Algunos, como Franz Marc y Otto Dix, marcharon con entusiasmo y voluntariamente al frente, otros como George Grosz reclamaban: «¡Brutalidad! ¡Claridad que duele!», mientras algunos más como Ernst Ludwig Kirchner afirmaban estar «desgarrados por dentro y vacunados por todos lados», pero luchaban «para expresarlo también en el arte».
Hoy pueden llamar la atención aquellas actitudes de los artistas de antaño. Pero también el arte fue puesto patas para arriba cuando estalló la Gran Guerra en 1914, como lo muestra una exposición que se realiza en estos meses en el Centro Federal de Arte y Exposiciones de Alemania (Bundeskunsthalle) en Bonn.
«1914 – La vanguardia en combate» se titula la muestra que se realiza desde el 8 de noviembre de 2013 al 23 de febrero de 2014 y que reúne más de 300 obras (entre pinturas, dibujos, grabados, fotos y objetos) de más 60 artistas.
Intercambios
En las dos primeras décadas del siglo XX el arte clásico moderno alcanzó su mayor florecimiento en toda Europa con un cúmulo de innovaciones. En una época en la que se propagaban las hostilidades políticas entre los países del Viejo Continente, los artistas cooperaban más allá de fronteras tan intensamente como nunca antes, algo que el comienzo de la Primera Guerra Mundial interrumpió abruptamente.
Dos cuadros de Lovis Corinth transmiten esa ruptura ya al comienzo del recorrido. En 1914 se autorretrató vistiendo una armadura de hierro como un caballero medieval. En 1918, al término de la conflagración bélica, pintó restos vacíos de la armadura desperdigados sobre el piso de su taller. La pose belicista se había disuelto como por arte de magia tras cuatro terribles años de conflicto.

