PAVLOVA, eximia bailarina y benefactora

PAVLOVA, eximia bailarina y benefactora | Danza Ballet 

Antes de ser conocida mundialmente como «el Cisne Inmortal», a los veintiséis años de edad, Michel Fokine, el que luego llegaría a ser reconocido como el fundador de los bailes artísticos modernos y creador de los famosos ballets rusos, en 1907 dirigió para Ana la célebre Muerte del Cisne sobre la música del compositor francés Charles-Camille Saint-Saens.
 
Por Edmundo Domínguez Aragonés
Alejandro III era el Zar de Todas las Rusias y había sucedido a su padre Alejandro II, quien fue muerto por terroristas en 1881.  Era un zar autócrata y centralista que al interior de Rusia canceló las instituciones extranjeras que subsistían entre la población alemana, polaca y sueca e impulsó la enseñanza del ruso.

El año del asesinato del zar, nació Ana Pavlova en San Petersburgo. Ella tenía 10 años de edad y Alejandro III, 36, cuando él con la zarina estaban de visita en la Escuela Imperial de Danza, en San Petersburgo para tomar el té con las alumnas. Entonces el soberano «sentó a una niña en sus rodillas». Ana prorrumpió en llanto, atacada por los celos y el Zar le preguntó qué le pasaba. Ana, sin dejar de sollozar, respondió: «Yo también quiero sentarme en sus rodillas». Alejandro nada hizo al respecto y siguió conversando con la chica sobre sus piernas. Entonces el Gran Duque Vladimiro tomó a Ana en sus brazos, pero ella continuó gimiendo e insistió: «Yo quiero montarme en el Zar y no en un sustituto».

NIÑEZ EN LA POBREZA
Ana Matveyevna Pavlova nació el 31 de enero de 1881 en San Petersburgo. Su padre Antón era polaco y murió cuando ella tenía dos años, y su madre, la viuda Anastasia era muy pobre, no tenía trabajo, vivía de limosnas y sus alimentos eran sopa de col y pan de centeno.

La niña poseía talento para el baile y entretanto bailaba en las calles, su madre extendía la mano para recibir las monedas que los paseantes le daban, conmovidos por la gracia de la pequeña. Ana deseaba convertirse en bailarina de ballet y rogaba a su madre para que la inscribiese en la Escuela Imperial de Ballet. Anastasia llevó a la niña ante los profesores de la imperial institución y allí, «en un salón frío por el invierno», Ana impresionó a los jueces, admitiéndola como alumna pensionada. La niña tenía 10 años de edad y de inmediato se comenzó a alimentarla con aceite de hígado de bacalao «para que su organismo se recuperase y fortaleciera». Tras la experiencia con el Zar, éste dispuso atender a la niña con mayor cuidado y afecto y procurar por su «perfeccionamiento como bailarina». Ana nunca olvidaría este gesto, ni tampoco sus años de pobreza. LA BENEFACTORA Pavlova nunca se casó ni tuvo hijos propios.

Sí eran «sus hijos» los niños sin hogar, desamparados y huérfanos. Ya célebre, exitosa y con recursos, mantenía en París un hogar donde atendía a niños rusos refugiados y a una treintena más de niñas y niños menesterosos. Lo hizo durante muchos años. En los años difíciles, posteriores a la Revolución de Octubre, en 1923 envió paquetes de provisiones a Rusia desde Estados Unidos. Aquellas despensas eran también repartidas entre bailarinas de los teatros Bolshoi y Mariynsky. Estas entregas las hizo durante años, en los peores momentos de las hambrunas en la Unión Soviética. Aunque salió de Rusia en 1913, y nunca regresó a su patria, en la URSS se reverenciaba su nombre, y en la actualidad, permanece como un icono ruso.

LA MUERTE DEL CISNE
Antes de ser conocida mundialmente como «el Cisne Inmortal», a los veintiséis años de edad, Michel Fokine, el que luego llegaría a ser reconocido como el fundador de los bailes artísticos modernos y creador de los famosos ballets rusos, en 1907 dirigió para Ana la célebre Muerte del Cisne sobre la música del compositor francés Charles-Camille Saint-Saens. Ana y Michel tenían la misma edad cuando esta presentación tuvo lugar en el Teatro Mariski de San Petersburgo. Fokine fue el impulsor de las y los grandes bailarines solistas como Tamara Karsavina, Ida Rubenstein y Vaslav Nijinsky, todos compañeros Ana en la Escuela Imperial de Ballet.

