La forza del destino: la Innombrable

La forza del destino: la Innombrable | Danza Ballet 

 

En diciembre de 2011 La forza del destino habría cumplido ciento cincuenta años.

Efectivamente, Verdi viajó hasta San Petersburgo en diciembre de 1861 para asistir a la première de su nueva ópera, la cual tuvo que cancelarse, estrenándose finalmente en noviembre del año siguiente. Era el comienzo de un anecdotario cargado de mala suerte que ha quedado asociado para siempre a este título verdiano, también conocido como «la Innombrable».

Por Pablo Meléndez-Haddad – Gran Teatre del Liceu

Aunque se trata de una obra muy conocida, con algunas de sus partes archiprogramadas en concierto –como su obertura o el aria para la soprano «Pace, pace»–, la verdad es que La forza del destino (San Petersburgo, 1862) no forma parte del repertorio más habitual, aunque sí entra en el top 100 de las más programadas en todo el mundo entre 2005 y 2010: según datos recabados por la web Operabase y publicados en la revista «Ópera Actual» (septiembre de 2011), La forza se sitúa en el puesto número 64 entre las más populares (tomando como referencia más de 100.000 funciones de 2.156 títulos), una lista que encabeza la mozartiana Die Zauberflöte seguida de la verdiana La Traviata. A tenor de estos datos, la mala suerte que acompaña la historia del título tampoco parece haberla tratado tan mal…

La forza del destino: la Innombrable | Danza Ballet

La Forza del Destino Opéra national de Paris ©  Andrea Messana, gentileza Teatre Liceu

Pero el mundo del teatro es supersticioso, eso ya se sabe, y no es de extrañar que el título de esta ópera para muchos siga siendo «la Innombrable» o «aquella ópera para San Petersburgo» o, incluso, «la vigésimo cuarta ópera de Verdi»… La mala fortuna que dicen la acompaña no solo se asocia a la trama de la ópera, un auténtico homenaje a las jugarretas del destino –acaba fatal–, sino a que su autor, Giuseppe Verdi (1813-1901), sudó tinta para poder estrenarla, quedando insatisfecho después de sus primeras representaciones tanto en San Petersburgo como en Madrid y Roma, prohibiendo durante años su estreno italiano hasta que conformara la versión definitiva (Milán, La Scala, 1869), ya sin contar con la ayuda del libretista, Francesco Maria Piave (1810), fallecido debido a una apoplejía que lo postró poco después del estreno ruso. A eso hay que sumar la muerte en el escenario del Metropolitan Opera de Nueva York del barítono Leonard Warren (1911-1960), en plena función de La forza debido a un infarto mientras interpretaba el papel de Don Carlo, noche en la que compartía escenario con intérpretes tan famosos como Renata Tebaldi (1922-2004) y Richard Tucker (1913-1975). Lo curioso es que ha sido esta ópera la que ha pasado a la historia teñida de mala fortuna y no, por ejemplo, la rossiniana Guillaume Tell, título que se representaba en el Liceu barcelonés en noviembre de 1893 cuando se produjo el famoso atentado anarquista en el patio de butacas que dejaría veinte muertos.

Anécdotas aparte, su gran complejidad musical –La forza exige intérpretes de absoluta excelencia– y su libreto rebuscado y lleno de personajes que se desdoblan en diversos alias intentando huir de su destino también han contribuido a la leyenda negra, pues ofrece innumerables problemas de producción tanto a nivel musical como de puesta en escena. Pero aquí está, sobreviviendo en el repertorio y renaciendo de su mal fario para celebrar a Verdi en el bicentenario de su nacimiento.

