Mary Sharp Cronson fundó el programa “Work & Process” en 1984,
Central Park divide el corazón de Manhattan como una barrera natural, una especie de oasis en medio de la vorágine de la Gran Manzana. A un lado, el elegante barrio del Upper East Side donde se ubica el Solomon R. Guggenheim Museum en la Quinta Avenida con la calle 89, un imponente edificio creado por Frank Lloyd Wright en 1959, con forma de caracol, muy rupturista en su momento; en otro extremo del pulmón neoyorquino, se encuentra el Upper West Side, lugar donde se alza el Lincoln Center, centro neurálgico de las artes escénicas en la Gran Manzana. Allí se halla la sede del New York City Ballet (NYCB).
Por Iratxe de Arantzibia (Donostia-San Sebastián)
Y como nexo de unión entre ambos, la reconocida mecenas y amante del arte, Mary Sharp Cronson, quien fundó el programa “Work & Process” en 1984, gracias al que el Museo Guggenheim y el NYCB convergen con la intención de acercar al público sobre los procesos creativos de los creadores, incluidos los coreógrafos. “El programa ‘Work & Process’ nació de la conjunción entre la relación de mi familia con el Museo Guggenheim y la mía con el NYCB. Hablando con los directores de desarrollo del museo, responsables de la recaudación de fondos, les sugerí que tal vez se pudiera hacer un espectáculo en el teatro del Guggenheim de Nueva York, ya que conocía al compositor Charles Wuorinen y al coreógrafo Jean-Pierre Bonnefoux, además de a bailarines del NYCB y del Ballet de la Ópera de Paris. De esta manera nació el programa con las obras ‘The Magic Art’ y ‘String Trio’”, explica la promotora.
El objetivo de “Work & Process” es brindar al público la posibilidad de conocer de primera mano el proceso creativo de algunos de los artistas, coreógrafos, compositores, escritores y directores más importantes del mundo. Así, esta iniciativa es permeable ante las diferentes ramas del arte a las que, en un principio, rara vez se les presentaría la ocasión de encontrar un punto de común con la línea museística del Guggenheim. “Presentamos la nueva música, el nuevo teatro y la nueva danza, aunque sólo sea en breves fragmentos, pero, sobre todo, con la presencia de los creadores”, asegura Sharp Cronson. Quizás, a priori, el contraste entre la danza, el arte del movimiento, y la obra artistas como Kandinsky o Mondrian, pintura, al fin y al cabo, arte estático, pudiera pensar en una relación a todas luces imposible. No obstante, en opinión de la anciana mecenas americana el nexo de unión es el más natural: “Danza y artes plásticas son dos expresiones de la creatividad y de la capacidad del ser humano para ir más allá de los lugares comunes y luchar por conseguir lo sublime”.
Durante veintiocho años, Mary Sharp Cronson ha mimado la iniciativa “Work & Process”, implicándose en su desarrollo como si fuera la educación de un hijo. También se involucra en la confección de los programas anuales, cuyos límites son la disponibilidad de agenda de los artistas y, obviamente, la cuestión monetaria. Esos son los criterios que, en el caso de la danza, determinan con qué coreógrafos y bailarines trabajar. “Los programas de danza son seleccionados por los coreógrafos, por los bailarines que pueden intervenir, y por mí. La agenda de todos ellos determina quiénes participan. En cuanto a los bailarines suelen ser proceder de la formación clásica, ya que yo pertenecí a la junta del NYCB durante muchos años”.
La financiación en América
El sistema de captación de fondos para los programas culturales en Estados Unidos poco tiene que ver con el implantado en Europa. A diferencia del Viejo Continente, donde la cultura se fomenta, principalmente, a través de las instituciones públicas, vía subvenciones, en América, los organismos oficiales no suelen involucrarse en este ámbito que queda en manos de patrocinadores privados, con importantes incentivos en el terreno fiscal. Mary Sharp Cronson subraya la diferencia entre ambas fórmulas de financiación. “El sistema de apoyo estadounidense es muy diferente al europeo. Existe algún apoyo por parte del gobierno, aunque la mayoría procede de personas o empresas que luego reciben algún tipo de deducción fiscal. También existen las fundaciones caritativas que apoyan el arte”, explica.
Si la continuidad de la iniciativa “Work & Progress” estuviera condicionada por la respuesta del público, en ese caso, la veterana promotora no albergaría ninguna duda. Y eso que las actividades que ofrece el programa en la Gran Manzana son múltiples y muy plurales. A su manera de ver, la complicidad con el público está comprobada, sopesando la longevidad del proyecto y su excelente recepción. “El programa ‘Work & Progress’ generalmente es muy bien aceptado allá donde va. El público disfruta escuchando los objetivos y deseos de los creadores. Así aprende de primera mano cuáles fueron las influencias que determinaron el nacimiento de una obra”, se explica.