Premonición
Ya antes de 1914 cundían en Alemania y Austria ideas premonitorias sobre la proximidad del final de los tiempos, como por ejemplo en las obras de Alfred Kubin y Ludwig Meidner, y en representaciones de combates de Ernst Barlach y Franz Stuck, Vasili Kandinski y Franz Marc, Luigi Russolo y Gino Severini.
Muchos murieron en el frente: Umberto Boccione, Marc, August Macke, Henri Gaudier-Brzeska, Albert Weisgerber, entre otros. Algunos grupos internacionales se disolvieron, porque sus miembros eran vistos como «enemigos extranjeros»: Kandinski tuvo que dejar Múnich; el galerista e historiador de arte Daniel-Henry Kahnweiler tuvo que abandonar Francia; Marc Chagall no pudo regresar a París; Robert Delaunay y su mujer, Sonia, se quedaron primero en la España neutral, donde les había sorprendido el comienzo del conflicto, y después se dirigieron a Portugal; Marcel Duchamp se fue a Nueva York.
La vanguardia
Si bien la época moderna ha sido exhaustivamente investigada, no ha ocurrido otro tanto con la directa relación entre las artes y la guerra, apunta el comisario de la muestra Uwe M. Scheede. Las numerosas fotos de artistas encontradas y analizadas durante la investigación arrojan interesantes conclusiones. En una de las imágenes se puede ver a Max Beckmann, en un perfil heroico, como enfermero en Ypern; en otra a Weisgerber con Wilhelm Morgner, quien murió también en el frente, de pie en una trinchera; y en una tercera a Kirchner posando con casco de acero para la cámara con ojos turbios y mirada perdida, como si estuviera bajo el efecto de drogas, que parece delatar ya el grave trauma psíquico que estaba afrontando.
Antes de la Guerra artistas e intelectuales formaban un gran escenario internacional en Europa. En París, en Berlín o en Múnich se discutían las mismas cuestiones, se intercambiaba fructíferamente. La Gran Muestra Especial realizada en Colonia en 1912 tuvo ese carácter.
Pero, quién hubiera pensado que la vanguardia artística podría ser apta para la guerra en un sentido totalmente pragmático. Las técnicas pictóricas del cubismo sirvieron para camuflar cascos de combate, telas y redes, cañones, vehículos blindados y acorazados. Los futuristas italianos glorificaban el conflicto. Max Liebermann pintaba escenas que respaldaban las consignas belicistas más viles del emperador Guillermo II. Hasta Ernst Barlach, quien pintaba ángeles muy pacíficos, llamaba a las armas en 1914 en su cuadro «Vengadores» con lanzas en alto.
Aventureros
Muchos iban a la guerra con espíritu de aventura. Beckmann, se autorretrató con su uniforme de enfermero, pero vivió el conflicto como una nueva realidad, como una ruptura radical con la saturación de la burguesía. Otro tanto ocurría con Dix, pero la ambivalencia de éste quedó reflejada en sus autorretratos, como «Diana» (blanco de tiro) y como dios «Marte» (ambos de 1915). También documentó los hechos en el frente de Flandes, mostrando la explosión de una granada, en «La refriega», y también el caos en «Trincheras en Angres».
Con distancia y no pocas veces con cinismo Paul Klee asumió la guerra como una mediocre pieza de teatro que aburre y entretiene, pero no conmueve. Tuvo la gran suerte de no estar jamás en el frente de batalla, se ocupaba de tareas de mantenimiento y logística en (las primeras) bases aéreas en retaguardia; se sentía solo y echaba de menos la comunidad de artistas del Blaue Reiter (de Múnich). Pero allí descubrió que las telas de lino utilizadas en las alas de aquellos primitivos aviones podían servir como buen soporte para sus acuarelas. Sus motivos tenían muy poco que ver con la guerra. Aunque a veces se reconocen éstos y los materiales que utilizaba en su labor diaria, como las plantillas para pintar letras y números en aquellos pájaros voladores.
Antibelicistas
También hubo pacifistas, críticos, amonestadores, como Ludwig Meidner, quien pintó en 1912 a los «Quemados», un grupo de apátridas reunidos delante de una casa destruída por el fuego. Durante la guerra Meidner retrató soldados alemanes, rusos, franceses con la misma curiosidad e intensidad. Emil Nolde pintó en 1913 «Soldados» en una serie anónima de uniformados con su piel teñida de rojo. El impresionista Max Slevogt se erigió en acusador de las crueldades perpetradas en la guerra, al mostrar la catedral de Lovaina en medio de la total destrucción de la ciudad por tropas alemanas.
Muchos artistas trabajaban como pintores de guerra. El inglés Christopher Richard Wynne Nevinson exhibió su coraje llevando al lienzo no solo carros de combate avanzando sobre el terreno, sino también inmortalizando en «Camino a la gloria» a dos soldados ingleses caídos ante una alambrada de espino. El ministerio británico de Guerra exigió en 1918 que el cuadro fuera retirado de una exposición en Londres. Pero Nevinson pegó una hoja de papel encima y escribió «censurado», dando una vez más muestras de su inconmovible valor cívico.
Nuevos rumbos
Finalmente la exposición, que deja una sensación de opresión y tristeza en el visitante, permite ver cómo este cambio radical entre una época y otra marcó asimismo nuevos rumbos al arte. La conmoción de todos los valores se reflejó en el movimiento Dadá, surgido a partir del Cabaret Voltaire, de Zúrich, en la neutral Suiza, fundado en 1916 por emigrantes opositores antibelicistas. El dadaísmo es fruto del desencanto de los artistas europeos del período tardío de la Gran Guerra y, más tarde, de la actitud de rebelión hacia la abulia y el desinterés social caraterístico del lapso entre las dos guerras mundiales. Dadá se burlaba del artista burgués y de su arte rebelándose en contra de las convenciones literarias y artísticas.
Simultáneamente, Piet Mondrian y Kazimir Malévich acuñaron formas radicales de la abstracción. Mientras, en Francia el arte moderno pasó del cubismo, considerado alemán, porque muchos coleccionistas germanos promovieron ese estilo. Sobrevino entonces un nuevo clasicismo, en Pablo Picasso, pero también en artistas italianos como Gino Severini, cuya «Maternidad» (1916) se expone aquí. Se decantó entonces el surrealismo, un movimiento artístico y literario surgido en Francia en la década de 1920 a partir del dadaísmo y en torno a la figura del poeta André Bretón, enraizándose en la experiencia bélica de los artistas que le precedieron. Fue así como se abrieron durante la Primera Guerra Mundial las perspectivas para el arte del siglo XX.
Página de internet: www.bundeskunsthalle.de

Portrait of the Artist’s Wife
1917, Oil on canvas
© The Pierpont Morgan Library New York

Self-portrait as a Medical Orderly
1915, Oil on canvas
© Von der Heydt Museum Wuppertal
Max Beckmann