Romanticismo hispano
Inspirada en «lo español», al igual que otras óperas de Verdi (Ernani, 1844; Il trovatore, 1853; Don Carlo, 1867) que bebían de la literatura que triunfaba en la época y del exotismo, La forza es una adaptación de la obra teatral Don Álvaro o la fuerza del sino, un drama en cinco jornadas en prosa y verso de Ángel María de Saavedra y Ramírez de Baquedano, duque de Rivas (1791-1865), estrenado en el Teatro del Príncipe de Madrid en 1835. Verdi y Piave se entusiasmaron con la obra de este curioso personaje, Grande de España, dramaturgo, pintor y político que incluso llegó a ser presidente del gobierno durante dos días en 1854; para completar el libreto se incorporó una escena de Wallensteins Lager de Friedrich Schiller (1759-1805), uno de los autores de cabecera de Giuseppe Verdi.

Cuatro años transcurrieron entre el estreno de Un ballo in maschera (1859) y La forza: se trataba de un momento muy especial en la vida del compositor, quien en 1860 había anunciado a sus más íntimos que Un ballo sería su última ópera y que se retiraba de la vida del teatro. La época era convulsa, durante la cual se desarrollaban diversos conflictos en su querida Italia: Austria resistía en el Piamonte, Napoleón III desembarcaba en Génova y Verdi se consumía por su pueblo, ya entronado como héroe nacional y famoso en el mundo entero por sus óperas. Hacia el verano de 1859, los austriacos solo resistían en el Véneto y Verdi podía respirar aliviado, ya que los invasores habían llegado a pocos kilómetros de su villa de Sant’Agata, cerca de Piacenza, aunque el dominio por parte de los franceses de su región continuaba torturándolo. Fue en medio de ese caos que Verdi, viudo desde 1840, decidió casarse con la que entonces era su compañera desde hacía diecisiete años, Giuseppina Strepponi (1815-1997), semanas antes de ser elegido por votación popular representante de Busseto ante la delegación que en Parma debía votar la anexión al Piamonte, siendo diputado de la Asamblea de las Provincias de Parma.

Efectivamente, Verdi viajó hasta San Petersburgo en diciembre de 1861 para asistir a la première de su nueva ópera, la cual tuvo que cancelarse, estrenándose finalmente en noviembre del año siguiente. Era el comienzo de un anecdotario cargado de mala suerte que ha quedado asociado para siempre a este título verdiano, también conocido como «la Innombrable».

Después de meses moviéndose entre intrigas de poder y desilusión política, pero también preocupado por las reposiciones de sus títulos y de la triunfal trayectoria de muchas de sus óperas, Verdi luchó desde la sede del gobierno en Turín no solo por la unificación de Italia bajo la corona de Vittorio Emanuele, sino también por una adecuada educación musical en las escuelas de su país y por la justa financiación de teatros, coros y orquestas, por fomentar cursos nocturnos y gratuitos de canto y la colaboración entre teatros de ópera y conservatorios… La muerte de Camillo Benso, conde de Cavour (1810-1861), su artífice en la política, lo hizo apartarse de la primera línea parlamentaria, aunque no renunciaría a su acta de diputado. Durante todo este período se le acumulaban las ofertas procedentes de teatros y empresarios de media Europa para producir alguna de sus óperas o para escribir obras nuevas. En diciembre de 1860 le devolvió la ilusión por la música una oferta proveniente del Teatro Imperial de San Petersburgo avalada por el entusiasmo del tenor Enrico Tamberlick (1820-1889), viejo conocido de Verdi, entonces de gira por Rusia. El compositor salió de su mutismo creativo y en un principio propuso Ruy Blas de Victor Hugo (1802-1885), pero su opción cambió rápidamente, decantándose por la obra de teatro del duque de Rivas, la cual estaba en su cabeza al menos desde 1852, año en que la cita como una obra susceptible de poner en música.

