"The Rite of Spring"
Ojalá quien quiera que escuche esta música jamás experimente la burla a que fue sometida en París en la primavera de 1913. Stravinsky, 1963.

Con esta pieza, Stravinsky deseaba recrear un rito pagano inspirado en las danzas antiguas eslovenas. En su visión había un círculo de ancianos sabios que observaban a una joven danzar hasta morir, acto propiciatorio que convocaba al dios de la primavera. La obra fue dividida en dos partes: “La adoración de la tierra” y “El sacrificio”. La música de La consagración… alcanzó un lenguaje único. Stravinsky logró un ritmo sincopado e irregular a través de melodías simples del folk ruso y polos armónicos en conflicto. La violencia rítmica y disonante de la música irritó a una parte del público acostumbrado a la estética del romanticismo. Desde la introducción se escucharon silbidos.
A muchos el tema de la coreografía les pareció inquietante e intolerable: la primavera, estación cargada de erotismo que desembocaba en una explosiva fertilidad, fue representada por el rapto de las jóvenes, la bendición de la tierra y una danza frenética que culminaba en el sacrifico de la joven elegida. Los movimientos corporales propuestos por Nijinsky mostraban un carácter primitivo que rompía con toda la concepción de la danza clásica. Los bailarines se movían con los pies torcidos hacia dentro, las manos en las quijadas y actitudes insólitas cargadas de furor. Buena parte del público percibió estas imágenes como indecorosas. Partidarios y detractores se dividieron en protestas y aplausos que se mezclaban con la música apenas audible. Muchos asistentes terminaron a golpes y fueron desalojados de la sala. La obra fue eliminada del repertorio de los Ballets Russes hasta 1920, cuando se encargó una nueva coreografía a Léonide Massine, con Lydia Sokolova en el papel de la elegida. Desde su explosivo origen la obra se convirtió en un reto para músicos y coreógrafos.

En 1959, Maurice Béjart realizó una versión de La consagración… con el Ballet del Siglo xx de Bruselas. Béjart transformó el sacrificio de la elegida en la unión triunfante entre un elegida y un elegido, símbolo de la fuerza positiva de la primavera. Otros coreógrafos fueron atraídos por la pieza musical de Stravinsky: John Neumeier con el Ballet de Hamburgo; John Taras con la interpretación de Natalia Makarova en la Scala de Milán; Glen Tetley en 1975 con la Ópera de Munich.
En Alemania, Mary Wigman retomó La consagración… para crear una propuesta liberadora, bajo la fuerte influencia del estilo de Isadora Duncan. En Alemania, Pina Bausch creó en 1975 una propuesta en la que aparecen los principales elementos que caracterizarían sus trabajos posteriores. El tema central es el antagonismo entre los sexos y su concomitante alienación como individuos. La mujer es la víctima predominante de las relaciones humanas y su sacrificio es visto como una fatalidad.

En la Ciudad de México, en abril de 2001, la compañía Delfos Danza Contemporánea, dirigida por Claudia Lavista y Víctor Ruíz, presentó la reposición de su propuesta para La consagración de la primavera, estrenada en el Festival Internacional Cervantino en 1997. Enfrentarse a una partitura musical tan compleja como la de Stravinsky representaba un desafío enorme. No obstante, Delfos tomó el riesgo y logró traer al presente una danza ritual que despierta al ser primitivo.
Una danza inicial donde lo femenino y lo masculino se pone de manifiesto, el eventual enfrentamiento de los sexos que se va transformando en seducción y conquista. La representación de la fertilidad, generadora de vida, y en ella, la mujer y la tierra. Los creadores exploraron a fondo la energía de sus cuerpos para desembocar en una experiencia extasiante: la reapropiación del cuerpo que deja en libertad un lenguaje pre-verbal e instintivo. Una danza que reaviva la nostalgia moderna por las sensaciones atávicas. El ritual aparece como una representación del abismo que se esconde bajo el asfalto de la civilización. Un rito que culmina en la transformación de la elegida en la Diosa-Tierra. Por Marcela Sánchez Mota

