La noche del sábado 22 de mayo, en la Opéra national de Paris, las treinta y dos sombras de Nureyev fueron las grandes estrellas de la velada, quienes junto a una excepcional Aurélie Dupont, como la bayadère Nikya, y la magistral Dorothée Gilbert como Gamzatti recibieron merecidas y largas ovaciones.
La creación de Rudolf Nureyev para el Ballet de l’Opéra de Paris es una obra que a golpe de efecto entra y triunfa por los ojos: el vestuario, magistral; el desplazamiento de los artistas sobre escena, prominente, y la escenografía, justa e impecable.
Las étolies de Ballet de l’Opéra de Paris son los artistas encargados de demostrar y transmitir al mundo lo mejor de la maison; líneas y figuras alargadas, elegancia innata y la tradicional y tan personal técnica francesa de la danza clásica.
La reconstrucción de Nureyev es rica en secuencias donde progresivamente, por ejemplo en el primer acto, la pantomima se eleva sobre la danza, el trasfondo dramático entra en acción y, en primer plano, se muestra la tragedia. La facilidad técnica de los bailarines en sus trabajadas variaciones unida a una consolidada interpretación en la construcción de los diferentes personajes eleva la obra por todo lo alto.
Las dos bailarinas principales estuvieron lucidas, magistrales y devastadoras. Gilbert, apasionada y realmente cruel en la piel de la soberbia y arrogante hija del Raja, Gamzatti apabulló al público con sus piruettes y fouettes italianos, amén de sus momentos interpretativos, que fueron cuantiosos y soberbios. La confrontación entre Nikiya y Gamzatti, al final del primer acto, fue insuperable. Las dos artistas se unieron en una pelea llena de femenino apasionamiento y lograron crear una escena llena de dramatismo y desbordantes sentimientos.
Nicolas Le Riche como Solor no se encontraba en su mejor noche. Con un dominio escénico, figura y saltos excepcionales, sus piruettes dejaron mucho que desear; no fueron ejecutadas correctamente, sus terminaciones no eran limpias ni precisas y en las variaciones solistas, por segundos, temí no que cayera al suelo, pero sí, que, debido a la falta de precisión en las terminaciones de sus giros, cayera hacia atrás. Afortunadamente esto no sucedió y sus variaciones terminaron normalmente.
En el memorable pas de deux del tercer y último acto, «Las sombras» , Le Riche realizó una mala maniobra con el manejo y la altura del velo y Dupont se vio por segundos en una situación terrible: en las pirouette en arabesque de Nikiya, ésta se encontró con la cara envuelta con el tul. ¡Pobre Dupont! ¡Pobre Aurélie Dupont! Ágilmente salió adelante dejando paso, aún más después del susto, a una altísima demostración de su maravilloso baile y su esplendido dominio técnico. Evidentemente, fue un sobresalto tremendo superado altamente por una profesional excepcional. ¡Bravo!
Pasado este acontecimiento, la función se desarrolló con total normalidad.
Las grandes joyas de la noche fueron las treinta y dos sombras, perfectas, impolutas todas y emocionantes. Ludmila Pagliero, Mélanie Hurel y Héloïse Bourdon como las tres solistas lograron una perfección definitiva gracias a la excelencia de su técnica.
El cuerpo de ballet, de una alta homogeneidad, no ha demostrado un trabajo compacto; sin embargo, se ha lucido correctamente por momentos, y entre sus filas, compuestas todas de jóvenes y bellos bailarines, se vislumbran futuras grandes étolies.
Alessio Carbone, como el ídolo de bronce, elevado y excelso en el rol del Dios Shiva , ha estado técnicamente mayúsculo en su intervención donde sus manos, uniendo el índice y el pulgar y sus gestos, jugaron sobresalientemente delicadas y perfectas. Richard Wilk, fastuoso con su lujosa vestimenta como el gran Sumo Sacerdote mantuvo una actitud de alta autoridad y demostró una alta capacidad de desenvolvimiento ante el público, sin dejar de evidenciar su estado de entrega y amor total por La bayadère.
Kevin Rhodes, al frente de la Orchestre Colonne, realizó una clara exhibición de musicalidad donde música y danza se unieron magistralmente ofreciendo un espectáculo emocionante de una alta calidad.
La Bayadère de Nureyev es un título que enaltece el repertorio de la Opéra Garnier y evidencia que todo lo maravilloso en el arte es posible.