Tagliatelle y macaroni
Una vez establecida la fecha del estreno de la nueva ópera en San Petersburgo», apunta Mary Jane Phillips-Matz en su fundamental biografía verdiana, la flamante señora Verdi comenzó a encargar las provisiones que ella y su marido necesitarían para el viaje a las heladas tierras rusas. Mientras ella se preocupaba de que no faltaran «tagliatelle y macaroni para conservar el buen humor» (incluyendo, entre otras muchas «necesidades», cien botellas de vino y veinte de champán), Verdi se enfrascaba en el libreto apoyado por Piave desde Milán. Desde el principio tenía claro que el texto le daría problemas, tal y como afirma en una de sus cartas al libretista:

«Es imposible encontrar una salida en el caos de esta obra, absolutamente imposible. Tú, que eres un poeta, deberías saber cómo decir más con menos palabras». Una vez acabado el libreto que se suponía definitivo, Verdi se concentró en la partitura, que compuso en pocas semanas, entre el 20 de septiembre y mediados de noviembre de 1861, para salir de inmediato con destino a Rusia en compañía de Giuseppina: pasó por Piacenza, Turín (donde se reunió con Piave para retocar el libreto), siguió a París, Berlín y Varsovia, llegando a San Petersburgo el 6 de diciembre. La compañía lo esperaba al completo, pero la soprano que debía cantar el papel protagonista de la siciliana Emma La Grua (1831-1865), estaba enferma. Los problemas se sucedían y entre la indisposición de la cantante, que no mejoraba, y la presión del teatro –que le pagaba varias veces lo que cobraba un compositor local–, Verdi perdía la paciencia, además de desesperarse al seguir descontento con algunas escenas de la ópera, sin parar de pulir el libreto. Llegó incluso a pedir que se le rescindiera el contrato… Finalmente se acordó que la ópera se estrenaría el invierno siguiente y en enero de 1862 los Verdi dejaron San Petersburgo sabiendo que debían regresar a finales de ese mismo año; salieron vía Berlín y París hacia Inglaterra: le esperaba el estreno de L’inno delle nazioni, con texto de Arrigo Boito (1842-1918), en la Exposición Universal de Londres.

Fue un año de locura. En San Petersburgo el Teatro Imperial negociaba con una nueva soprano impuesta por Verdi para el estreno de La forza, que finalmente se haría en otoño, mientras el compositor era informado de los movimientos de Garibaldi en el norte de Italia antes de volver a su refugio de Sant’Agata. Fue entonces, cuando murió su mascota, la perrita Loulou, cuando aceptó producir él mismo La forza en el Teatro Real de Madrid inmediatamente después de su estreno en San Petersburgo, y cuando decidió retirarse de la vida política, aunque, como se ha dicho, nunca lo hizo del todo. En agosto su objetivo volvía a centrarse en San Petersburgo, hacia donde emprendió el camino en septiembre, siempre junto a Strepponi; en Turín dio el visto bueno a la partitura de La forza que saldría hacia Madrid; después de pasar por París, llegaba a

San Petersburgo el 24 de septiembre, poniéndose de inmediato manos a la obra. Mientras retocaba el dúo de la soprano y el tenor del primer acto, los Verdi realizaron una visita a Moscú para asistir al triunfal estreno local de Il trovatore, donde el compositor fue una vez más aclamado por el público. De vuelta a la entonces capital rusa, Verdi se incorporó a los ensayos de La forza contando con la soprano Caroline Barbot (1830-1893), impuesta por Verdi ante la oposición de Constance Nantier-Didiée (1832-1867), quien cantaba el papel de Preziosilla; completaron el reparto Tamberlick (Don Alvaro), Francesco Graziani (Don Carlo di Vargas), Gian Francesco Angelini (padre Guardiano) y Achille De Bassini (fray Melitone). La obra levantó el telón el 10 de noviembre, declarándose como un rotundo éxito a pesar de sus cuatro horas de duración. El 3 de diciembre Giuseppina Strepponi informaba del triunfo a un amigo dejando caer, de paso, lo que pensaba del repertorio germánico: «La ópera ha ido muy bien a pesar de los desesperados esfuerzos de la facción alemana, por la que de todos modos siento una gran simpatía, ya que durante años ha estado proclamando a los cuatro vientos que las óperas alemanas son las mejores, mientras la gente sigue obstinada en dejar el teatro vacío cuando se representan y corren como locos al teatro cuando se anuncian obras tales como Ballo in maschera, Forza del destino, etc. Creo que Forza del destino ya lleva ocho representaciones y siempre con el teatro lleno hasta los topes». La crítica, por su parte, no se quedó corta en calificativos, ensalzando la «magnífica partitura» y calificándola como «la más completa de todas las obras de Verdi». El zar ofreció a Verdi la Orden Imperial y Real de San Estanislao, pero no todo fueron alegrías; en una representación, un grupo de nacionalistas rusos protestó sonoramente por esa «música italiana» y en favor de la «música rusa», aunque los implicados fueron acallados por el fervor popular, completamente del lado del compositor.