REMOTA Y ETEREA
El empresario estadunidense Samuel Hurok, su representante y amigo de toda la vida, la describe: «La exquisita máscara de su rostro, con sus grandes ojos oscuros y su fría y estilizada expresión de melancolía, la hacía aparecer como deshumanizada. Remota y etérea, era como un cisne moribundo, una doncella espiritual, una princesa de cuento de hadas; con su tenue ropaje blanco, su severo peinado y su maquillaje de mortal palidez, semejaba un ser que no pertenecía a este mundo». Hurok la conoció en el teatro Hippodrome de Nueva York en 1923 y poco después se hizo su representante y su compañero.

JUGABA POQUER, NADABA Y SE COLUMPIABA
Pavlova era cordial, vital y siempre gozosa de vivir, aunque para el público siempre iba rodeada de un aura de irrealidad, grandeza y misterio. En la intimidad disfrutaba jugar póquer, pero era malísima. «Cuando tenía buenas cartas», comenta Hurok, «tarareaba, platicaba y dejaba vagar la mirada alrededor de la habitación con tan estudiado aire de preocupación, que todo el mundo se daba cuenta de que al menos tenía un par de ases. Con malas cartas en la mano se mostraba tan cariacontecida que parecía que se iba a acabar el mundo». Jugaba a las cartas a menudo, durante los trayectos en los trenes o en los transatlánticos y en la suite del hotel de cinco estrellas donde se alojaba, y nunca apostaba más allá de diez dólares. Si los perdía, se retiraba con «gran dignidad» y, cuando ganaba, «sonreía como una chiquilla que acaba de recibir un premio merecido». Era infantil en más de un aspecto y conducta: subía a la Montaña Rusa, se reía ante su imagen desfigurada en el Salón de los Espejos y en los jardines, animosamente, subía al columpio y allí se columpiaba un buen rato, de pie y sentada. A sus amigos les informaba el origen de la Montaña Rusa: «En el siglo dieciséis, durante el verano, en la plaza de Nizhni-Novgorod, se instalaba la Fiesta de Verano a la que acudían miles de gentes. Uno de los atractivos era la Montaña, que los rusos construían con rampas de madera de diez metros de alto para deslizarse en trineo. Poco después, alguno de los mercaderes extranjeros que acudían a la Fiesta, ideó lo mismo para una feria en Viena, y la nombró La Montaña Rusa y tuvo mucha aceptación en Europa y luego en Estados Unidos».

Adoraba el agua y apenas sabía nadar, moviendo los brazos y las piernas cada uno de los miembros en diferente dirección. Lanzarse desde el trampolín no la beneficiaba para nada porque al clavarse abría las piernas, semejando una rana y chocaba fuertemente contra el agua. Todos estos divertimentos y ejercicios los llevaba a cabo en privado, de otra manera, la exhibición pública de estas aficiones hubiera mellado la imagen de excelsa que tenía, a como la describió el dramaturgo y novelista inglés John van Druten: «Ella es el viento que pasa como una sombra sobre el trigal».

ANA Y LAS NIÑAS
Las niñas la conmovían y a todas complacía en su deseo de mirarla bailar. Estando de gira en Río de Janeiro, o Río de Enero, el telón del teatro no subía ni bajaba con precisión y, ante tal fallo, se negó a continuar la representación abandonando el escenario, entró a su camerino, se vistió para salir del teatro y abrió la puerta de la salida de los artistas. Allí la esperaba una mujer acompañada de su pequeña hija y le preguntó por qué había dado por terminada la función. Pavlova le explicó la causa y sus razones para no continuar bailando. La niña se echó a llorar y la madre le dijo a Pavlova que ella había llevado al teatro a su hija como regalo de cumpleaños y que por ello se comportaba así, ya que la pequeña había soñado con verla bailar y ese deseo iba a incumplirse.

