A media tarde del 29 de mayo de 1913, bajo unos inusuales 30 grados de temperatura, una multitud empezaba a congregarse delante de la fachada de acero y hormigón del Teatro de los Campos Elíseos.
Diaghilev, empresario fundador de los Ballets Rusos, había despertado gran expectación entre la aristocracia, la alta sociedad y los snobs parisinos por asistir a la gala de primavera de la compañía, al publicar una nota de prensa en la que prometía “una nueva conmoción que provocará, sin duda, discusiones apasionadas”.
Aquella noche, las palabras de Diaghilev, la coreografía de Nijinsky y “La consagración de la primavera” de Stravinsky, fueron los ingredientes. El coctel se agitó convenientemente y se desató el escándalo entre el público que asistió al estreno.
Serge Diaghilev nació en Sélischi, Rusia, el 31 de marzo de 1872 y murió en Venecia el 19 de agosto de 1929.
Empezó a presentar conciertos de música rusa en 1907 y en 1909 fundó los Ballets Rusos, que enseguida se pusieron de moda entre la aristocracia y la alta burguesía francesa.
Seducido siempre por lo novedoso y lo transgresor, Diaghilev confió en Igor Stravinsky y lo descubrió para el mundo y para la historia cuando le encargó la música para el ballet “El pájaro de fuego”, con el que pretendía deslumbrar al público parisiense. Esas señas de identidad de los Ballets Rusos que los alejan de lo ortodoxo y lo académico, les llevaron a trabajar con los artistas más vanguardistas que poblaban las calles de aquel París de principios de siglo.
En 1917 representaron el ballet “Parade”, con música de Erik Satie, libreto de Jean Cocteau, escenografía y vestuario de Pablo Picasso y notas del programa de Apollinaire; el padre del surrealismo. Una muestra patente de la apuesta del empresario ruso por la renovación de los lenguajes visual y musical.
Pero Europa estaba en guerra y, respaldados por Alfonso XIII, los ballets rusos se refugiaron en España propiciando una inestimable colaboración con los creadores españoles en el contexto artístico más importante del siglo XX. Josep María Sert, el primer no ruso en diseñar un ballet para la compañía, Juan Gris, Joan Miró, Pedro Pruna, Pablo Picasso, Manuel de Falla… Todos siguieron las pautas marcadas por Diaghilev. Algunos bailarines españoles se incorporaron a la compañía y en 1921 representaron “Cuadro Flamenco” en Londres y París.
En 1922, desde Monte Carlo, representó “Le train bleu”. Con vestuario de Coco Chanel, intenta satisfacer las necesidades del público homosexual, que eran las suyas propias y que mostrará abiertamente en su próximo ballet “Les biches”, del compositor homosexual Poulenc.
Para Diaghilev trabajaron compositores de la talla de Debussy (“Jeux”), Ravel (“Daphnis et Chloé”), Richard Strauss (“Josephs-Legende”), Prokófiev (“El paso de acero”) o Manuel de Falla (“El sombrero de tres picos”).
Fue un maestro acumulando éxitos, pero un fracasado acumulando dinero. “No hace falta ser millonario, basta con vivir como si uno lo fuera”, decía. Murió arruinado en un hotel de Venecia.
Coco Chanel y Misia Sert corrieron con los gastos del entierro en el cementerio de San Michele a donde, en 1971, fueron también a parar los restos de Igor Stravinsky.
Este está siendo un año de ósmosis cultural entre España y Rusia. Por el Teatro Real han pasado las nuevas estrellas del ballet ruso, las joyas del Hermitage se pueden visitar en el Museo del Prado y el mundo de Diaghilev y sus Ballets Rusos se puede descubrir en la exposición del CaixaForum de Barcelona, que “muestra un recorrido por los escenarios y los acontecimientos más importantes que protagonizó la compañía en sus veinte años de existencia”, y que después se trasladará al CaixaForum de Madrid.
La intuición de este visionario de cómo sería el porvenir le llevó a sentar las bases, no sólo de una nueva manera de entender el ballet, sino de los criterios artísticos que alumbraron las vanguardias del siglo XX.
Todavía hoy resuena el eco de su genio creativo. @Estivigon para fronterad.com