 El 9 de diciembre los Verdi abandonaban Rusia camino de España, donde les esperaba el estreno de La forza en el Real, llegando a Madrid la segunda semana de enero después de pasar unos días en París. El reparto reclutado en la capital española aprendió la ópera de la mano del propio Verdi, muy disgustado por las copias llegadas desde la casa Ricordi, según él llenas de errores. «Citando un ejemplo», apunta Phillips-Matz, «solo en el “Rataplán” [Verdi] había contado catorce notas erróneas y 74 marcas dinámicas incorrectas». Desde Madrid el compositor también supervisaba como podía el estreno romano de la ópera, ya que ambas producciones se realizaban al mismo tiempo, título que triunfaría en las dos capitales; a pesar de ello Verdi no estaba para nada satisfecho, al menos con lo que vería y escucharía en el Real. Despues del estreno, en febrero de 1863, escribió: «Un éxito. Los coros y la orquesta,formidables; Fraschini y Lagrange, bien; todo lo demás, cero o mal». Dos días después de la primera función –en el Liceu La forza vería la luz en diciembre de 1872– , los Verdi viajaron a Toledo, Córdoba y Sevilla, mientras el Real seguía lleno noche tras noche gracias a «la Innombrable».

Versión definitiva
La historia de esta ópera no termina aquí: por el contrario, La forza volvería a nacer, ya que en febrero de 1869 (dos años después del estreno de Don Carlo), cuando Verdi regresaba a su amada-odiada La Scala de Milán después de veinticuatro años de ausencia, presentaba una Forza completamente renovada. En diciembre del año anterior, cuando decidió hacerse él mismo cargo del estreno milanés, comenzó a revisar la ópera, cambiando el final –Verdi estimaba que había «demasiadoscadáveres en escena»– e infinidad de detalles. Se incorporó a los ensayos el 25 de enero, tras enviar antes los últimos cambios, estrenándose por fin el 27 de febrero ante «un público apasionadamente entusiasta», según la biógrafa de Verdi. «Lo único que destacó en su recepción», escribe Mary Jane Phillips-Matz, «fue un silbido aislado, que Verdi escuchó tras el primer acto y que recordó durante muchos años. Aparte de esto, parecía totalmente satisfecho».

Giuseppe Verdi escribiría a los suyos sobre este estreno subrayando la «excelente ejecución» y alabando a los cuerpos estables del teatro, que habían interpretado «divinamente» sus partes. Se trataba de la versión que pasaría a la posteridad, en cuya première participarían la soprano Teresa Stolz (1834-1902) como Leonora (quien se convertiría en «la razón» de una de las crisis más duras de Verdi con su esposa), Mario Tiberini (Don Alvaro), Luigi Colonnese (Don Carlo di Vargas), Ida Benza (Preziosilla), Marcel Junca (padre Guardiano) y Giacomo Rota (fray Melitone). La forza renacía con nueva vida, devolvía a Verdi el lugar que había ocupado en La Scala después de más de dos décadas y la Stolz pasaba a ocupar un lugar de privilegio en el corazón del maestro. Esta nueva «Innombrable» llenaba de ilusión a un Verdi entusiasta y rejuvenecido, pero en cambio le daba la espalda a Giuseppina Strepponi, quien acabaría sumida en una depresión. Mala suerte. Pero esa es otra historia.

Por Pablo Meléndez-Haddad para el Gran Teatro del Liceu

Material extraído del programa de mano
La Forza del Destino (2012-2013)

La Forza del Destino (2012-2013) Teatre Liceu de Barcelona

©2012 Danza Ballet

 

 

 

 

 

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