«El lago de los cisnes» es probablemente el primer ballet que acude a la memoria de cualquier persona incluso aunque no sea aficionada a la danza. La magia que desprende el trágico y romántico argumento se ve sólidamente respaldada por una música que lo acompaña perfectamente en todo su desarrollo e inspira la riqueza coreográfica que posee la composición. El Ballet Nacional de Ucrania, con Igor Yebra y Alicia Amatriaín, presentó en el Palacio una admirable producción de la famosa obra.
El lago de los cisnes’ es probablemente el primer ballet que acude a la memoria de cualquier persona incluso aunque no sea aficionada a la danza. ¿Por qué esta obra -cuyo estreno en 1877 pasa sin pena ni gloria en la versión de Reisinger- se ha convertido en el ballet más popular en la historia de la danza? Hay en ‘El lago…’ varios factores que no suelen presentarse siempre unidos en todos los ballets: la calidad de la música, la magia del argumento y la categoría de la coreografía. En esta obra no hay un punto débil en ninguno de estos tres campos.
La magia que desprende el trágico y romántico argumento se ve sólidamente respaldada por una música que lo acompaña perfectamente en todo su desarrollo e inspira la riqueza coreográfica que posee la composición. El personaje irreal y mágico de Odette, una criatura patética y doliente condenada a vivir en el lago y a perder un amor que nunca estuvo realmente a su alcance, ejerce una profunda fascinación. Hay que señalar que aunque se ha impuesto el final feliz en este ballet, el tono de la música del cuarto acto es trágico, elegíaco. Como señaló Cranko: «Siegfried demuestra que es indigno, rompe su juramento e, inconscientemente, confunde las apariencias externas con la realidad más profunda… es un héroe trágico y debe ser derrotado… Odette y Siegfried no son la clase de amantes que puedan vivir felizmente para siempre».
El ballet, que durante años se consideró el clásico por excelencia, tiene una fuerte conexión argumental con el ballet romántico aunque técnicamente muestre nexos de unión con el ballet del siglo XX. El secreto de esta obra parece ser que tiene un tema inagotable y que permite cientos de lecturas diferentes.
Trabajo brillante y redondo
El Ballet Nacional de Lituania nos presentó en el Palacio de Festivales una producción muy digna de este ballet. Hay años de escuela y mucha tradición, la fuerte influencia del ballet ruso se nota en mu-chos países bálticos y del norte de Europa. No obstante, hay que decir que la versión de Sergeyev es la más habitualmente representada en Europa Occidental. El trabajo del conjunto fue admirable y los bailarines se mostraron en estilo tanto en los bailes clásicos como en los nacionales y en los papeles de carácter. No hubo grandes hazañas técnicas pero tampoco riesgos imperdonables y por eso la función fluyó de manera muy satisfactoria enmarcada por un vestuario colorista y una escenografía cuidada.
Es de destacar el trabajo de Velerij Fadejev en un papel que requería de mayores dotes interpretativas que el resto. En el paso a tres del primer acto sobresalió Miki Hamanaka frente a su compañera que tuvo algunos problemas con el giro. En cuanto a los dos papeles principales, Alicia Amatriaín presentó una Odette convincente, doliente y asustada, incluso profundamente abatida, revelando cualidades dramáticas y muchas posibilidades en papeles líricos. En el paso a dos del segundo acto rompe en ocasiones la magia al intentar forzar al máximo sus extensiones creando dificultades a su compañero. En el paso a dos del tercer acto, ya como Odile, los problemas fueron mayores y se perdió el balance en más de una ocasión.
En la coda, unos incómodos segundos de silencio tras su intervención revelaron la leve decepción del público porque la tradicional serie de 32 fouettés, que simbolizan el poder de seducción de la malvada Odile, se quedó en menos de la mitad y se concluyó con sendas diagonales. En el cuarto acto, de vuelta a Odette, la bailarina volvió a sentirse más cómoda y a interesarnos por su dulzura y una entrega emocional ilimitada que la hacen muy bella otorgando su perdón al arrepentido Siegfried. Igor Yebra, como Siegfried, el Príncipe que incapaz de comprometerse con una mujer real jura amor eterno a una criatura encantada, estuvo creíble en su papel de joven indeciso, soñador e impetuoso. El mismo ímpetu, aunque con menor alcance dramático que su pareja, lució en el cuarto acto para librar a Odette de Rothbart y reparar su error. En sus ejecuciones lució una excelente técnica y su buen hacer como partenaire.
Síndrome de Peter Pan
El ciclo de danza del Palacio de Festivales concluye así con una versión más que apreciable de ‘El lago de los cisnes’ mientras el Festival Internacional de Santander nos anuncia una interesante propuesta para este verano con ‘La Sílfide’. Estas dos obras, estrenadas con casi medio siglo de diferencia, tienen en común que presentan dos figuras masculinas protagonistas que bien pudieran estar afectadas por el síndrome de Peter Pan. El Ballet de Boston ofrecerá este ballet romántico, de tono mucho más ligero que ‘El lago…’, y las peripecias de James, el joven escocés, que persiguiendo a la sílfide -criatura que muere al ser alcanzada- pierde toda oportunidad de conseguir un amor verdadero. Mª. L. MARTÍN-HORGA/SANTANDER
en Danza Ballet
Exponentes de la danza española
BALLET NACIONAL DE LITUANIA en ESPAÑA
Historia de El Lago de los Cisnes
© 2005 – 2010 Danza Ballet
00023