Pavlova besó a la niña, regresó al teatro que el público todavía no había abandonado totalmente, ordenó informar a los espectadores que se mantuvieran en sus lugares y tras 10 minutos que llevó reanudar la representación, bailó para la niña «La muerte del cisne». EN MEXICO Se estima que en el curso de su carrera, Ana recorrió más de 800 mil kilómetros viajando por el mundo, y que hizo lo suyo ante millones de espectadores que «la adoraban», y ella complacía con todo su talento y profesionalismo. Durante su viaje por América Latina, de Argentina, a Brasil, a Costa Rica y México antes de regresar a Estados Unidos y luego a Europa, bailó en el Teatro Esperanza Iris en enero de 1928. El teatro, que hoy se conoce como de la Ciudad de México, ubicado en la calle de Donceles, primero fue el Teatro-Circo Xicoténcatl y luego Esperanza Iris, tras su adquisición por la nombrada Emperatriz de la Opereta en 1918.

A la función asistió el entonces presidente Emilio Portes Gil y miembros de su gabinete, quien había tomado posesión del cargo días antes el 1 de diciembre. SU UNICA PELICULA En la filmoteca del Museo de Arte Moderno de Nueva York se conserva copia de la película «The dumb girl of Portici», dirigida por Lois Weber, para los estudios Universal, estrenada en 1916. El guión se basó en la ópera «Masaniello ou la muette de Portici», del compositor francés Daniel-Francois Esprit Auber, la primera gran ópera romántica del siglo diecinueve en Francia. El tema es la seducción de una bailarina por el hijo del virrey español de Nápoles. La bailarina ayuda a los napolitanos sacudirse del yugo español y éstos la convierten en su emblema. Pavlova baila ahí una tarantela, despojada de sus vestuarios tradicionales utilizados en el ballet. Los Estudios Universal pretendían convertirla en una estrella, más la película obtuvo un modesto éxito y la gente no apreció el arte de Pavlova porque la admiraba y aplaudía en vivo y en el escenario.

RIGUROSA Y MALHABLADA
Ella nunca dejaba de hacer los ejercicios cotidianos para mantenerse en forma y no admitía que la compañía, por las eventualidades que fueran dejase de ensayar cada día. Estando en Washington, el día del estreno, momentos antes de que se levantara el telón, los bailarines no habían hecho lo suyo y se aprestaban a salir a escena sin el calentamiento necesario. Pavlova indignada, tras proferir algunas palabrotas en ruso, les dijo: «Yo soy bailarina. Ustedes son bailarines. Yo practico mientras ustedes no hacen nada. Por tanto, tendremos la lección ahora mismo». La función se retrasó media hora mientras daba la clase a toda la compañía. El público, impaciente, protestaba aunque eso no la hizo transigir con los holgazanes bailarines.

Era malhablada lo mismo en ruso que en polaco, francés o inglés. SU GRAN AMOR A los 22 años de edad conoció a Boris, un joven de su edad y se hicieron amantes. El muchacho murió ahogado en el río Neva de San Petersburgo y ella jamás lo olvidó ni nunca más tuvo un amor tan profundo por nadie. En memoria de Boris creó la coreografía «Hojas de otoño», que a menudo ponía en escena y le era muy celebrada porque Ana evocaba aquel amor perdido y en su baile ella ponía lo mejor de sí misma. «Hay que haber amado para ser un gran artista. Hay que conocer a fondo el amor, pero hay que aprender a prescindir de él», solía decir. SU MUERTE En el invierno de 1930, Pavlova regresaba por tren desde Londres a París, cuando el transporte se descarrilló en Suiza a la altura de La Haya. Fue un accidente fatal para muchos pasajeros y ella, que sólo tenía algunos golpes y pequeñas heridas, se dedicó a socorrer a las víctimas, allí en medio de la nieve y el frío durante horas.

Víctima del enfriamiento se afiebró y acatarró, y en vez de ir al hospital eligió irse a su mansión en La Haya. Días después, habiéndose convertido la dolencia en pulmonía doble, a las tres de la madrugada del 28 de enero de 1931 falleció a la edad de 49 años. Por la noche le había pedido a su doncella le preparase su ropa de trabajo porque al día siguiente iba a ensayar. Por Edmundo Domínguez Aragonés El Sol de México.

PAVLOVA, eximia bailarina y benefactora | Danza Ballet
Ana Matveyevna Pavlova

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