de Pavlova ayudaron a preparar el terreno para la percepción del ballet clásico y su desarrollo en Chile.

“La muerte del cisne” de Anna Pavlova continuó su deslizamiento escénico por los teatros de otros países latinoamericanos. Estuvo en dos ocasiones en México.

La primera vez, en enero y febrero de 1919, cuando en el país, que acababa de vivir una revolución reinaba aún la intranquilidad. Y el presidente de México, Venustiano Carranza, para evitar posibles malestares, ordenó emplazar en el techo de los vagones del tren, en el que viajaban los artistas rusos, 200 soldados. Ellos custodiaban la compañía de Anna Pavlova todo el trayecto, desde el puerto de Veracruz hasta Ciudad de México.

Las actuaciones se celebraron en los teatros capitalinos de “Abreu” y “Principal”. El repertorio ofrecido comprendía los ballet “Raimonda”, “La bella durmiente”, “Giselle”, y otras obras maestras clásicas rusas y europeas.

Con todas las diferencias sorprendentes entre la danza escénica en la interpretación de Anna Pavlova, y las tradiciones coreográficas de México, el público acogió admirado a los artistas rusos.

El conocido crítico mexicano Javier de Bradomín, Anna Pavlova tuvo en México un “Éxito deslumbrante”. Le ofrecieron incluso actuaciones adicionales en el antiguo Teatro Bolívar, y en el Cine Granat.

Pero, a los espectadores les esperaba una sorpresa, la que fue anunciada por el periódico Excélsior «Anna Pavlova actuará en “El Toreo”, en la arena para la corrida de toros».

En el primer día de actuación la plaza aquella reunió unos 16 mil espectadores que deseaban apreciar la danza de la bailarina rusa. Aquello fue algo insólito; el ballet clásico en una arena para la corrida de toros.

Los periódicos mexicanos escribían sorprendidos de la “Magnífica iniciativa de Anna Pavlova, de los espectáculos al aire libre para un gran número de espectadores, que no tenían cabida en un teatro, sumando incluso varias presentaciones. Además que el precio de la entrada era prohibitivo incluso para personas de ingresos bastante medios. ¡Qué talento excepcional había que poseer para en un ruedo de toros, concentrar la atención de tan vasto auditorio de temperamentales mexicanos, muchos de los que por vez primera veían el ballet clásico! El espectador contemporáneo está acostumbrado a actuaciones de artistas en enormes estadios y plazas, mientras que entonces, aquello fue un fenómeno totalmente nuevo para el ballet clásico.»

Con sus actuaciones en escenarios tan originales, la bailarina se empeñaba en llevar el ballet clásico más allá de lo elitista, dándolo a conocer al más vasto auditorio.

Los críticos teatrales mexicanos parecían competir entre sí en la selección de los más elocuentes epítetos, a la hora de escribir de las imágenes creadas por Anna Pavlova en los distintos ballet.

Pero, los comentarios más excelsos mereció su perla de la danza mundial, “La muerte del cisne”. A juicio del crítico Luis Rodríguez: “Esta es una creación de las mas hermosas, cuya fuerza atractiva transforma el espíritu en cautivo de la armonía de la danza”. Y definía a Anna Pavlova de “genio divino de la danza”.

Las continuas giras por el mundo indujeron a Anna Pavlova a incluir en su repertorio números de concierto con elementos de danza de distintos pueblos. Así ocurrió también esta vez.

Pavlova preparó, especialmente para el concierto de despedida en la plaza “El Toreo”, que en esa ocasión reunió a unos 20 mil espectadores, el número denominado “Fantasías mexicanas”. Para ello tomó como base la danza popular mexicana “Jarabe tapatío”. Un espectáculo insólito: la bailarina bailó una parte en puntas, como en el ballet.

La interpretación causó un furor tal que por largo tiempo no dejaban que abandonara el escenario. Y hasta éste, con la ovación interminable del público, volaban los sombreros, como el signo de máxima admiración de los espectadores.

Seis años más tarde, Anna Pavlova regresa a México para cumplir su promesa.

Esta vez traía una nueva sorpresa. El 23 de abril de 1925, el Ciudad de México tuvo lugar el estreno del ballet “Don Quijote”.

México fue el primer país hispanohablante en el que vieron este excelente ballet en la interpretación de la compañía de Anna Pavlova. Desde el tiempo de sus giras, la escuela rusa de ballet devino señera para la coreografía mexicana. Soni Amelia, famosa actriz y bailarina del país confesaba que siempre ha venerado el ballet ruso y se ha guiado por el ejemplo de las famosas bailarinas rusas.

En América Latina, Brasil y Argentina, con sus sobresalientes teatros, sentían la atracción de los maestros rusos. Y el comienzo de esa tradición lo puso Anna Pavlova.

La rusa danzó no sólo en el escenario principal de Brasil, en el Teatro Municipal de Río de Janeiro. La bailarina actuó también en Sao Paulo. Llegó incluso hasta la región amazónica donde danzó en las ciudades de Manaus y Belén. Marina Olieneva, excelente bailarina de la compañía de Anna Pavlova, después de unas cuantas giras en Brasil se quedó en el país donde en 1927 inauguró la primera escuela brasileña de danza clásica.

Actualmente en Brasil, en la ciudad de Joinville trabaja la primera, y única en el extranjero, Escuela de ballet del Teatro Bolshoi de Moscú.

Pavlova actuó en Buenos Aires en cuatro ocasiones: en 1917, 1918, 1919 y en 1928. Ampliamente conocida es la fotografía de la bailarina que danza “La muerte del cisne” en el escenario del emblemático Teatro Colón.

Posteriormente se hizo con ella una tarjeta postal.

En 1928, otra famosa bailarina rusa, Elena Smirnova, viajó a Argentina y fue la primera pedagoga de danza clásica en el Teatro Colón. Hace ya tiempo que en su repertorio figuran muchas obras maestras del ballet clásico ruso, comenzando con “El lago de los cisnes”, de Chaikovski. Y hasta ahora continúan las provechosas relaciones profesionales de artistas argentinos con maestros del ballet ruso.

Argentina fue el último país de las giras latinoamericanas de Pavlova.

La bailarina quiso una vez más volver a América Latina, de la que se había enamorado, pero aquello no estaba destinado a cristalizarse. Pues, el cisne que tantas veces había agonizado en la escena emprendió el vuelo sin retorno.

Pavlova, la intérprete excelsa de esta emocionante miniatura pasó súbitamente a mejor vida como consecuencia de una pulmonía, durante una gira por los Países Bajos. Aquello ocurrió un 23 de enero de 1931, ocho días antes de que la artista cumpliera medio siglo.

Antes del último suspiro, la artista pidió: “Tráiganme el traje del cisne”.

Hoy día, éste se guarda como una preciada reliquia en el Grand Opera de París, en cuya escena brillara tantas veces, con su arte, la artista rusa.
De Leonard Kósichev. © 2005-2011 La Voz de Rusia.

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Anna Pavlova. (San Petersburgo, 1882 – La Haya, 1931).

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