Delfos Danza Contemporánea – La Consagración de la Primavera – Foto Delfos
Son las 7:30 PM en París. Luego de bajarnos del Metro en Auber, ascendemos a nivel tierra y cruzamos el concurrido Boulevard des Cappucines. Hoy es martes, los franceses concluyen su jornada de trabajo y disfrutan del cielo azul y la cálida temperatura. Poco a poco nos acercamos a esa monumental estructura que se alza frente a nosotros: la Opera Garnier. Construída en el s XIX como suntuoso lugar para presentar espectáculos de música y danza, es uno de los teatros líricos más grandes del mundo. En la entrada franceses y turistas, se aglutinan para presenciar la función de hoy. Permea en el aire una atmósfera de expectación. El numeroso público ha acudido, sin duda alguna, atraído por la pieza estelar del programa de esta noche, “La consagración de la primavera” del compositor Igor Stravinsky.
Muchos aguaceros han caído desde que el extravagante binomio integrado por los rusos Stravinsky y Nijinsky, (el legendario bailarín y coreógrafo famoso por su protagonización en el ballet “El espectro de la rosa”), escandalizó al público que presenció las primeras presentaciones del ballet en el 1913 en varias ciudades de Europa. Desde entonces, este ballet con su música oscilante entre la sutil melodía de la primavera anunciada y la violenta percusión sugiriendo la eclosión de fuerzas dormidas que descubren la resurrección de las energías cósmicas, ha sacudido a sus espectadores.
Esta noche la coreografía estará a cargo de Pina Bausch, conocida coreógrafa alemana que montó la tercera versión de esta pieza en 1975 para ser bailada por la compañía Wuppertaler. Sube el telón. Una veintena de fuertes utileros aparece insólitamente, cubriendo con tierra todo el escenario. Estos abandonan el escenario y entran las bailarinas. Su aspecto ojeroso y desgreñado evoca las víctimas recién salidas de un campo de concentración. Restregan sus rostros, estiran sus cuerpos, en señal de un atolondrado despertar. Corren torpes y desorientadas en todas direcciones. El crescendo de las cuerdas invita a los hombres a entrar en la coreografía. La tensión se proyecta en sus rostros, en sus cuerpos que han cargado la vida, pesada como la guerra, como el dolor. Ejecutan movimientos primitivos, tribales. Las mujeres golpean sus pechos en sincronía con los ritmos angulares de los vientos y las cuerdas. No hay contacto entre los dos bandos.
Momentos de silencio se intercalan entre la impetuosa música, los bailarines se detienen al compás de sus jadeos apresurados. Se reanuda la música apoderándose de sus cuerpos. No hay lugar para los estilizados movimientos de ballet. Los saltos de los bailarines no anuncian el vuelo del alma, sino el intento de respirar ante la posibilidad de morir ahogados en la miseria humana. Una melodía de alerta transforma el ánimo de los bailarines. Detienen su arrebatada danza, observan la tierra a su alrededor, se acuestan sobre ella, la estrujan en sus cuerpos. La tierra viola la convencional pulcritud de los bailarines, manchando sus pieles mojadas en sudor.
Cada hombre toma su pareja. El tradicional “pas de deux” no es armonioso: es lucha de cuerpo contra cuerpo. Los hombres fecundan frenéticamente a las mujeres. Las notas discordantes de las melodías acentúan la contienda hombre vs. mujer, ser humano vs. vida. Nos sobrecoje la tensión. Los bandos se separan y se observan. Un bailarín sobresale, invitando a las desconfiadas mujeres a bailar. Sólo una acude al llamado. De pronto todos los bailarines en escena se desatan en movimientos catárticos alrededor de quien será la víctima, sacrificada a los dioses de la primavera. Se intensifica la atonalidad de la música. La víctima se desboca en una danza atávica desarticulando sus extremidades. Los demás bailarines celebran feroces el sacrificio, mientras la víctima en el centro exorcisa los males de la humanidad. Expira el dolor y la explotación humana en cada uno de sus desesperados saltos. Todos caen en un trance destructivo, apocalíptico, acompasado por la disonante y estridente melodía. Súbitamente la bailarina se desploma, haciendo vibrar las tablas y abatiendo a los agotados espectadores.
Ha concluído el ritual primaveral. El sacrificio a los dioses se ha cumplido. La víctima ha danzado hasta alcanzar la muerte. La energía de la entrega ha quedado dispersa hasta tocarnos en el dolor. En esta ocasión la sangre no ha traído su habitual florecimiento y renovación. La víctima parece haber muerto en vano. Los demás bailarines la observan sin reconocerle su inmolación. Con miradas perdidas abandonan el escenario indiferentes ante el rito. Parecen adivinar un amanecer igual de oscuro al de todos los días.

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