Hace cinco años que “Work & Process” se convirtió en una iniciativa itinerante que, por primera vez, viajó a Bilbao. Y, claro está, capitaneando la expedición neoyorquina se encontraba Mary Sharp Cronson. Desde entonces, no ha habido verano en el que haya fallado a su cita con la capital vizcaína. “Yo disfruto mucho en Bilbao. Es una ciudad encantadora y que ha tenido una larga tradición en el apoyo de las artes como la música y la ópera, especialmente. Espero que podamos volver el próximo año”, aseguró.
Un lustro en Bilbao
Inaugurado el 18 de octubre de 1997 por el rey don Juan Carlos I, el Museo Guggenheim de Bilbao supuso uno de los pilares principales para la regeneración de la capital vizcaína, tras su pasado en el campo siderúrgico. Frank O. Gehry fue el arquitecto responsable de un edificio innovador con formas curvas que se asemeja a un barco y está recubierto de planchas de titanio. Aguardando ante la puerta de entrada, se erige la popular mascota ‘Puppy’, un inmenso terrier blanco hecho a base de flores, ubicadas en una estructura de acero invisible por la exuberante vegetación que la engulle. La obra fue una creación del artista kitsch Jeff Koons y fue muy bien acogida por los bilbaínos, convirtiéndose en un icono de la villa, al igual que el brillante edificio de Gehry. El Guggenheim Bilbao se unió así a sus hermanos mayores de Nueva York (fundado en 1937, aunque el edificio de Lloyd es de 1959) y Venecia (1980). Un mes después de la inauguración de Bilbao, se incorporó a la familia Berlín (1997), aunque, según apuntan diversas noticias, este último cerrará sus puertas a final del presente año 2012, mientras la sede de Abu Dhabi se encuentra en ejecución del proyecto.
Con motivo del décimo aniversario de la apertura de la sede bilbaína, el proyecto “Work & Progress” recaló por primera vez en el auditorio de la misma. En aquella ocasión, el programa se compuso de cinco piezas de George Balanchine (1904-1983) – “Apollo”, «Tchaikovsky, pas de deux», «Diamonds» y «Who cares?»- y una de Twyla Tharp (n. 1941) – “Junk duet”-. Cinco años después, esta mirada íntima al proceso creativo se ha convertido en una consolidada cita estival. El pasado 1 de agosto, nuevamente, una selección de Primeros Bailarines y Solistas del NYCB, más una invitada adicional del American Ballet Theatre (ABT), volvió a estrechar el lazo de unión entre el Museo Guggenheim y la danza. Cinco piezas conformaron el programa del presente año: un clásico de repertorio, el célebre paso a dos del “Cisne Blanco”, extraído de “El Lago de los Cisnes”, dos obras de Balanchine, “El sueño de una noche de verano” (pas de deux) y “The man I love” (pas de deux de “Who cares?”), dos coreografías de Tom Gold, “Fauré Fantasy” y “Shanti”. Con una hora de duración, participaron en el espectáculo los Primeros Bailarines del Abi Stafford, Jared Angle (ambos del NYCB) y Simone Messmer (ABT), el ex Solista Tom Gold y los miembros del Cuerpo de Baile Devin Alberda, Likolani Brown, Amanda Hankes y Russell Janzen, todos estos últimos del NYCB.
La responsabilidad de iniciar y finalizar el espectáculo, al menos en el terreno coreográfico, recayó en Tom Gold, quien creó sendas piezas corales -“Fauré Fantasy” y “Shanti”- buscando exhibir el talento de los bailarines, mientras éstos luchaban por acomodar su danza a la estrechez del auditorio del Museo Guggenheim de Bilbao. Ya en los tres pasos a dos restantes, las parejas se manejaron mejor con las circunstancias espaciales. Muy reseñables ambos extractos de las obras de Mr. B., “El sueño de una noche de verano” y “The man I love” (fragmento de “Who cares?”) y fácilmente reconocido por el público el icónico paso a dos del “Cisne Blanco”. Con pequeños retazos de obras más o menos conocidas, a las que se sumó las novedosas de Tom Gold, el espectáculo se movió por la senda del clásico y el neoclásico –con ese soberbio toque de jazz que posee “Who cares?”-, porque aunque las piezas del ex Solista del NYCB eran actuales, pocos trazos de contemporáneo residían en su interior.
La incorporación de la danza a la oferta de un museo siempre es una buena noticia. Máxime si la compañía realiza dos pases (matinal y vespertino), cosa que posibilita el acercamiento del arte de la danza a mayor cantidad de público. La parte negativa suele ser la poca idoneidad del espacio de los auditorios de dichos museos, que suelen poseer reducidas dimensiones, dificultando el desarrollo dancístico y limitando en mucho la oferta de piezas a programar. No obstante, es de agradecer que una multinacional de museos como el Guggenheim haya incluido en su agenda la danza, en este caso, a través de una representación de una gran compañía a nivel mundial como el New York City Ballet –con una representante del American Ballet Theatre, sumada a la troupe-. Si el museo, en su origen, era el templo de las Musas, iniciativas como “Work & Process” ayudan la confraternización de todas las artes en ese intrincado campo de hibridación. Y así Terpsícore, musa de la danza, abraza nuevas sendas de divulgación de su arte en pleno siglo XXI.
Iratxe de Arantzibia es Periodista y Crítica de Danza

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