NOCHE ESPLENDOROSA EN EL LINCOLN CENTER DE NUEVA YORK.
Poder gozar de las presentaciones del American Ballet Theater (ABT) es un privilegio muy atractivo. Esta temporada, que estará sucediendo hasta los primeros días del mes de julio, promete ser estupenda.
Si antes se “hablaba español” en el ambiente de la compañía – según dijera algunos años atrás el ya desaparecido periodista Clive Barnes –, en el presente se habla mayormente en ruso.
Después de haber estado apartada de los programas de ballet de distintas compañías de danza que tuvieron lugar al final del invierno, regresar ahora a mis escritos hace que me sienta sumamente agradecida al Ser Supremo, y ahora tengo la oportunidad de dar gracias también a los buenos amigos que se han interesado por mi salud.
ABT comenzó su larga estadía en el Metropolitan del Lincoln Center, con“Don Quijote”, que fue seguido por el programa “Clásico Espectacular”, a lo que le seguiría “La Bayadére”, uno de mis ballets preferidos, de Marius Petipa, con música de León Minkus, obra montada para el ABT por la gran Natalia Makarova.
En 1974, Makarova había hecho para la compañía el bellísimo acto segundo, conocido como el “Reino de las Sombras”, una de las piezas más hermosas que se conocen. Más tarde, en 1980, montaría el ballet completo en tres actos, según su propia versión, que presentaba algunos cambios de la coreografía de Petipa. Esta obra lleva también arreglos musicales originales de John Lanchbery. La escenografía de Luigi Samaritani, y los elegantes y hermosos trajes de Theoni V. Aldredge, completan el esplendor del ballet.
“La Bayadére” tiene lugar en un país lejano de rajás, odaliscas y faquires, en donde suceden traiciones, penitencias y arrepentimientos. Nikiya, Alina Cojocaru, la bayadera del título, es traicionada por su amante Solor, Herman Cornejo, al éste decidir casarse con Gamzatti, Misty Copeland. Esta última, por sus celos, se quiere vengar de la ingenua bayadera, escondiendo una pequeña serpiente en un ramo de flores que le será entregado a Nikiya, que la muerde y le quita la vida instantáneamente.
Solor, en un sueño ocasionado por el opio, ve a Nikiya entre una miríada de bayaderas, que bailan en escena en perfecta formación, logrando una de las más bellas imágenes producidas en el mundo de la danza. Cojocaru es menuda, bella, y delicada, con una escuela perfecta, y la extensión de sus piernas es correcta, sin caer en exageraciones. Además es expresiva sin echar mano al melodrama. Su relación con Cornejo pareció muy sentida y sincera. De Cornejo, solo hay que repetir lo que ya he dicho muchas veces: puede contarse entre los mejores bailarines de esta generación.
Copeland, como la traicionera Gamzatti, logró su role con integridad, por más que sin espectacularidad. Recientemente ha sido, muy justamente, elevada a la categoría de solista, y aunque le ofreció poca relevancia a su papel esa noche, no tuvo tropiezos. No dudo que con su frecuente aparición en escena, logrará más brillantez en sus futuras presentaciones. El “Ídolo de Bronce”, que aparece en el ultimo acto, siempre puede ofrecer al público joven una centelleante interpretación. Arron Scott, a cargo del papel en esta ocasión, es aún miembro del Corps de Ballet; no obstante, esa noche salió airoso de la dura prueba, y logró los aplausos que deseaba.
Es indudable que el ABT está catalogado en el momento actual, como una de las mejores compañías de ballet del mundo. El Corps ha bailado y actuado magistralmente, rindiendo un segundo acto lleno de ensueño mágico. Mi felicitación a Kevin McKenzie por el buen trabajo que ha logrado al frente de la compañía a través de los años. Además, Ormsby Wilkins, director de orquesta, también merece ser cumplimentado por su buena labor.
En las próximas semanas, se anticipa con entusiasmo una fabulosa adición al reportorio: “La Cenicienta” de Ashton. Bienvenida sea.